Marcos no tenía ningún margen interior para aceptar lo que estaba sintiendo. Ninguna posibilidad de ser él mismo.

Sus padres y la cultura en sentido amplio, habían decretado que estaba mal enamorarse de otra persona estando en pareja. No mal; muy mal.

Era algo que no podía pasar, salvo en los casos de personas traidoras, perversas y poco confiables. La buena gente no hacía esas cosas.

Así las cosas, el problema había crecido exponencialmente. Si estaba mal ser uno mismo; ¿como se podía vivir? La respuesta era la misma que todas las personas producían desde tiempos inmemoriales.

Si no es posible ser uno, se actúa, se interpreta un personaje que satisfaga o no intranquilice al entorno.

El problema, también proverbial, era que ese pequeño pecado muy justificable por la necesidad de entrar en los parámetros sociales, apartaba a las personas de sí mismas. Y esos dos caminos que en algún momento habían sido uno, empezaban a bifurcarse.

Al principio la distancia entre ambos era escasa, y solo perceptible en el fondo del corazón humano. Pero el correr del tiempo iba ampliando la brecha hasta llegar a un punto en que las dos realidades eran antagónicas e irreconciliables. El personaje interpretado y la persona real quedaban a años luz de distancia.

De ese desgarro, solía surgir una enorme presión interior para integrar esos mundos antagónicos. Y si no era posible por los rígidos cánones sociales, las alternativas futuras serían aún más dolorosas.

En ese contexto, era imposible que Marcos reconociera que se había enamorado de otra mujer. Ni siquiera con la salvedad de que él tenía veintidós años. No solo debía ser fiel, sino que debía serlo toda la vida. Si por esas cosas del destino hubiera que separarse de la novia, debía ser por alguna razón que no fuera deshonrosa. ¿Acaso la vida funcionaba así?

¿No era mucho exigirle algo así a alguien de solo veintidós años? ¿De dónde había surgido semejante mandato?

Para peor, aunque sus padres habían tenido romances y affaires como todo el mundo, ambos los habían mantenido en secreto. Era lógico; no querían poner la familia en crisis. Sin embargo; ¿no hubiera sido bueno explicarle preventivamente a sus hijos, que enamorarse de otra persona estando en pareja, era algo que solía ocurrir? ¿Y no era irreal exigirle eso a alguien que con veinte años estaba empezando a descubrir su propia emocionalidad?

Sin lugar para blanquear la situación, Marcos siguió negando que estaba profundamente enamorado de su compañera de trabajo. A tal punto que ni siquiera él mismo era consciente del asunto. A veces tenía algún destello de consciencia cuando se descubría yendo al trabajo contento, o arreglándose especialmente para ir a la oficina.

El tiempo fue pasando y erosionando su pareja en la medida que él se iba enamorando perdidamente. A su compañera le pasaba lo mismo y le llamaba la atención que él no avanzara un poco invitándola a tomar algo o encontrarse en otro contexto que no fuera el laboral.

Finalmente ocurrió lo inevitable y en los brindis de fin de año, ella se enteró que Marcos tenía novia. Se sintió profundamente traicionada porque él hubiera dejado correr aquél romance tácito. Asumió que no tenía mucho por reprocharle, dado que ni siquiera había sido invitada a tomar algo. ¿Pero por qué no había blanqueado la situación antes, explicitando que estaba de novio? Más serena, cayó en la cuenta que él debía estar bastante enamorado y tampoco querría cortar aquél idilio. Así las cosas, tomó la decisión de abrirse.

Vinieron las vacaciones y el envión inicial se hizo fácil. Marcos, seguía con su corazón y su mente puestos en ella, y cada vez más lejos de su novia. Pero todo esto seguía ocurriendo a un nivel inconsciente porque estaba prohibido. Él no podía romper el honor de su familia y sociedad a la que pertenecía.

