Federico sintió miedo a ser descubierto. Aunque tenía cincuenta años, experimentó una emoción similar a cuando era un niño. Evocó estar haciendo algo prohibido y temer que los descubrieran y penalizaran.

Pero en este caso; qué era lo prohibido?

No estaba haciendo nada malo. Cuando esperaba a ser atendido por uno de los gerentes de la empresa, escuchó la voz del presidente de la compañía.

Como tenían mucha relación, temió encontrarlo mientras aguardaba a uno de sus subordinados. Cuál sería el problema?

Pensó en la paradoja que teniendo un fuerte vínculo con el presidente, quisiera entrevistarse con otra persona de menor rango. Aunque parecía carecer  de sentido, lo tenía.

Federico quería venderle un servicio a aquella empresa y no quería quedar expuesto ante el presidente. Aún cuando las chances de concretar la venta se incrementaran si veía al número uno de la organización, había optado por entrevistarse con un gerente.

Su mente conocía bien las razones. Si bien él tenía una buena amistad con el presidente, sus conversaciones siempre eran asépticas. Federico se ponía más allá del bien y del mal. No necesitaba nada. Su vida era toda transparencia y corrección. Se mostraba como un gran tipo, aunque en el fondo había un par de temas ocultos.

Por un lado, el orgullo al mostrarse superado, sin necesidades de ningún tipo, hecho que obviamente, no era cierto. Federico, como todo ser vivo, tenía deseos e intereses.

Por otra parte, el concurso que estaba organizando aquella empresa para definir el proveedor llevaba implícito algunos pecados menores con el gerente que decidía la compulsa.

Federico podría haberlo denunciado con el jefe, pero quería y necesitaba ganar aquella venta. A dónde habían quedado esos principios y pulcritud que durante horas declamaba con el presidente?

Tuvo que asumir que  sus intenciones no eran tan puras. Estaría mal querer vender? Aunque la respuesta obviamente era negativa, Federico exploró su temor a ser descubierto.

Registró su miedo a exponerse. A que el presidente se diera cuenta que Federico necesitaba cosas, y peor aún, a que pudiera no elegirlo. Percibió el conflicto que tenía consigo mismo por el personaje altruista y desinteresado que había construido.

Se mostraba como un ángel, alguien perfecto. Solo le faltaban las alas. No miraba a ninguna otra mujer que no fuera su esposa, trabajaba bien y sin pedir nada a nadie; y solo tenía buenas intenciones.

Se rió de sí mismo al darse cuenta que ese no era él. Le encantaba el dinero, y tenía pensamientos de todo tipo, como cualquier ser humano. Después de todo, quién no había robado algo a sus padres? Quién no había tenido deseos de acostarse con otras personas?

El núcleo del problema parecía ser que se había creído el personaje.

Si desear estaba mal, vivir era un infierno.

Mientras estaban vivos, los seres humanos siempre deseaban. Si bien los deseos podían ser de los más variados, los más taquilleros eran el dinero, el poder, la fama, la belleza, el sexo.

Volviendo sobre sí mismo, encontró un gran censor sobre todos esos deseos. Estaba mal hacer que el dinero fuera el eje de la vida. Buscar fama o poder. Ser infiel, o acostarse con otra persona solo por placer o sin un vínculo sentimental. Pretender ser reconocido.

Si todo eso estaba mal; qué lugar quedaba para vivir? Acaso vivir no conllevaba una o varias de esas pasiones? A quién no le cabía la pasión básica de cualquier ser humano de querer ser reconocido? Y las demás; no eran distintas manifestaciones de pretender ser amados? Deformadas o no, eran todas expresiones de ese profundo anhelo humano.

Federico tomó conciencia de que no tenía ningún espacio interior para aquellas pasiones. En el fondo y aunque no se hubiera dado cuenta, él debía ser perfecto. Nada de sentir esas bajezas humanas. Debía ser alguien luminoso y espiritual. Que otros tuvieran esos sentimientos primitivos.

Explorando a fondo su corazón, registró que todos aquellos sentimientos habitaban su corazón. Y varios más. Por supuesto que tenía épocas en donde algunos eran más demandantes. Sin embargo, todos estaban allí.

Suspiró al pensar que desde su adolescencia no les había dado ningún lugar. Recordó su vida sentimental. Sacando el primer romance que había sido legal por ser el primero, había reprimido todos los sentimientos de las demás veces que alguien lo había movilizado. A lo largo de su vida había aplastado muchas historias. Solo se habían salvado un par en donde su fuerza había resultado insuficiente y la pasión se había llevado puesto todo.

