Estamos convencidos que la vida de los demás es más interesante que la nuestra. Que a ellos les ocurren cosas impresionantes, apasionantes, maravillosas. En cambio nuestra vida es gris, tediosa, rutinaria. Somos la cenicienta perpetua, sin acceso a ningún príncipe ni vida luminosa. 

Y sin embargo, todas las vidas son una oportunidad. El interior de cada uno es un misterio y un milagro. Lo que sentimos, lo que nos pasa. Aprender a vivir es haber experimentado como en Las Mil y Una Noches, que fuimos al fin del mundo en la búsqueda de un tesoro, para descubrir allá que el mismo estaba enterrado en el jardín de nuestra casa.

-Me llama la atención que todo el tiempo hablás de otros. Como si tu propia vida no fuera interesante. En la de los demás, siempre pasan cosas interesantísimas. Y a juzgar por lo poco que hablás de la tuya, pareciera que no sucede nada… El eje siempre está puesto en el otro.

Las palabras del Maestro lo sacudieron. La observación era muy precisa.

-Y por qué pensás que me pasa esto?, – preguntó el discípulo asumiendo la hipótesis como cierta.

-No lo sé. En general estos temas arrancan en la infancia. Un núcleo familiar que asigna roles, que los integrantes aceptan.

-Definitivamente fue así en mi casa. Mi hermano era el importante, al que había que escuchar. Él estaba lleno de aventuras, relatos increíbles. Mi madre hablaba mucho y decía poco, y mi padre y yo escuchábamos.

-Y en tu vida no había aventuras?, -preguntó el Maestro hundiendo el bisturí.

El discípulo, emocionado, asintió. -Las mismas o mejores que las de mi hermano. O distintas, pero aventuras al fin. Solo que no tenía mucho lugar para compartirlas.

-Por qué?

-Todo el espacio estaba asignado a mi hermano. Yo tenía que moverme por los márgenes. Los pequeños intersticios que quedaban disponibles. Meter algún comentario, acotar alguna palabra precisa que ratificara o acompañara lo que él contaba.

-Un actor de reparto…

-Algo así.

-Sin embargo vos siempre has sido un protagonista. Un hombre de resultados, lo cual no se condice con alguien que acompaña discretamente desde la penumbra.

El discípulo se quedó pensativo reflexionando.

-A fuerza de escuchar relatos increíbles de la vida de otro, creía que lo intenso, lo bueno, sucedía en otro lado. Con los años fui descubriendo que a mí también me ocurrían cosas interesantes y fuertes.

-Por ejemplo?

-Destacarme mucho en los estudios, las artes o el deporte. Y esos logros extraordinarios llamaban mi atención…

-Por qué?

-Como si me diera cuenta que después de todo yo también tenía valor.

-Te sorprendías dándote cuenta que no eras solo parte de la audiencia sino que también tenías una vida propia en la que el importante. Y que tal vez, a ese actor le ocurrían cosas más intensas que al supuesto actor principal…

-Algo así, -reconoció el discípulo con cierta timidez.

-A qué edad terminaste de enterarte que eras alguien con muchas condiciones?

-Al principio de la adolescencia.

-Pareciera que recordás bien el momento…

-A mis catorce años me sorprendí al enterarme que no era callado. En mi familia siempre se decía eso, y en el club tomé conciencia que hablaba bastante. Claro, tenía lugar para hacerlo.

-Y llegaste a contarle eso a tus padres, por ejemplo?

-A mi madre, que era la única que estaba físicamente disponible.

-Tu respuesta lleva implícito que tu madre no estaba emocionalmente disponible, por lo cual no debe haber servido de mucho que le hayas compartido eso.

-Y sí… Le gustó enterarse que yo no era tímido. Pero nunca llegó a preguntarse por qué razón no hablaba en casa.

-Y cuándo se estructuró esta conducta de convertirte en relator de la vida de otros? Resulta muy paradójica, porque tu historia es muy intensa. Sin embargo, el eje de lo que hablás y hasta actuás, siempre está puesto en terceras personas. Como si fueras un satélite, cuando en realidad tenés mucha luz propia.

-Ser un astro me pesa. Aunque lo anhele y busque con todo mi corazón, cuando los faroles se posan sobre mí, siento presión y mucho miedo a equivocarme. Por ende, termino apurando el paso para salir de esa situación lo más rápido posible…

-Y regresar detrás de bambalinas a un lugar donde la penumbra te protege…

El discípulo asintió avergonzado.