Después de las vacaciones, cuando volvieron a encontrarse en la oficina, ella estaba con una coraza y puso una distancia que a Marcos le molestó bastante. No entendía su actitud. Claro, ¿cómo comprenderla si él mismo negaba el romance? Solo aceptando aquél amor prohibido podría entender la decisión de ella de distanciarse para no sufrir más.

Los meses pasaban y la dinámica era la misma. Marcos intentaba acercarse, pero ella no le daba cabida. Como él seguía negando, no comprendía el rechazo. Así y todo, persistía.

Cada mañana Marcos se arreglaba como se preparan los hombres que van a encontrarse con su enamorada. No había el menor detalle librado al azar. Si bien estaba enamorado hasta la médula, su cabeza negaba todo, apretujándolo a nivel inconsciente. ¿Como permitirse sentir eso, si por su educación era considerado un crimen de lesa humanidad?

El choque que se estaba preparando con la realidad era cada vez más grande. Cuando las personas negaban y reprimían el flujo de la vida ocurría lo mismo que con una represa. El agua seguía acumulándose hasta llegar a un punto en que las sólidas paredes del dique sufrían la primer fisura. De ahí a la hecatombe era sólo una cuestión de poco tiempo. Por eso la necesidad de tener compuertas que drenaran el flujo y evitaran las catástrofes.

Como suele ocurrir, un hecho aparentemente menor fue el que desencadenó todo el proceso contenido. Ella aceptó otro trabajo y Marcos tomó rápida conciencia que sus tiempos se acababan. Una cosa era persistir el cortejo teniéndola cerca, y otra bien distinta era que hiciera su vida en otro lado. Si esto ocurría, sería el fin de su sueño secreto.

Marcos estaba con su emocionalidad al límite. Al no aceptar que podía enamorarse de otra persona, -ni siquiera como una posibilidad-, tenía un nivel de angustia infinita. Sentía estar perdiendo el partido más importante de su vida y ni siquiera ser capaz de jugarlo o defenderse. Sin embargo, desde los mitos griegos se sabía que el amor era impredecible.

En la fiesta de despedida organiza por los compañeros de trabajo, Marcos se refugió del dolor bebiendo. Las horas discurrieron apaciblemente hasta que el diablo -o Dios-, metió la cola y todo se desencadenó con rapidez. La homenajeada, que durante varios meses había puesto distancia para no enamorarse aún más de alguien que estaba en pareja, decidió hablarle.

El alcohol en sangre que tenía Marcos, y las toneladas de represión hicieron el resto. En cuestión de minutos estaban hablando con el corazón en la mano, como si nunca se hubieran distanciado.

Cuando la fiesta terminó, él la llevó a su casa, manejando despacio para no chocar. La despidió con un beso en la mejilla, diciéndole que había disfrutado la noche.

Aunque en las formas no había pasado nada, había pasado de todo.

A las siete de la madrugada entró en su casa a dormir en paz. Por primera vez en mucho tiempo tenía la convicción que aquél amor, era posible. La alegría duró poco, cediendo paso a una ráfaga de angustia al recordar que tenía novia desde hacía cuatro años. ¿Qué hacer? La respuesta le heló la sangre, pero ya no tenía más remedio.

Los seres humanos podían negar y negar, pero cuando el velo de la verdad se corría, no había vuelta atrás.

Después de dormir pocas horas, llamó a su novia para encontrarse. Ella, ajena a todo este océano de sucesos, fue a verlo con un regalito. Marcos la esperaba con la cara desencajada y la frialdad de un miembro del ejército islámico. Ahí mismo le descerrajó que no seguían más juntos, sin darle mayores explicaciones. Ante la perplejidad de su novia, -que con su propia negación fue cómplice involuntaria de semejante situación y desenlace-, se inició un doloroso proceso de un mes en el que ella peleó por todos los medios para reparar algo que hacía rato estaba muerto.