Qué hubiera pasado si se hubiera permitido sentir lo que sentía? Para él era una pregunta imposible porque darse lugar era sinónimo de ceder a esa pasión. No había punto medio. Como si pensar o sentir fuera lo mismo que hacer. Quién no había tenido algunas veces pensamientos homicidas? Y acaso era lo mismo que ser un asesino?

Federico continuó analizando otras pasiones. Vivía criticando a todas aquellas personas que buscaban poder, dinero, o prestigio. Tuvo que asumir que él no era muy distinto. En todo caso, la diferencia era que se auto limitaba porque le parecían mal. Sin embargo, su corazón debía sentir lo mismo. Acaso él era más virtuoso por no perseguir lo que sentía? Era razonable pretender no sentir ninguno de esos sentimientos?

Tuvo la íntima sensación de estar pidiéndole a la vida algo que ésta no podía darle. Tenía cincuenta años, no ochenta. Tal vez sobre el final de la vida las personas ya no tuvieran pasiones. Porque hubieran descubierto que no brindaban lo que prometían, o más humano aún, porque ya no tuvieran fuerzas para seguirlas. Por otra parte; qué garantías existían que al ser octogenario no se deseara más?

Volvió a preguntarse si él era más virtuoso que aquellos a los que criticaba. Era evidente que no. Sentía lo mismo que ellos. En todo caso, era más neurótico que la mayoría porque deseaba algo que finalmente no tenía el coraje de hacerse cargo.

Federico había hecho de la limitación una virtud. Y aunque pudiera serlo, sus motivaciones más profundas no eran virtuosas. En el fondo de su corazón, él evitaba esas pasiones porque estaban mal. Hubiera sido mucho más sabio, verdadero y profundo que no las hiciera porque le hacían mal, y no porque estaban mal.

La diferencia que parecía sutil, no lo era. En el fondo, se trataba de quién regía su conducta. La mirada de los demás, o la suya propia?

Tomó conciencia del pantano en el que estaba metido. Descubrió que no era tan virtuoso como imaginaba. Era igual de primitivo y humano que tantas personas a las que juzgaba. Solo que era más neurótico, por no hacerse cargo de lo que sentía.

Se preguntó cuál sería el equilibrio entre darle lugar a las pasiones sin por eso convertirse en un animal. En dónde residiría la verdadera virtud de las personas? Se sintió un poco como un impostor.

Recordó una comida con su terapeuta, quien en un momento destacó la increíble evolución cultural del ser humano. Para graficar su idea, había señalado una mesa lindante, en la que cenaba una joven pareja, con una mujer hermosa.

-Si no hubiéramos evolucionado -sentenció el terapeuta, -mataríamos a ese hombre, y agarrando de los pelos a esa mujer la obligaríamos a practicarnos sexo oral.

Ante la atónita sonrisa de Federico, prosiguió.

-Eso es lo que haría cualquier primate con una hembra que le atrae. Y nosotros tenemos el noventa y siete por ciento de su ADN. Por ende, que gracias a ese tres por ciento restante y miles de años de evolución, no nos comportemos así, es una verdadera maravilla.

Era evidente que uno no podía comportarse como un primate. Pero tampoco sobre actuar como sino tuviera nada que ver con ellos. Noventa y siete por ciento de la estructura genética era idéntica.

Mucho más complejo era el tema de la búsqueda de reconocimiento. Qué ser humano no estaba alcanzado por ese sentimiento?

Por primera vez en su vida, Federico pudo visualizar la complejidad de estos temas. Él no era tan virtuoso como creía, y tampoco muy distinto de todas esas personas a las que tanto criticaba.

No quería ser el macho alfa que mataba a su competidor para tener sexo con la hembra. Pero tampoco negar que la deseaba. Entre esos amplios extremos debía existir algún equilibrio.

Aunque fuera difícil, tomó la decisión de dejar de juzgar. En el fondo, la crítica a los demás era otra expresión del mismo alto estándar que no le daba lugar a sí mismo. La realidad -y las personas-, debían ser correctas, asépticas, perfectas.

Quién entraba en aquél molde?

Aunque no tuviera claro cómo seguir, registró lo incómodo que era vivir en esa horma de corrección. Tomar conciencia del molde, significó empezar a liberarse de él.

Artículo de Juan Tonelli: La incomodidad de vivir en un molde.

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