-Ayer recibí una lección de vida.

-Cómo fue?

-Hace años que nado, y creo hacerlo bastante bien. Meses atrás vino un profesor nuevo al club, y tomar unas clases. Finalmente accedí y resultó sumamente enriquecedor.

-Por qué?

-Básicamente, porque las observaciones que él le hizo a mi técnica, aplican a mi persona. Los buenos profesores de todas las disciplinas artísticas y deportivas que he aprendido, me han hecho correcciones que siempre son las mismas. Evidentemente, arrastro las mismas dificultades y limitaciones a todas las cosas que hago…

-Y cómo podía ser de otra forma?, -preguntó el Maestro con sorpresa. -Si fueras petiso, llevarías tu baja estatura a todo lo que hagas, sea jugar al básquet, al tenis, pintar o tocar la guitarra. Pero los seres humanos solemos creer que eso no aplica a cuestiones de la personalidad cuando en realidad es exactamente igual.

-Nunca lo había pensado de esa forma, aunque hace rato que registro con claridad que mis limitaciones se expresan en las distintas actividades que hago. Son siempre las mismas.

Como haces algo, haces todo, dirían los japoneses.

-Qué buena definición, -dijo el discípulo admirado.

-Qué fue lo que te señaló el profesor de natación?

-Muchas cosas, pero hubo dos que me llegaron al alma, porque tienen que ver con rasgos muy profundos de mi personalidad. Él no lo hizo con ese sentido, sino simplemente circunscribiéndolo a mi forma de nadar. Sin embargo, no pude dejar de ver más allá de las correcciones técnicas y hacerme cargo de que eran algunos de mis históricos problemas…

-Contame…

-En primer lugar, le llamó la atención que nunca relajaba los brazos. Después de realizar la brazada, cuando tenía que traer el brazo de vuelta, lo hacía con fuerza. Normalmente debe volver solo, casi como un resorte que recupera su posición natural. En mi caso, los traía por la fuerza. Como si pretendiera forzar al resorte a volver a su lugar luego de haberlo estirado. Totalmente innecesario. Y aunque he nadado cientos de kilómetros a lo largo de mi vida, nunca me di cuenta.

-Qué paralelismo encontraste con tu personalidad?

-Que nunca puedo relajarme. Hasta cuando naturalmente tengo que hacerlo, sigo haciendo fuerza.

-Interesante…

-En esa misma línea, al profesor le llamó la atención que no aprovechara mi inercia de desplazamiento. Señaló que yo estaba permanentemente empujando, cuando en realidad había un tiempo para hacer fuerza y otro para deslizarse. Aunque los dos están interrelacionados, nunca me enteré. Para mí el único ritmo existente es el de hacer fuerza todo el tiempo. Bracear al máximo continuamente, y trayendo los brazos de regreso también por la fuerza.

El Maestro suspiró como si él mismo estuviera agotado.

-Por otra parte, -agregó el discípulo, me mostró que mi brazada era incompleta y le faltaba profundidad.

-Y cuál sería el correlato con tu vida?

-Por ese apuro crónico con el que vivo, hago todo superficialmente. Cómo es posible hacer algo con profundidad si estoy tan urgido? Mi brazada es superficial, y la mayoría de cosas que realizo están hechas en forma superflua, porque estoy muy presionado.

Presionado?

-Por llegar a donde tengo que llegar; hacer lo que tengo que hacer.

-Qué sería eso cuando estás en la piscina?

-Nadar los dos mil metros que tengo que nadar, y hacerlo en forma intensa para mantenerme en forma. Y el profesor dice que en vez de maltratar al agua con mis brazadas hostiles, debiera ser parte de ella y deslizarme…

-Más que un profesor de natación, es un maestro, -dijo el Maestro. Te hizo observaciones muy agudas. Enseguida pudo registrarte en profundidad. Te recomendaría que tomes muchas clases con ese caballero. Puede ser una gran oportunidad para vos.

-Oportunidad para qué?

-Muchas cosas, diría.

-Por ejemplo?

-Vos no administras tu tiempo, sino que tus impulsos te administran a vos. Hay cosas que no se resuelven corriendo, sino parando. Y a vos te cuesta mucho parar. No sos dueño de tu tiempo ni de vos mismo. Si lo fueras, podrías controlar el ritmo. Ir hacia adelante, ir para atrás, detenerte. En cambio, tú único modelo es ir hacia adelante y a toda velocidad.

