Muchas veces la vida es incierta. Nos presenta dilemas que es muy difícil dilucidar. Cuando la incertidumbre es alta y no sabemos qué camino tomar debemos considerar que de la presión nada bueno surge. Sentirnos presionados porque estamos obligados a decidir, porque hay poco tiempo, o por la razón que sea, suele agravar las cosas. En esos casos, lo mejor es ponernos cómodos con la vida, y darnos el tiempo necesario para que podamos ver y vivir las opciones, hasta que nuestro mismo cuerpo nos indique qué camino tomar. Dicen que crisis es cuando las preguntas no pueden responderse. En esos casos lo mejor es tolerar la tensión hasta que el tiempo nos permita construir una decisión.

-La verdad es que no tengo nada claro el tema.

-Por qué?, preguntó el Maestro.

-Por un lado tengo una buena vida, de la que no me puedo quejar. Pero las circunstancias que vivo parecen abrir ciertas puertas, cerrar otras, y no sé muy bien qué camino tomar.

-¿Y qué es lo que te preocupa?

-Justamente eso; no saber para donde correr.

-¿Cuáles serían las opciones?

-Ni siquiera las tengo bien claras. Por un lado estaría la posibilidad de hacer algo más vocacional que siempre me atrajo, aunque mal remunerado. Por el otro, seguir haciendo lo que hago ahora. Si bien es menos trascendente, me permite un desarrollo económico, algo que para mí es importante.

El Maestro reflexionaba en silencio. El discípulo, algo ansioso, continuó.

-Ya sé que me vas a decir que el dinero no es importante…

-Nunca te diría eso. El dinero, es importante. En todo caso, me preguntaba qué habría en lo profundo de cada alternativa. Las superficies suelen ser engañosas.

-¿Qué querés decir?

-Pueden confundirnos con falsas motivaciones. Los típicos espejismos que vemos los seres humanos.

-¿Cuáles podrían ser?

-Muchas de nuestras motivaciones profundas están relacionadas a nuestras carencias. Y de ellas, la búsqueda de reconocimiento es la más frecuente. Cuando no somos conscientes de nuestras carencias, éstas nos dominan por completo. Si en cambio, las reconocemos, tenemos algunas chances de elegir con más libertad y con más verdad.

-¿Qué te hace pensar que algo vocacional podría esconder una búsqueda de reconocimiento?

-Porque ese tema siempre está. Y cuando lo negamos es peor. ¿Harías esa actividad vocacional si supieras que vas a tener un lugar de poca exposición, o en el que no serás reconocido?

El discípulo se quedó callado. Era evidente que se trataba de un punto sensible. Ante el prolongado silencio, el Maestro prosiguió.

-Esa pregunta es central. Aunque ningún ser humano es indiferente al reconocimiento, si percibimos que ese es nuestro motor oculto, deberíamos analizar bien el caso.

-¿Para qué?

-Para no equivocarnos tanto. Negar que la búsqueda de reconocimiento nos resulta central, nos lleva por mal camino.  Pero reconocerla y minimizar lo que puede llegar a condicionarnos, también puede perjudicarnos mucho.

-¿Por qué?

-El primer caso es obvio; no hay peor enfermo que el que no lo admite. Sin embargo, con frecuencia observo que la mayoría de los que reconocemos nuestras enfermedades, simplificamos la cura. Personas que reconociendo su debilidad humana, consideran que con su voluntad alcanza. Como si bastara con una orden para que esa carencia dejara de condicionarnos.

-Y no es así…

-¿Pudiste sobreponerte a tus condicionamientos decretando el cese de esas pulsiones? Negar un problema es siempre la peor alternativa. Pero reconocerlo, no lo resuelve. Es solo un primer paso importantísimo. Pero como el camino es largo y cuesta arriba, la mayoría de las personas no quiere recorrerlo.

-¿Me estás diciendo que dejo mis actividades y vengo acá sin tener ganas de curarme?, -provocó el discípulo.

