-Mi primer matrimonio no era tan malo, -dijo Claudio con una mueca.

-Muchas personas necesitan divorciarse tres veces para enterarse de algo que podría ser obvio. Pero así son los tiempos de los hombres, así es la condición humana, -suavizó el terapeuta.

Claudio se quedó pensando. Había recorrido un camino parecido a tantos. Se había casado joven, lleno de energía e idealismo. Fueron solo cuatro años de matrimonio que se hicieron añicos a sus veintiséis, cuando se enamoró de una compañera de trabajo. La peleó, pero no hubo caso.

Del golpe aprendió bastante poco, como toda verdad que se niega. Se había enamorado perdidamente de una mujer que cumplía con todos los requisitos con los que su madre lo había programado en forma meticulosa durante dos décadas. Cómo resistir semejante fuerza?

Después de rechazar la debilidad moral de enamorarse de alguien estando casado, e ignorando la fuerza arrolladora de la programación materna, Claudio no tuvo más remedio que entregarse a la tentación. La vida era mucho más colorida con este amor. Claro que a su madre la nueva nuera tampoco le gustaba, pero ese detalle ingresaba en el campo de la psicoterapia.

El romance anduvo bien un tiempo, hasta que se pasó la borrachera del enamoramiento. Ahí irrumpió la realidad y Claudio se dio cuenta que su vida no se había vuelto mágica por la sola existencia de su enamorada. Peor aún, tuvo esa típica sensación humana de preguntarse para qué se había separado; después de tanto cambio y pelea se sentía en un lugar muy similar al previo a iniciar la gesta revolucionaria.

Obviamente los mecanismos de negación funcionaban a pleno, certificándole que no podía comparar la conexión que tenía ahora con la de su pareja previa. Tal vez fuera cierto, como también lo era que después del dolor de el divorcio él tampoco era el mismo.

Para peor, le cayó la ficha de que la elección de nueva compañera estaba influenciada en forma decisiva por los deseos de su madre, hecho que lo fastidiaba. Así y todo pudo reconciliarse con la realidad y seguir adelante.

Este segundo matrimonio fue muy bueno también aunque Claudio no hubiera aprendido mucho de su divorcio. Nunca se había hecho cargo de que había dejado una mujer por otra, porque su alto estándar moral no se lo permitía. Así las cosas, solo quedaba negar y negar, tal como indica el manual del comportamiento humano.

Algunos visos de conciencia tenía porque temiendo que su nueva mujer o él pudieran enamorarse de otro, pretendía que siguieran trabajando juntos. Así no dejaban cabos sueltos y nadie estaba expuesto durante tantas horas diarias a que el diablo metiera la cola. Como si la vida se detuviera frente a estas consideraciones. Como si la realidad fuera contemplativa y misericordiosa frente a las cautelas de los seres humanos.

El matrimonio anduvo bien, tuvieron dos hijos y todo parecía ir sobre rieles hasta que llegó la crisis de los cuarenta. Claudio se volvió a enamorar de otra mujer y el mundo se vino abajo. Cómo era posible que la vida hiciera estas cosas? Por qué siempre le pasaban justo a él? Los demás no parecían tener estos problemas.

Las situaciones que las personas niegan, sean errores o no, suelen repetirse. Como si la vida insistiera en que los hombres aprendieran algo de ciertas experiencias, rehusándose a aprobarlas antes de que los alumnos hayan aprendido la lección.

Pese a pelear con todas sus fuerzas, Claudio no pudo evitar divorciarse por segunda vez. Cupido le había clavado su flecha y tan pronto el veneno tomó contacto con su torrente sanguíneo, todo su mundo se derrumbó. De nada importaban los quince años de pareja, los hijos, la casa de fin de semana, la romántica idea de envejecer juntos.

Esta vez el proceso tomó largos años. No era lo mismo divorciarse a los veintiséis que a los cuarenta, con hijos y mil ligazones. Gracias a un esfuerzo titánico, Claudio pudo ensamblar familias y reconstruir su vida y la foto de la felicidad. Muchas veces se preguntaba si hacía sentido semejante revolución, por qué no sería más tolerante.