El discípulo escuchaba con atención.

-Como bien señala este señor, no te podés relajar nunca. Estás siempre tenso, por no decir angustiado. Esa enorme dificultad de estar en paz con vos mismo, tal vez pueda ser trabajada aprendiendo a nadar sin tener que estar todo el tiempo forzado…

-Siento que si no estoy todo el tiempo esforzándome no voy a llegar a donde tengo que llegar.

-Antes de contarme cuál es ese lugar al que debés llegar, te digo que pienso exactamente al revés:

Estar siempre esforzándote, más que garantizar que llegues a tu objetivo, garantiza que no llegues.

-Por qué lo decís?

-No solo porque es agotador, sino porque no se puede andar por la vida así. Con ese nivel de esfuerzo constante la performance es inevitablemente pobre.

-Por qué?

-Por una lado, somos seres vivos y nos cansamos. Nos agotamos. Si estás todo el tiempo empujando, desearás terminar pronto, sacarte de encima las tareas, cumplir. Pero estás cumpliendo con alguien de afuera e incumpliendo con vos mismo.

-Qué sería cumplir conmigo mismo?

-Y, si lo que hacés está muy conectado con quien vos sos, es difícil que lo hagas apurado o te lo quieras sacar de encima. El tema es que para vos todo es un medio para un fin. Entonces tenés que hacerlo lo más rápido posible porque en el fondo no te interesa mucho. Solo querés los resultados que supuestamente te proveerá. El asunto se complica porque es probable que aún alcanzando los resultados deseados, los mismos no te satisfagan… Yo te preguntaría por qué estás tan apurado cuando nadas?

El discípulo se sintió desnudo. Después de unos instantes dijo:

-Nado para cumplir varios objetivos. Estar entrenado, descargar tensiones, no engordar, permitir que el agua flexibilice músculos y articulaciones. Y para que eso ocurra debo nadar bastante y a un ritmo intenso.

-Te gusta nadar?

El silencio que causó aquella pregunta fue desolador. Dadas las circunstancias, el Maestro decidió continuar.

-Es un problema que nadar sea otra de tus obligaciones. Las razones que planteás son comprensibles, pero con tanta exigencia esterilizás todo. Siempre corriendo, siempre apurado, siempre empujando… Te perdés el camino. Por no decir que no hay camino. Parecés un hamster en esas rueditas, que pese a que caminan y corren, siempre están en el mismo lugar. Solo se cansan, se agotan, y no avanzan en ninguna dirección.

-Un poco duro tu comentario.

-Puede ser, pero la realidad siempre es más dura.

-Las tortugas saben más de los caminos que las liebres…

-Claro. Pero además, las liebres también paran. Vos en cambio, no parás nunca.

-Y qué más pensás que podría aprender tomando clases con este profesor?

-El objetivo debiera ser aprender a hacer mejor las cosas. En la natación, y en la vida. Cuál era el lugar al que tenías que llegar, ese que condicionaba toda tu existencia?

El discípulo volvió a sentirse incómodo.

-Quiero llegar a ser alguien importante, valioso, reconocido.

-Vos tenés que transformarte en alguien valioso, en vez de trabajar para que tu imagen sea valorada. Eso no sirve para nada; puede ser un error mortal. Qué te importa la opinión de los otros!

-Pero me importa…

-Lo sé y te comprendo; solo pretendo señalarte que no es relevante.

Ante el silencio del discípulo, el Maestro continuó.

-Tenés que dejar de competir, para poder dedicarte a aquellas cosas que para vos sean buenas. Estar en el estado en que necesites estar. Tu único objetivo debiera ser aprender. Ver de dónde podés extraer más experiencia, trabajar con alguien que te pueda hacer crecer.

-Es un paradigma bien distinto del que tengo.

-Y sí. Pero imaginate viviendo más relajado. En armonía con vos mismo. Sin tener que estar empujando todo el tiempo.

-Casi que me resulta imposible imaginarlo.

-Los árabes dicen que el diablo inventó la prisa. Es una gran verdad, porque nada bueno sale de ella. Realizá un esfuerzo consciente por hacer todo más lento. Y no empujes permanentemente. No solo no hace falta, sino que es contraproducente. El terapeuta Fritz Perls decía: «no empujes el río, ya fluye por sí solo.»

Artículo de Juan Tonelli: No empujes el río, fluye por sí solo

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