Mi familia era muy religiosa y conservadora. Cuando mi hermana mayor quedó embarazada mi mamá enloqueció de furia, la trató de prostituta, le dijo a los gritos que se había arruinado la vida. Fue una conmoción familiar.

Un año después, yo quedé embarazada. No quería repetir la historia de mi hermana. Con mi novio dimos vueltas sobre el asunto. Para mi abortar era un homicidio. Al final decidimos terminar con el embarazo. La culpa nos carcomía y nuestro noviazgo se vino abajo.

Dos años después formé otra pareja, pero mi secreto no me dejaba en paz. Al tiempo nos separamos. Pasaron otros dos años y decidí volver a ver a mi ex-novio para tratar de salvar nuestra antigua relación.

Compartía con él algo que jamás compartiría con otra persona. Sentía que había cometido un crimen y por lo tanto él era el único con quien podría estar en pareja y sentirme un poco menos sola, ya que era el cómplice del delito.

Nos casamos. Tuvimos tres hijos. Al principio la llevábamos pero ya con el segundo yo sentía que mi matrimonio era un infierno. Lo hablé con mi madre y me dijo que eso era estar casada. Había que aguantar. Cuando nació mi tercer hijo mi marido se había vuelto violento y enajenado. El clima de mi matrimonio era asfixiante. Empece a tener ataques de pánico y un día tuve un intento de suicidio.

Todavía convaleciente en el hospital, decidí contarle toda la verdad a mamá, incluyendo el aborto. Ella escuchó en silencio y después me abrazó y me besó. Dos semanas después me separé. Me llevó 25 años cruzar el puente de mi vida hasta ser libre y recuperar la paz.

Mariana