-Qué difícil; por un lado querés que todos los reflectores se posen sobre vos, y cuando ocurre estás incómodo. Igual, con la historia que contás se comprende perfectamente. Si tu hermano era el único habilitado para estar en el centro del escenario, es difícil que la reacción adaptativa a esa experiencia no te acompañe toda tu vida. Así y todo, son dos planos distintos. A mí no me preocupa que no hables tanto; el tema importante es la sensación de vivir como una rémora que acompaña a los tiburones, cuando en realidad, ni los otros son tan grandes, ni vos sos tan pequeño. Contame de tu padre…

-Mi padre fue otro sobreviviente de ese esquema…

-A qué sobrevivía?

-A mi madre y a la dinámica familiar de ella.

-Cuál era esa dinámica?

No había espacio para vivir.

La impresionante frase del discípulo dejó congelado al Maestro.

-Todo era apariencia. Había que ser como quería mi abuela; nunca se podía ser como uno era.

-Algún ejemplo?

-No te podía gustar la sidra porque era una bebida de clases populares. Te tenía que gustar el champagne, que era aristocrática.

-Y a vos obviamente te gustaba la sidra…

-Por supuesto…

-Y tu padre qué hizo?

-Se rajó.

-Se fue con otra mujer?

-No. O sí, pero no.

-Cómo es eso?

-El matrimonio era para toda la vida, así que él no se podía separar. Pero como en casa no se podía hablar, y muchas veces ni se podía estar, él cortó por lo sano y no estaba nunca.

-Los dejó a vos y a tu hermano en ese ambiente algo tóxico

-Cuarenta años atrás esas cosas no le preocupaban a nadie. El hombre trabajaba y la mujer cuidaba el hogar. Si éste era un infierno, era problema de sus habitantes. Mi padre armó una vida con mucho trabajo, en donde casi no lo veíamos. Y con esa excusa nadie se podía meter con él porque estaba «trabajando»… Aunque dentro de esa amplia bolsa estarían sus amantes, sus espacios de tranquilidad, sus amigos y su propia familia que era rechazada por mi madre…

-Entiendo… Como le fue a tu padre en términos profesionales y vocacionales.

-Mas o menos. Eligió una profesión un poco porque le gustaba y otro poco por mandato. No brilló aunque tampoco le importaba. Armó una vida a su medida, sin jorobar a nadie pero evitando que lo cargaran a él, cosa que en una familia es inevitable. Mi madre decía que él era autista. En realidad, parecer solitario era su forma de sobrevivir.

-A mi me gustaría que vos fueras más que un sobreviviente, -disparó el Maestro volviendo a poner el foco en el discípulo.

-Yo no me siento un sobreviviente.

-Lo sos. Sería bueno que te animes a concentrarte en tu vida. Que ahí pongas el eje. En qué hacer con ella, más que relatar la fascinante vida de otros.

El discípulo permanecía callado.

-Pensás que la vida de tantas personas importantes que te rodean es mejor que la tuya?

-Es una pregunta un poco amplia. En qué sentido lo decís?

-Pensás que ellos son mejores que vos? Que en sus vidas ocurren cosas importantes y en cambio en la tuya no pasa nada?

-No. Sé bastante bien quién soy y lo que valgo.

-Qué pasaría si ponés el foco en armar tu propia historia, tu vida? Al que le interese bien, y al que no, mala suerte. Después de todo, es mucho más importante vivir que contar lo que uno vive…, -dijo el Maestro con una sonrisa pícara.

-Creo que lo estoy haciendo. Solo que lo hago en forma discreta.

-Y por qué ese pudor? Es el mismo mecanismo que utilizabas cuando eras niño? Que no te vieran venir hasta que conseguías un logro enorme con el cual sorprendías a todos?

-Puede ser…

-La idea de que tu vida no era interesante ya pasó. Fue hace treinta años. No tengas más pudor. Si te gusta la sidra, tomala a la vista de todos. Basta de sostener la copa de champagne sin probarla, o peor aún, sentirte obligado a beber algo que no te gusta.

El discípulo sonrió.

-Y qué decís con respecto a mi temor cuando los reflectores se posan sobre mí?

-No me parece muy importante. Solo lo es cuando estructuramos nuestra vida en función de ello. El reconocimiento nunca nos da plenitud, aunque podamos sentirnos infelices si no nos registran. A mi entender, el principio rector es averiguar quiénes somos, que queremos, y transitar ese camino más allá de los resultados.

-Qué liberador

-Todo lo que nos conecta con lo auténtico, es liberador. Y lo que nos aleja de nuestra verdad interior, es doloroso. Debiéramos prestar más atención a aquello que nos brinda paz y alegría, y a lo que nos angustia. En el fondo, se trata de la mejor brújula que podemos tener en nuestro camino.

Artículo de Juan Tonelli: La vida de los demás es más interesante que la mía.

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