Todos los días al salir de la ducha, trataba de no mirarse desnuda en el espejo. Le hacía daño verse completamente desfigurada. Pero algo en su interior quería confrontar esa verdad de ciento treinta kilos que ella trataba de negar.

Dejó caer la toalla a sus pies, y ahí estaba su cuerpo, mórbido. Era algo sobrecogedor, como ver a un hipopótamo a escasos metros. O también, observar a un prisionero de guerra devastado.

Sus heridas eran bien claras; lo que no tenía tan claro era cuál había sido su combate? Vivir?

Ahí desnuda frente al espejo, fue la primera vez que no se dio asco de sí misma. Pudo verse con misericordia.

-Qué me pasó?

Su pregunta no tuvo respuesta.Solo veía su cuerpo deformado, sus pechos que hacía rato que eran cualquier cosa menos algo sensual.

Se secó con dos toallones -uno solo no alcanzaba-, se vistió con esa ropa inmensa que hacía décadas compraba en un lugar de Chacarita, y salió.

Se alegró al ver que había otras personas en la parada del colectivo. Cuando estaba ella sola no era raro que los conductores siguieran de largo. Alguien querría a los gordos?

Subió los dos escalones del bus con dificultad, y una vez adentro, se fue para el fondo, tratando de obstruir la circulación lo menos posible. Al cabo de unas paradas una persona se levantó, aunque Mirta optó por no sentarse. Sabía que no entraba en un asiento. Necesitaba dos, lo que en momentos de muchos pasajeros generaba una violencia contenida. Tanta gente parada, y esta gorda ocupando dos asientos? Por qué no viajaría en un camión para ganado?

Luego de un rato, la tortura llegó a su fin y ella descendió. Después de caminar dos cuadras, llegó muy agitada al centro de salud. El médico le explicó cómo era la cirugía gástrica.

-Bueno, piénselo tranquila, convérselo con su familia, y cuando quiera nos volvemos a ver, -le dijo afectuoso.

-No tengo nada que pensar. Dígame cuál es la primer fecha disponible y me opera.

El médico se sorprendió por la determinación, aunque comprendió bien las circunstancias. Si bien la cirugía tenía sus riesgos, seguir viviendo en esas condiciones era aún más riesgoso.

La operación y su post operatorio fueron exitosos y Mirta comenzó a perder peso muy rápido. En seis semanas ya había descendido treinta kilos, volviendo a pesar menos de cien por primera vez en décadas. Podría volver a ponerse un pantalón de cuero? Solo imaginarlo le ponía la piel de gallina.

En pocos meses Mirta era una persona normal. Pesaba 67 kilos, algo que no ocurría desde su adolescencia. Mirándose en el espejo después de ducharse, observaba los girones de piel y tejidos que le colgaban como si fuera un perro Shar Pei. Ahora le esperaban las cirugías reparadoras para poner en orden tanto desequilibrio. Igual, para poder hacerlo tendría que pelearse mucho con la obra social ya que el sistema de salud no cubría los costos de estas frivolidades.

Después de meses de discusiones y amenazas, Mirta logró que le pagaran la cirugía reparadora. Una vez operada, decidió no mirarse al espejo hasta que le sacaran todos los puntos, y sus tejidos se desinflamaran. Soñaba con ver un buen cuerpo.

Llegó el día decisivo, y luego de ducharse llegó la hora de la verdada. Los cirujanos habían hecho un gran trabajo. Mirta era una persona de talle medio, sin grandes secuelas visibles de la catástrofe que había sido.

Parada frente al espejo, sintió orgullo por el camino recorrido. Sin embargo, se sentía rara, como si no fuera ella. Intentó tranquilizarse, razonando que era comprensible sentirse extraña cuando había vivido más de treinta años en un cuerpo que era el doble que el actual.

Así y todo, la explicación no la satisfizo. Sentía un malestar difuso que no lograba identificar. Se vistió con la poca ropa que tenía para personas normales, y decidió salir a comprarse algunas prendas más lindas. Ya era hora, después de no haber podido usarlas durante cuarenta años.

Parada frente al espejo en el local del shopping, se probó su anhelado pantalón de cuero negro.

-Quedaré ridícula?, -se preguntó.

El malestar que había sentido en su casa había crecido. Con el pantalón pegado al cuerpo sintió miedo.

-Y si vuelvo a engordar?

Un frío escozor le corrió por la espalda. No quería ni imaginar ese escenario. Vino a su mente esa investigación en donde personas que habían perdido mucho peso preferían enfermar de cáncer antes que volver a ser obesas.

Mientras se probaba blusas, se dio cuenta que el malestar se había transformado en angustia. A qué? Sería presión, miedo a perder lo que tanto le había costado lograr?

Con su pantalón de cuero negro y una blusa blanca divina, vinieron a su mente los cuatro abusos sexuales que había sufrido entre sus ocho y doce años. Frente al espejo del cambiador de aquél local, comprendió todo.

Sin haber sido consciente, había tomado la decisión de no ser atractiva. No ser deseada sería una buena forma de protegerse de los hombres. Y si lograba ser repulsiva, mejor.

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