-Las personas fóbicas sienten miedos intensos e irracionales. Por ejemplo, conozco alguien que no puede ingresar a una autopista. Le da pánico pensar que está obligado a transitar un buen tiempo en ella sin que haya vías de escape.

-Y qué es lo que lo angustia?, -preguntó el discípulo intentando comprender.

-No poder salirse; estar obligado a recorrer un camino. Sentirse encerrado. A otras personas le pasa lo mismo con los vínculos…

-Lo decís por mí?

-Podrías ser un buen ejemplo.

-Maldito! Explicate mejor…

-Por un lado, como te fue mal en tu matrimonio, ahora siempre necesitás una distancia que te mantenga a resguardo. No querés ningún vínculo muy cercano, no sea cosa que te quemes de nuevo. Sería una suerte de miedo al sufrimiento, algo que es totalmente comprensible. Sin embargo, hay dos preguntas más profundas…

-Cuáles son?

-La primera es analizar si realmente te fue mal en tu matrimonio. A mi entender, tuviste uno bueno. Años en los que crecieron, gozaron, tuvieron unos hijos divinos…

El hecho que haya terminado no le quita valor a todo lo vivido. Con ese criterio, la muerte le sacaría el sentido a la vida…

-Tal cual …

-El otro asunto es que si bien comprendo perfectamente tu miedo a sufrir, vos tenés que hacer un esfuerzo por entender que tus reaseguros provocan más sufrimiento que el que pretenden evitar…

-Qué querés decir?

-Te acordás el cuento del gato que se sentó sobre una estufa, y como se quemó, decidió nunca más volver a sentarse…

-Tan mal estoy?

-Es comprensible que durante un tiempo el gato no quiera sentarse… Pero después hay que despertar y darse cuenta que el riesgo era la estufa, no el sentarse. Yendo al punto; si tu ex mujer no fue alguien malo o loco; por qué tanta distancia en todas las parejas que tuviste después?

Tenés conciencia que los reaseguros con los que te protegés del dolor de una eventual separación, dificultan que tengas una buena pareja hoy?

Después de un largo silencio, el discípulo dijo:

-Es que no quiero volver a vivir lo que pasé. Dejar atrás tu casa, tu familia, tus hijos, es desgarrador.

El Maestro lo miraba compasivamente.

-Entonces para no volver a perder, decidís retirarte del juego. Pero para vivir, justamente, se trata de jugar, de estar en la cancha. Y eso siempre conlleva la posibilidad de salir lastimado.

El discípulo permanecía callado. El Maestro prosiguió.

-Si el precio a pagar para no sufrir es retirarnos del juego, seremos muertos en vida. Las piedras no sufren. Pero tampoco gozan.

-Sufrí mucho mi separación…

-A mi modo de ver, la dificultad es pre existente a tu divorcio.

-Por qué lo decís?

-Probablemente la experiencia traumática a la que te referís haya sido otra. Mucho antes, cuando eras un niño. Tal vez fue algo muy grave, o tal vez no, solo que vos lo viviste con mucha intensidad. Igual, son todas hipótesis. Lo cierto es que a mi entender, tu protección para no quemarte es preexistente a tu divorcio. Éste solo la agravó.

-Nunca lo había pensado. Pero por qué decís que yo pongo distancia en las relaciones?

-Porque la cercanía o la intimidad te resulta intolerable.

-Por qué decís eso, si no hay nada que disfrute más que hablar con el corazón en la mano con aquellos amigos o personas con los que puedo hacerlo?

-Por suerte… Eso es lo que te mantiene sano; sino ya te hubieras muerto de un cáncer. Esa conexión a cuenta gotas sirve para drenar dolor y soledad.

-Me parece que estás siendo muy duro conmigo.

-La realidad suele ser más dura que cualquier palabra…

-En dónde observás que pongo tanta distancia?

-En tu permanente apuro, por ejemplo.

-Eso es algo de mi temperamento…

-O tal vez te permite evitar el contacto. Son como las salidas de la autopista que necesita el fóbico que no puede quedarse un buen rato en la carretera.

-Y por qué querría evitar el contacto?

-Por temor a equivocarte o a no estar a la altura de las circunstancias; por tu propia autoexigencia. En el fondo, todas manifestaciones de miedo a ser rechazado.

El discípulo se sintió tocado.

-Y vos decís que la prisa me evita esa situación?

-La acota. En vez de quedarte en la autopista, acelerás y te bajás en la primera salida.

-Qué tendría que hacer?

-Evitar soluciones mágicas, que la vida no ofrece…

-Dame algunas pistas, -suplicó el discípulo.

-En primer lugar, lo de siempre. Enterarse. Tomar consciencia de la situación. Después, empezar a comprender, muy lentamente, que así como al conductor no le pasa nada si se queda en la autopista, a vos no te ocurrirá nada malo si hacés contacto con el otro.

En la medida de tus posibilidades, deberías ir dejando atrás tu autoexigencia. Parar de descalificarte y exigirte impresionar a la otra persona. Basta con que te quedes tranquilo, y en función de lo que escuches, veas si hay algo que podés aportar. Sereno y abierto a escuchar. No angustiado por lo que se supone que debés contestar…

-Cuando tenía once años tuve el primer examen oral de mi vida, -dijo el discípulo, cambiando de tema aparentemente .

-Cuando el profesor de matemáticas me llamó al frente, me angustié mucho. Pero claro, yo era uno de los mejores alumnos así que se suponía que no tenía problemas.

-Un supuesto completamente falso, -interrumpió el Maestro con una sonrisa.

-Como pude me paré en la tarima delante de toda la clase y al lado del profesor. Él me preguntó la definición de intersección. Durante un instante, muchas cosas pasaron por mi mente. Sabía la respuesta, pero los nervios podían destruir todo. En esa fracción de segundo fui consciente que si la memoria no se sobreponía en forma rápida a la angustia que sentía, y me acercaba la respuesta, estaba liquidado. Caería en un abismo del que nunca más podría responder esa pregunta, o cualquier otra, pese a saberlas todas.

-Qué angustia

-Por suerte apareció la respuesta, la dije, y el profesor me puso un diez. Todos contentos y el peligro de muerte había pasado.

-Tremendo… El tema es que en algún sentido seguís funcionando así. Por algo se te vino a la mente en este momento…

El discípulo sentía compasión de sí mismo.

-Si estamos obligados a responder en forma instantánea y perfecta, la vida es muy limitada. Qué interacción puede existir con el otro si nos vinculamos de la forma en que lo hiciste en tu primer examen oral? Uno se convierte casi en un frontón, reducido a devolver la pelota en forma inmediata, y no mucho más. O en un comando, que escucha un pequeño ruido y dispara.

Vivir es otra cosa. La relación con el otro requiere tiempo, bajar la exigencia personal, y sobre todo, aprender a relacionarnos con nuestros miedos. No hay vínculo posible si sentimos tanto miedo.

-Increíble que haya vivido tantos años de mi vida de esta forma, no?

-Suelen ser los tiempos normales del aprendizaje, -cerró el Maestro guiñándole un ojo.

Artículo de Juan Tonelli: Miedo a relacionarme.

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