Diez años más tarde, sentía que estaba parado en el mismo lugar. Como si la vida fuera una noria en la que después de un tiempo todo retorna a un mismo punto. A sus cincuenta y pocos, ya no tenía ganas de separarse nuevamente. No tenía el menor interés de volver a tener hijos, ni mucho menos ensamblar familias o seducir a la nueva familia política. No más.

-Pareciera que no soporta más a su esposa, -le espetó el terapeuta.

Claudio estaba como uno de esos boxeadores a los que golpearon tanto que ya ni atinan a defenderse o esquivar nuevos golpes.

-Y qué voy a hacer? Separarme de nuevo?, -se preguntó a sí mismo en voz alta. -Ya sabemos que la magia se pasa, y lo único que quedan son los problemas. Pareciera una maldición. Uno que no querría ver al otro nunca más, y resulta que quedamos enganchados de por vida.

-Tal vez el problema sea su intolerancia.

-Es probable; pero qué puedo hacer? Aguantar lo que soy incapaz de metabolizar? Cada vez nos envenenamos más los dos. Como un cuerpo que no puede procesar los alimentos. Si opta por no comer, se muere. Y si ingiere algo, se intoxica porque no puede metabolizar nada.

-Esta vez al menos no se enamoró de otra persona… Igual, creo que el planteo no debiera ser elegir entre seguir o separarse, sino entender qué le pasó, qué le pasa, y que tareas tendría que hacer antes de decidir…, -agregó el analista.

Claudio sabía de qué le estaban hablando. Sin embargo, una pregunta le corroía el alma: estás seguro que es posible estar en paz estando en pareja? O la única alternativa para estar tranquilo es estar solo?

Había sido un testigo privilegiado de que envejecer juntos podía ser muy negativo. Sus abuelos y padres habían estado juntos toda la vida y la vejez de todos había sido muy dolorosa porque a las dificultades de salud se le sumaba la mala relación sentimental que se arrastraba de años. De dónde había salido que eso era bueno, o menos malo que estar solo? Por otra parte; uno iba a seguir veinte años mas con la misma persona solo para que cuando necesitara que alguien le trajera la chata o los remedios no lo hiciera una empleada ? No parecía una razón muy inspiradora.

-No sé ni para dónde correr, -balbuceó. -Es difícil aceptar que uno recorrió un camino larguísimo para terminar comprendiendo que en el punto de partida estaba bastante bien…

-Es el cuento de las mil y una noches: alguien recorre el mundo entero en busca de un tesoro que al final estaba enterrado en el jardín de su casa, -reflexionó el terapeuta. -Pero el tesoro nunca es encontrar la pareja correcta, -continuó. Lo valioso es el camino, haberse puesto en marcha, recorrerlo. Usted no es el mismo que empezó su recorrido treinta años atrás. Como todas las personas, fue transformado por el viaje. Y seguirá mutando en función de las cosas que decida y le toquen atravesar en el camino.

Claudio permanecía en silencio. Él que había soñado una vida exitosa y enamorado de por vida, se encontraba en medio de esta telaraña.

-Lo que usted debe decidir en este momento de su vida no es si debe separarse o seguir casado. Lo que tiene que decidir es si aprender o no, -disparó el terapeuta.

-Y qué es lo que tendría que aprender, -preguntó Claudio desafiante.

-Si quiere relacionarse con la realidad o si quiere seguir buscando un mundo de fantasía. Cuanto más elija vincularse con la realidad, por más dura que ésta sea, menos sufrirá. Cuantos más espejismos persiga, mayor será el dolor. Y ojo que no lo estoy conminando a seguir casado; simplemente a que vea la realidad como es. Vea la realidad tal cual es, y después haga lo que quiera, -remató el terapeuta.

-Ama y haz lo que quieras, diría San Agustín…

-Algo así.