«- Es que tengo miedo…», se sinceró Miguel.

Jorge lo escuchaba atento, tratando de percibir todo lo que querían expresar aquellas cuatro palabras.

«- Cuando no puedo ganar el partido de entrada y las cosas se empiezan a complicar, me voy hundiendo en un estado de desesperación.

Me quiero ir, escapar de la situación como sea. Por supuesto que me encantaría ganar. Y aunque a veces el objetivo siga siendo muy accesible, es tal la negatividad y el miedo que me van invadiendo, que solo deseo que esa tortura llamada partido, termine de una vez. Y obviamente el camino más corto para que eso pase, es perder…»

La revelación de Miguel era muy fuerte. Más aún, viniendo de un campeón mundial. Jorge se preguntó cuál sería la causa de semejante contradicción.

«- Me voy hundiendo en un pozo negro en el que caigo y caigo y caigo, y nunca termino de caer… El final de ese abismo es la derrota, que viene a liberarme,» agregó Miguel.

«- ¿Y de qué te libera?», preguntó Jorge.

«- Del horrible estado de pánico, en que cada instante empeoro y en donde no tengo ninguna chance de recuperarme. Lo único que corta ese agujero negro es perder. Ahí se terminó todo y recupero la paz.

Por supuesto que no tengo alegría, porque perdí. Pero al menos tengo paz. Y la paz en sí, es una especie de felicidad.»

» – ¿ Y tenés idea de qué cosa te empuja a ese tobogán infinito?», preguntó Jorge.

«- Creo que la principal causa es mi enorme exigencia. Aunque no me dé cuenta, en el fondo me siento obligado a que las cosas salgan perfectas. Entonces, tan pronto surgen los problemas, como partí de una premisa falsa y rígida, me quiebro como si fuera de porcelana.»

«- Qué interesante que te des cuenta que la causa de tu fragilidad emocional es que partís de un concepto equivocado. Que creas que las cosas deben ser de una determinada manera, y que no puede haber obstáculos ni problemas que se interpongan entre vos y tu objetivo. Y qué ironía que si bien reconocés que es normal que haya inconvenientes, en el fondo no los aceptes cuando se vuelven reales. Es sólo una aceptación abstracta, porque cuando viene la realidad te frustrás, irritás y deprimís…», se despachó Jorge.

Miguel se sintió desnudo. Con los ojos humedecidos, continuó sacando todo lo que tenía adentro. «- En la medida que el partido se va alargando, me voy desesperando.

Lentamente empieza a invadirme una sensación de que no tendré escapatoria. De que nuevamente voy a fracasar. Esos pensamientos se van solidificando y la idea de que no tengo salida se convierte en una certeza. Estoy desesperado y lo único que quiero es que todo termine. Cuanto antes. Si bien sigo corriendo y jugando, es todo una mentira. Mi corazón abandonó toda lucha. Solo quiere que lo dejen en paz.»

«- Y el rival lo percibe», completó Jorge. «- Cuando vos ya sabés que ya no vas a ganar, el otro ganó el partido. No importa que falte poco o mucho, o que sigas corriendo. Estás liquidado», remató.

Miguel sabía perfectamente de qué le estaban hablando. Nada más liberador que alguien pusiera palabras a las emociones que sentía. Era sentirse un poco menos solo, salir de ese terrible aislamiento.

«- Pensaba en el Abismo Challenger…», soltó Jorge.

«- ¿El abismo qué?», preguntó Miguel sorprendido.

«- Es el punto más profundo de la tierra, en las fosas de las Marianas, en el océano Pacífico. Once mil metros de profundidad. Es además, el lugar más oscuro y con mayor presión del planeta: mil cien veces más que la que tenemos acá arriba…», amplió Jorge.

Miguel estaba atónito. Lo que acababa de escuchar del Abismo Challenger lo había conmovido. Imaginó la oscuridad de aquél lugar a once kilómetros de profundidad. Sus aguas heladas. La escasa vida submarina, totalmente adaptada a condiciones extremadamente hostiles. Pensó en una presión mil cien veces mayor que la de la superficie, capaz de aplastar al acero como si fuera gelatina.

Se imaginó con cinturones de plomo como los que utilizan los buzos, hundiéndose en ese abismo infinito. Una caída sin fin. Obviamente moriría ahogado mucho antes de llegar al fondo. Caería durante horas, antes de ser sepultado por once kilómetros de agua.

