¿Cómo estás con tu marido?, quiso saber el Maestro. -Todo sigue igual, -fue la resignada respuesta de la discípula.
– O sea que bastante mal. -En cierto sentido sí, -dijo tratando de suavizar la situación.
-A mi me gusta contenerlo, acompañarlo… El tema es que ese es el único modo de vida…, -dijo la mujer suspirando.
-No llega a registrar que tenés sentimientos, problemas, cansancios, sueños, dilemas…

Sigue ocupando todo el espacio emocional o existencial…
-¿Todo gira en torno a su vida, a sus problemas,
y no hay lugar para otro ser?

A mi me gusta contenerlo, acompañarlo… El tema es que ese es el único modo de vida…, -dijo la mujer suspirando. -No llega a registrar que tenés sentimientos, problemas, cansancios, sueños, dilemas…
-La verdad que no.
-Tenés que poder decírselo.
-¿Para qué? ¿Para que en dos segundos me esté explicando que estoy equivocada, y que rompo las bolas?

 

¿Pensás seguir viviendo así? ¿Estás preparada para no contar con tu pareja, y sobre todo, no poder encontrarte con ella?

El silencio invadía la habitación.
-¿Pensás que la situación se debe al año difícil por la fusión de la empresa en la que trabaja tu marido, o es algo más estructural, preexistente? La falta de respuesta era bastante elocuente. Con los ojos humedecidos, dijo:

 

-A esta altura no puedo negar que el tema es mucho más complejo que la difícil coyuntura que atraviesa. Siempre hay una urgencia, una demanda excepcional, algo que atender. Su vida ocupa el lugar de la suya, la mía, la de los dos. Todo lo invade y no permite otra cosa más que un esquema básico de supervivencia. Nada de molestarlo ni de hablar de algo que no sea su propia vida.

-¿Y estás preparada para seguir así toda la vida, sin esperar nada de él? ¿A auto abastecerte emocionalmente?
-No lo sé. Claro que no es lo que me gustaría.
-Él no va a cambiar, -dijo el Maestro yendo a fondo. -O al menos, no por la fuerza o ni por tus planteos.

 

Muchas emociones corrían por el corazón de la mujer. Tristeza, al percibir que su ilusión de encontrarse con su marido, era básicamente eso: una ilusión. Frustración, al no poder cambiar una realidad tan difícil y amarga. Ira, al tomar conciencia que era ignorada, ya que él no tenía ninguna capacidad para registrarla. Dolor, al ser invisible a los ojos de la persona amada, como ya le había ocurrido en la infancia.

 

-¿Y entonces?, -preguntó casi en tono de súplica.
-Aunque seguramente no escuche, juntá fuerzas y hablá con él. Después, con tranquilidad, reflexioná si querés seguir viviendo así, porque lo más probable es que no cambie.
-¿Qué es lo que tendría que decirle?

 

-Lo que estamos hablando; que tenés sentimientos, problemas. Que has aprendido auto abastecerte emocionalmente y a no esperar una compañía que él no te puede dar, pero que no sabés si querés vivir toda tu vida así. Que él está tan absorto en sí mismo que no hay lugar para un otro.

-Eso y decirle que me quiero separar es casi lo mismo.
-No. Estás hablando de un problema bien difícil, en forma madura y clara. -Así no le veo salida.
-Te diría que es exactamente al revés. Así tal vez tengas una salida. De la otra forma, seguro que no la hay. Aún cuando existan pocas probabilidades que las cosas cambien, vos estarás haciendo lo correcto, sin especulaciones.
-La verdad que tus palabras calan hondo. -¿Por qué?

 

-Porque si no lo formulabas con semejante claridad y crudeza no lo sentía tanto. Dolía menos. Ahora me siento fatal. Sola, de soledad absoluta.

