A mis cuatro años un tío abuelo solterón me convenció de hacerme de Independiente. Aún cuando ni a mis padres ni a  mi hermano les interesaba el fútbol y nadie me llevaba a la cancha, me fui convirtiendo en fanático. Como en esos entonces el club era muy exitoso, yo festejaba seguido y vivía la pasión roja con alegría.

Mi familia paterna era de Avellaneda, pero no eran de Independiente, sino de su archirrival, Racing. Buscaban la forma de seducirme o sobornarme con tal que no fuera la oveja negra de la familia. Pero yo resistía estoico, y cuanto más me presionaban, más quería a Independiente.

Solo tenía una pequeña grieta por una secreta pasión que no me animaba a compartir con nadie: Boca. Percibir lo que ocurría en su cancha era una experiencia única. Sus hinchas gritaban como no lo hacía nadie. Efectivamente, Boca era un sentimiento.

Mi abuelo materno, aunque fuera un agnóstico del fútbol, me provocaba diciendo que yo tenía que hacerme de Boca. Un día, regresando en auto de una casa quinta que teníamos en Quilmes,  divisó un graffiti que le venía como anillo al dedo:

-Mirá ese paredón, -me dijo

«Me hice de Boca», decía la pintada.

Aunque él lo había dicho en broma, yo sentí un cosquilleo interno, anhelando ser de ese club que era pura pasión y sentimiento. Sin embargo, no había margen para ser desleal.

Recién en mi adolescencia pude ir a ver a Independiente con amigos. Descubría esa religión que es ir a gritar, cantar e insultar con la impunidad que solo puede ofrecer el fútbol. Un rito de varias horas en el que nos sentíamos valientes, nos fundíamos en la masa, y desahogábamos frustraciones en errores que inevitablemente cometían los futbolistas.

Mucho tiempo después, cuando nació mi primer hijo, surgió el tema de qué club hacerlo. Como en nuestra sociedad machista esa es una potestad paterna, lo lógico era que fuera Independiente. Pero como la madre de mi hija era de Boca, me permití pensarlo.

En esos tiempos, Boca ganaba todos los campeonatos nacionales e internacionales, mientras que Independiente hacía años que declinaba en una caída que parecía no tener fin. Mi mujer puso el dedo en la llaga y me dijo:

-No les arruines la vida a los chicos; hacelos de un club que puedan festejar seguido. La vida tiene bastantes amarguras para que les sumes más.

Con visión estratégica y también dándole algo de lugar a aquella secreta pasión que sentía por ese club desde mi infancia, tomé la decisión de hacer a mi hija de Boca. Sin saberlo, mi vida estaba empezando a tomar otra dirección.

Mi segundo hijo fue varón y como el camino ya estaba jugado, lo hicimos de Boca. En este caso todo fue más fácil, a punto tal que le compré una remera azul y oro para ponerle apenas nació. Lo mismo pasó con el último, también varón.

Pese a que yo no vivía ninguna pasión por el fútbol, los chicos fueron volviéndose fanáticos de Boca. Qué será lo que dispara el proceso de una pasión?

Aunque hacía décadas que no iba a la cancha, me encontré yendo con ellos a ver a Boca. Cómo mi vida había venido a parar acá?

Me sentía un poco infiel y traidor, aunque por otra parte, estaba contento que mis hijos fueran hinchas de un club que era pura pasión y que encima, festejaba campeonatos seguido.

Cuando los varones eran un poco más grandes, surgió la pregunta incómoda:

-Pa, y por qué no te hacés de Boca y te dejás de joder con Independiente?

Esa inofensiva pregunta provocó un terremoto interior. Las ganas de compartir el sentimiento con mis hijos. Los recuerdos de aquella antigua pasión que había reprimido en la infancia.

«Me hice de Boca».

Aquél graffiti que había visto con mi abuelo cuarenta años atrás, volvía una y otra vez.

Finalmente tomé la decisión de hacerme de Boca. Sentía un poco de culpa, pero ser de ese club me alegraba. Sin haberme dado cuenta, era lo que siempre había querido. Boca representaba un amor imposible, y la vida me estaba dando una nueva oportunidad, cuando yo estaba convencido que terminaría mis días siendo fiel y aplicado.

Sin embargo, nada es tan simple. La decisión que había tomado no borraba un montón de experiencias vividas durante años con Independiente. Alegrías, tristezas, emociones, no desaparecían por decreto.

Tenía que volver a ser de Independiente? Era como uno de esos hombres que se va de su casa por un amor apasionado, y que luego de hacerlo se entera del paraíso perdido que no valoraba mientras lo tenía?

Registré que mi vida no entraba en definiciones. En el fondo, era un poco de ambos clubes. Disfrutaba ser de Boca porque en el fondo era como finalmente poder estar con mi amor prohibido. Sin embargo, no podía ni quería borrar a Independiente. Era mi historia y mi identidad. Cómo y por qué desprenderme de eso?

Con el tiempo fue aprendiendo a ponerme cómodo entre contradicciones, percibiendo que sólo existían en las definiciones humanas. La realidad se expresaba como era y no tenía esos conflictos innecesarios que tenemos nosotros, los hombres.

Un día mi hijo más chico, al tanto de mi dualidad y doble vida, hizo la pregunta de jaque mate:

-Pa, y cuando Boca juega contra Independiente; quién querés que gane?

Aunque apretado por las circunstancias, traté de escuchar mi interior, y después de unos instantes le dije sin dudar:

-Boca.

Mi hijo sonrió aliviado. Mis ganas de compartir con ellos era mas fuerte que todo.

Ahora voy a la cancha con mis hijos una vez por mes. Siento gratitud con la vida por poder disfrutar ese programa. Pienso que la vida me regaló otra oportunidad para vivir un amor que creía imposible, que encima comparto con los seres que mas amo.

También sigo queriendo e hinchando por Independiente, que es parte de mi pasado pero también de mi presente.

Se puede ser hincha de dos clubes a la vez? Está mal?

Una vez más, comprendí que la vida nunca entra en los rígidos, arbitrarios y mutilantes parámetros de los hombres.