Ese pensamiento la inquietó.

Carla había tenido una conversación encantadora con un hombre al que cruzaba en algunos eventos de trabajo, y quien le atraía mucho.

Con cuarenta y tres años y dos hijos, ya no se engañaba tanto a sí misma. Será que quiero saber si soy capaz de conquistar a una estrella como él?, -se preguntó.

Veinte años atrás se hubiera acercado a él, conversado, y hecho lo imposible por estar cerca y compartir momentos. Solo que concientemente hubiera negado todo. Aún el simple y poderoso hecho de que ese hombre le atraía.

Ahora en cambio, se hacía cargo de lo que sentía. Basta de tanta corrección.

Durante la improvisada conversación que tuvieron en el bar del evento de convenciones, hablaron de mil temas. Carla le ofreció contactarlo con otro amigo que podría interesarle. Después de intercambiar teléfonos y correos, tan pronto se separaron, ella se dispuso a copiarlos en un correo. Y ahí surgió el dilema.

Mientras escribía el correo presentándolos, pensó que tal vez podían cenar todos con sus parejas. Un encuentro enriquecedor, que de paso le daría una nueva oportunidad de estar con su amor platónico.

Pero si es mi amor platónico, para qué invitar a mi marido?, -se preguntó incómoda.

Su cabeza andaba a doscientos kilómetros por hora. Qué corazón humano no conocía esas contradicciones? Involucrar al marido para asegurarse no derrapar.

Pero para eso, no es mejor evitar la idea de la comida?

El tema es que me encantaría volver a estar con él, en un encuentro más privado como puede ser una comida de amigos, -se auto explicó. Y qué hago con mi marido?, volvía la pregunta incómoda.

Carla tenía un buen matrimonio, al igual que su Romeo. Décadas atrás una situación así la hubiera desestabilizado. El sueño de que el futuro fuera un paraíso. Con dos hijos y algunas canas, sabía que eso no existía. Y que aún la concreción de un posible amor así, tenía costos altísimos.

Estaba dispuesta a armar una vida con este rockstar? Se permitió pensarlo. Después de todo, a quién le hago mal dejando volar a mi mente?, -se dijo.

Tantos años tapando pensamientos desestabilizantes, que su vida había perdido toda vitalidad. El sólo hecho de mirar a los ojos a sus propios pecados capitales la angustiaba mucho. Como si negarlos volviera a la vida más segura.

Sin juzgarse, liberó a su imaginación. Me encanta este tipo. Si las cosas fluyeran, me gustaría tener una relación, y por qué no, acostarme…, -escupió su corazón con nitidez.

Dándole vueltas al asunto, se dio cuenta que armar una vida con otro hombre implicaba una separación y mucho dolor para las personas que más amaba. Incluyéndose.

Para qué aparecen esas ideas de un paraíso futuro, de una vida mejor, una vida de sueños?, -se preguntó. Para hacernos sentir frustrados?

Tuvo que volver a esforzarse en no limitar sus pensamientos. Por qué tenía tanto miedo a dejar volar su mente? Tan peligroso era salirse de los moldes en que había sido educada?

Rebelándose a esos mandatos registró que una pareja con este caballero no sería el paraíso. En el mejor de los casos podría ser una linda pareja. O tal vez pudieran desarrollar una relación de amistad, sin que eso implicara tener que casarse o estar juntos.

Los paraísos futuros no existen. Y el futuro no es construir una seguridad, sino la capacidad de caminar y desplegarse, profundizar y profundizarse, -concluyó.

Por qué nuestra mente es tan binaria y extremista?, -se lamentó. Y aunque elija no acostarme con él, si alguna vez ocurriera, tampoco es un drama. Los dramas son otra cosa. Aunque hagamos escándalos por estas cuestiones, no valen tanto, -se sinceró.

Releyó el mail que había escrito. No copió a su marido. Tampoco propuso sumarse al eventual encuentro entre amigos que estaba presentado.

Tranquila, apretó enviar.