Pensó en la muerte. Algo tan temido que sin embargo, podía liberar a las personas de un sufrimiento y dolor que no podían modificar. Si alguien empezaba a hundirse en aquél Abismo Challenger, lo mejor que podía pasarle era morirse pronto. Sino había salida y lo único que quedaba por delante era caer y seguir cayendo, la mejor alternativa era morir rápido, de forma de continuar el largo viaje al fondo del mar sin consciencia, sin sufrirlo. Evitarse la angustia de la desesperanza.

Jorge, intuyendo lo que ocurría, le preguntó en qué pensaba.

«- Me imaginé hundiéndome en ese abismo…», balbuceó Miguel con algo de vergüenza.

«- ¿Te gustaría poder salir de ese pozo?», preguntó el entrenador.

Miguel lo miró fastidiado por aquella pregunta retórica. Era obvio que él quería salir.

«- Te lo pregunto porque mi sensación es que tu anhelo de salir de aquél abismo es infantil. Y eso es siempre débil e insuficiente,» disparó Jorge.

Miguel se sintió agredido, pero quería entender a qué se estaba refiriendo.

«- Sos como un nene que solo para de llorar y sonríe si le dan lo que quiere… Pero la adultez no funciona así. Problemas tenemos siempre; muchos problemas. No podemos aspirar a que nuestra vida sea una autopista perfecta hasta nuestros objetivos. Eso no tiene nada que ver con la realidad. Vivir se parece mucho más a un rally, algo todo terreno lleno de obstáculos, imprevistos, e inconvenientes. Y en donde, más que desear que no existan los contratiempos, o que desaparezcan, lo que tenemos que aprender es a lidiar con ellos, a sortearlos, a seguir adelante…»

Miguel lo miró con cierta distancia, como si lo que escuchara fuera algo interesante aunque obvio.

«- Si te estás hundiendo en el Abismo Challenger, lo más importante no es pensar cómo parar de hundirte y volver a la superficie. ¿Querés saber qué es lo único decisivo?», preguntó Jorge.

A Miguel se le iluminó la cara, ratificando su inmadurez.

«- Lo único importante es querer salir. Todo lo demás es secundario,» dijo Jorge con una fuerza capaz de resucitar a un muerto.

«- Ponerte a pensar en cómo sacarte el cinturón de plomo o en cómo nadar a la superficie es totalmente irrelevante si tu corazón no tiene la férrea determinación de salir. Si esa fuerza existe, va a encontrar la forma. Y si no está, las mejores ideas no sirven de nada», remató Jorge.

«- Hay personas que explican los fracasos de manera magistral. Entienden todo, tienen hipótesis y razonamientos perfectos. Hay otras, en cambio, que logran las cosas aunque no siempre puedan explicarlas. La diferencia entre unas y otras reside en su espíritu. No todo se puede entender ni explicar.

Por eso estoy convencido que si uno está en un abismo, lo único importante es la determinación de querer salir. Como sea. No perder tanto tiempo en razonar el cómo, sino juntar fuerzas para elegir salir. Es poco relevante la táctica, lo decisivo es la determinación.»

Pocos meses después, la vida le presentaría a Miguel otra oportunidad. Una final con su eterno rival. El mismo al que sólo le ganaba cuando podía imponerse de entrada, pero con quien siempre perdía cuando las cosas se complicaban. Y eso fue justamente lo que pasó.

Después de horas de juego en donde varias veces Miguel  tomaba la delantera pero luego su rival lo empataba, llegaron al momento decisivo. Antes de entrar a jugar el último capítulo, fue consciente que al terminarlo, habría un ganador y un perdedor. ¿Cómo saldría? Ese deporte no permitía el empate.

En el pasado, llegar a la instancia en que se encontraba ahora le garantizaba un estado de desesperación absoluta, con la certeza de la derrota.  En momentos como éste, siempre se había sentido un simulador para la tribuna, ya que en el fondo y más allá que anhelara ganar, lo único que deseaba era perder pronto. Al no tener ninguna esperanza de que podía triunfar, quería que todo terminara rápido.

Esta vez, cruzó el umbral de la cancha con las palabras de Jorge retumbándole en su corazón. «Lo único importante es que quieras salir. Lo demás es accesorio. Tenés que querer salir.»

Y eso fue lo que hizo.

Artículo de Juan Tonelli: Abismos emocionales

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