En paralelo, Marcos mandó señales claras a su nueva enamorada, no fuera cosa que justo ahora se le escapara. Ella oscilaba entre aceptar las explicaciones de su chico -quien sostenía que hacía tiempo que venía muy mal con su novia-, y alejarse para no interferir en una pareja. Después de todo, también tenía sus propios mandatos que cumplir.

Sin embargo, la potencia del romance era tan fuerte que no pudo impedirlo. Sino había conseguido alejarse durante el año que había tomado distancia; ¿cómo podría lograrlo ahora que se había desencadenado todo?

En cuestión de semanas el romance ya estaba en la superficie. Más allá de la pena y el sufrimiento que le había ocasionado dejar a su novia, Marcos estaba feliz de la vida. Su única gran preocupación era mantener la nueva relación con un perfil muy bajo para guardar las formas. No quería ser un traidor ni alguien sin honor.

Veinte años más tarde Marcos podía mirar aquellos momentos de su vida con otra perspectiva. Toda la historia le inspiraba suma ternura. Sin lugar a dudas, le parecía increíble la soledad a la que había estado sometido. Las ideas de perfección y deber ser que le había inculcado la familia y la sociedad, lo habían dejado sin margen para vivir.

¿De donde habían surgido semejantes rigideces? ¿Y dónde estaban sus padres? ¿Por qué habían mantenido las formas sin darle ningún espacio ni pista alguna que le permitiera atravesar la situación con algo menos de angustia? Cualquiera que fuera honesto con su propia vida sabía que la vida no encajaba en las ideas, y menos aún en las referidas al amor.

Marcos, con hijos aún pequeños, deseaba transitar un camino bien distinto. No solo tener un diálogo abierto con ellos, sino también compartir todas las vicisitudes de su propia vida, para que llegado el caso, tuvieran algunos faros para orientarse.

El mayor aprendizaje de aquella experiencia fue que negar lo que uno sentía no servía de nada. Solo empeoraba las cosas. Ser capaz de recibirse a uno mismo, a lo que sentía, era de las actitudes más importantes que uno podía tener para vivir. Después de todo, si uno negaba una realidad por ser dolorosa, incómoda o incorrecta, ¿se modificaba? Por lo general ocurría más bien lo contrario.

Volvió a mirar a aquél joven de veintidós años con benevolencia. Todo lo que había sufrido inútilmente por no encajar en las normas. ¿Era un pecado? ¿Existía alguna persona plenamente justa, que siempre cumpliera las reglas? ¿O la historia de Sodoma y Gomorra tenían plena vigencia, sin un sólo hombre justo que ameritara salvarlas?

¿Las normas, estaban al servicio del hombre para orientarlo y cuidarlo, o era al revés, y a veces los seres humanos debían mutilarse para encajar en ellas?

Aunque comprendía que ningún marco normativo y social se podía constituir en base a excepciones, sintió que faltaba mucha comprensión y misericordia.

Se preguntó qué les aconsejaría a sus hijos si vivieran una situación similar. Varias ideas cruzaron por su cabeza. En primer lugar, saber que a lo largo de la vida era muy probable que se enamoraran de otra persona pese a estar en pareja, y que era mentira que ésta inmunizaba contra este tipo de accidentes.

Luego, comprender que ese enamoramiento era algo a aceptar y no a rechazar. Desde la aceptación de la situación, sería menos difícil poder procesarlo y atravesarlo. La maduración de la emocionalidad humana maduraba a lo largo de muchos años, y principalmente gracias a experiencias de este tipo. Nadie nacía sabiendo, ni era inmune a estos cataclismos. Afortunadamente.

Pero de todos los mensajes que podía transmitirles a sus hijos, el más importante era que no negaran lo que sentían, por más incómodo, incorrecto o doloroso que fuera. Recibirse a uno mismo era la primera de las tareas de todo ser humano que aspirara a tener una buena vida.

Artículo de Juan Tonelli: Sin margen para sentir lo que siento.

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