-Por supuesto, -le contestó el Maestro sin inmutarse. La mayoría de las personas no quieren curarse. Solo pretenden aliviar los síntomas.

El discípulo acusó el golpe. Percibía verdad en aquellas palabras. Después de un rato callado, preguntó:

-¿Y qué me aconsejarías frente al dilema que tengo?

-No niegues tu búsqueda de reconocimiento, haciendo como si no tuvieras ese problema. Pero mucho menos creas que sos un ser espiritual que con su sola voluntad se pone por encima de las debilidades humanas.

-¿Y frente a las opciones que tengo?, -repreguntó el discípulo algo ansioso.

-Eso es algo que vos tendrás que descubrir. No esperes una respuesta clara y contundente porque si la tuvieras no estarías en esta situación. Simplemente prestá atención a pequeños signos de por dónde puede pasar tu camino y por dónde no. Pequeñas signos. Solemos esperar señales imponentes, cuando en realidad, la vida nos vive hablando en voz baja. Solo después de años de sordera, empieza a gritarnos para ver si entendemos algo. Para ese entonces los costos suelen ser altos.

-¿Cómo se presentan esas pequeñas señales?

-Observá qué actividades te da alegría hacer, y cuáles no. En qué reuniones estás contento, y cuáles sentís que son tóxicas, que te envenenan el alma.

-Ufff…qué buenas referencias.

-Pensá con qué personas y con qué jefe podrías aprender mucho. Con quién te gustaría trabajar para vivir una experiencia rica.

-Nunca lo había pensado en esos términos.

-Es que en el fondo siempre estuviste tan preocupado por llegar a la meta que no te quedó mucha energía para conectarte con la experiencia o los compañeros de ruta. Paradójicamente, ahí está la mayor riqueza.

-Pensar en trabajar con alguien del que pudiera aprender me produce alegría.

-Y sí; aflojar la exigencia de tener que llegar te puede permitir relajarte un poco y aprender algo.

-Es que vivo con un sentido de urgencia, -se sinceró el discípulo.

-Contame…

-Correr, apurarme, porque si no no voy a llegar.

-¿A dónde?

-A la cima.

-¿A la cima de qué?

-No sé, del universo…, dijo el discípulo entre risas.

-Es muy difícil tomar buenas decisiones si siempre te sentís urgido. La vida a veces nos pone en situaciones límites; pero si vivís como si todo el tiempo estuvieras en una situación extrema es imposible decidir bien. Ni hablar de tener una buena vida.

-¿Y cómo hago?

-Finalmente nuestra identidad siempre se termina manifestando. Así que no te presiones por hallar tu destino lo antes posible. Alcanza con que te aflojes un poco y confíes en que los vas a encontrar. Correte del ahora o nunca.

-¿Y cómo hago para saber qué camino tomar?

-Imaginate viviendo cada opción. Pensá cómo sería tu vida el próximo año si transitaras ese camino. También, dentro de cinco años. Esto último sirve para descartar, ya que lo que puede convenirnos en el corto plazo, no se sostiene en el largo plazo. Conozco gente que meditando en su vida dentro de cinco años tomó la decisión de separarse. Imaginar ese horizonte les sirvió para tomar conciencia que no querían seguir con su pareja.

-Resumiendo, -dijo el discípulo entre risas. -Elegir el camino en donde perciba pequeñas señales de que transitarlo me da alegría. Salirme de la sensación de ahora o nunca, porque solo complica más las cosas. Buscar a dónde puedo aprender más, qué camino me interesa, me da ganas de recorrer. Imaginarme transitando el camino, y visualizar a donde no querría estar en cinco años…

El Maestro lo miró con ternura ya que no era adepto a las fórmulas. Sin embargo, percibiendo que su interlocutor buscaba ideas rectoras, a modo de cierre, le dijo:

-A cierta edad, las buenas decisiones se toman más con el corazón que con la mente. Movete en dirección a aquello que te conmueva.

Artículo de Juan Tonelli: ¿Qué camino tomo?

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