-Antes también te sentías igual, solo que no lo tenías tan consciente. Como una hemorragia interna: era igual o más grave. Después de unos minutos en silencio, el Maestro preguntó:
-¿Qué pensás? -El problema lo tengo, y es bien real. Pero me preguntaba si quiero llamar la atención para que él despierte, o si estaré dispuesta a separarme. De lo contrario, tendré que aceptar este asunto y sobrellevarlo. El Maestro sonrió.
-Es un típico dilema humano. Anhelamos que con un ultimátum las cosas se acomoden a nuestra medida. Aún cuando en este caso tu reclamo es justo, en mi experiencia la gente no cambia y mucho menos bajo coerción. Mi recomendación es que plantees el tema, porque vos tenés el derecho a expresarlo y él a saberlo. Después evaluá tranquila, sabiendo que es improbable que cambie. Las estructuras mentales de las personas no se modifican por una charla, por más fuerte que ésta sea.
-Qué tristeza… Me siento como en el Huerto de los Olivos, o sea en la antesala de algo muy doloroso que a su vez, es inevitable.
-Tal vez te reconforte saber que no enfrentar los problemas termina siendo mucho más doloroso…
-Honestamente no me reconforta nada. Siento una tristeza muy profunda. Pienso también en él y en su propia soledad…
-Que debe ser enorme,
-acotó el Maestro.
-Si no puede encontrarse con vos; ¿con quién se va a encontrar? Salvo que tenga una vida paralela, pero no parece ser el caso. La conversación era tan intensa que largas pausas se imponían para recuperarse.
-Aunque podría ser, lo veo difícil.
-¿Por qué? -No veo difícil que tenga amantes; es mas, creo que es casi seguro. Lo que me parece improbable es una relación paralela; pero ¿quién sabe?
-¿No te molesta que pudiera tener amantes?

 

-Es que me parece secundario a lo que estoy planteando. Lo que me duele es que no exista espacio para que yo también me pueda abrir. Lo ocupa todo él y su vida. En ese contexto, que descargue tensiones y orgasmos en otro lado me resulta mucho menos importante.

 

-Entiendo….
-También me duele mucho el hecho que él sea el único que no ve su egocentrismo. Que sea un tema tabú que ven sus amigos, sus compañeros de trabajo, sus familiares, y solo él no puede ver.
-¿O sea que te gustaría dejarlo para que todos, en voz baja, se compadezcan de vos? Ella acusó el golpe. Aunque no se había dado cuenta, también sentía esa emoción. Después de todo, era una forma de grito desesperado para que alguien la registrara. El Maestro, percibiendo aquellos sentimientos, se anticipó. -El tema es que sería una victoria pírrica. Mas que tener razón, tu mejor resultado es poder encontrarte con él. No te sirve de mucho dejar en evidencia que el imposible de convivir es él… -Totalmente, -dijo la discípula con pena. -¿Tenés miedo? -¿Cómo no tenerlo?, -se sinceró ella. -Si me separo, toda mi vida va a sentir el golpazo. Las relaciones, amistades, y por supuesto, el estilo de vida. -¿Te preocupa mucho? -Como toda cosa que uno no puede terminar de cuantificar. Es una incertidumbre muy grande. -¿Tenés ganas de separarte? -No lo sé. A cierta edad de la vida, uno aprende que no hay relaciones perfectas, ni mucho menos. Por lo cual, separarse para encontrar una mejor es siempre un dilema complejo porque si no estás bien seguro que tu pareja es mala, podés estar dejando algo razonable por algo que no vas a conseguir. -El punto pasa por ser capaces de discernir si con lo que tenés podés estar contento, o sino. Y si llegás a la conclusión que no es posible porque está por debajo de un límite que considerás mínimo, es mejor correr el riesgo de separarse, aún sabiendo que puedas quedarte sola. -Así lo siento. El dolor y el cansancio invadían la cara de la discípula.

 

-Hablá con tu marido y explicale lo que te pasa. Cómo seguirá la película después, nadie lo sabe. Si no cambia nada, verás si aceptás vivir así, o si buscás otro camino. Paso a paso. Hacé lo que tenés que hacer, y dejá que la vida haga su parte, que por cierto, siempre es muchísimo más grande que la nuestra.

El Maestro le agarró con ternura la mano y le dijo: -No pretendas contestar las preguntas fundamentales. Soltalas. Dejáselas a la vida que si las entregás, te irá enseñando. Cuando queremos respondernos desde lo que conocemos, solo obtenemos respuestas del pasado que no se renuevan y nos mantienen atrapados a la creencia de que estamos solos y separados. Escuchá a la vida. No todo pasa por nuestra cabeza. Afortunadamente, diría, -dijo guiñándole un ojo.