«Fui lo que eres. Serás lo que soy.»

El terrible epitafio grabado en la piedra de aquella lápida lo estremeció. ¿Quién sería ese muerto? ¿Alguien sabio o solo un provocador?

La vida, vista desde la muerte, cambiaba radicalmente. Pensar que terminaría como aquellas personas que estaban enterradas ahí le generaba una mezcla de emociones. Angustia, miedo, dolor, tristeza, impotencia.

Pero entre tantos sentimientos convergentes, Marco reconoció uno que nada tenía que hacer ahí: paz. ¿Por qué la muerte traería paz? O mejor dicho: ¿de qué cansancio o angustia lo liberaría?

Tratar de ensayar una respuesta no fue tan simple como reconocer la pregunta. Sin embargo, lo primero que vino a su mente fue que se había pasado la vida empujando. Aquél pasaje bíblico que decía que los pájaros del cielo no sembraban ni cosechaban y sin embargo, Dios los alimentaba, no aplicaba para Marco.

Registraba que su voluntad era limitada y que el universo era regido por fuerzas infinitamente más poderosas y ajenas a él.

Pero sentía que debía remar todo el tiempo. Nada de relajarse. Dormir con un ojo abierto. Si hasta cuando cogía no dejaba de llamarle la atención que sus compañeras perdieran completamente la cabeza, mientras él, sacando los seis segundos del orgasmo, siempre estaba alerta. Agotador.

Decidió caminar por los senderos de aquél cementerio, como queriendo ingresar en el mundo de los muertos. Infinidad de veces había flirteado con la muerte, corriendo grandes riesgos. Pero esto era distinto. Una cosa era manejar una moto a 250 km por hora sintiendo que al menor error podía matarse, y algo muy distinto era el espíritu imperante entre tumbas y lápidas. La velocidad generaba adrenalina; esto, solo quietud y silencio. ¿Acaso la muerte sería el final de todo? ¿No habría más nada? Intentando ser veraz consigo mismo, no encontró respuestas.

El cementerio tenía tumbas impresionantes, seguramente de personas ricas e importantes. Se rió en su interior al pensar lo absurdo que era tener una cripta opulenta. ¿A quién serviría? ¿Al muerto? ¿A sus familiares? La nada misma.

Se dio cuenta que estaba evadiéndose, como si no quisiera enfrentar el dolor de su vida. Pero; ¿qué le dolía?

Parado en su presente le dolían varias cosas. Lo que había perdido; lo que había sido incapaz de hacer; y sobre todo, lo que no se había animado a realizar y ya era tarde. Esto último ardía como fuego. Así y todo, registró que su pasado estaba razonablemente en paz. El tema parecía ser su presente. ¿Cuál era el problema?

Se sentó en un banco del cementerio deseando que algo de aquella paz le permitiera pensar mejor. Después de unos instantes pudo ver que el problema con el presente era que nunca estaba bien. Y no porque estuviera mal, sino simplemente porque era el momento en el que había esforzarse para llegar al futuro deseado.

Tomó consciencia que llevaba más de cuarenta años esforzándose. No es que su vida estuviera mal, pero resultaba agotadora. ¿No era que la existencia era como un río en el que uno podía fluir? Marco sintió que su río no fluía nada. O nadaba, o se quedaba quieto en el mismo lugar, sin llegar a ninguna parte. Peor aún; sin llegar a donde él quería.

Se preguntó a dónde quería llegar. Su interior solo ofreció respuestas vagas y difusas. ¿Y para eso tanto esfuerzo?

Después de un largo suspiro pensó que se había pasado su vida zafando. Lo importante siempre había sido cumplir, para después poder hacer lo que él quería, lo que le gustaba. Aquél pensamiento le produjo un sentimiento de frustración y angustia. Frustración, porque llevaba demasiados años cumpliendo. Angustia, porque no sabía qué era lo que quería.

Recordó sus años como deportista. Cada partido era una tortura. Además de ganar, necesitaba terminar rápido, para sufrir lo menos posible. La relación entre el deseo de ganar y el apuro era dinámica: si bien ganar era lo más importante, si la agonía del partido se prolongaba demasiado, el objetivo central de triunfar se desplazaba a terminar con la angustia, y el camino más corto para ello era perder. Marco había aprendido que la derrota era liberadora. Tal como parecía mostrarse la muerte ahora.

¿De qué lo liberaban las derrotas en el pasado? De la posibilidad de perder. Aunque resultara absurdo, si el presente se tornaba muy angustiante, ser derrotado podía convertirse en una buena opción. Y no porque fuera la primera opción ni lo que él deseaba. Pero si las cosas se complicaban mucho, su mente orquestaba todo para que la derrota viniera a liberarlo de la angustia.

Algo similar había ocurrido en su paso por la universidad. Como no le interesaba en lo más mínimo, su único objetivo había sido terminarla lo antes posible. ¿Aprender? ¿Qué cosa? ¿Para qué? ¿A quién le interesaba? Si a él no le interesaba la carrera; ¿para qué hacerla?

Preguntarse para qué estudiaba algo que no le interesaba ya parecía un ensañamiento consigo mismo. Sabía perfectamente que él no había tenido margen alguno de hacer lo que deseaba. Simplemente había podido elegir el mal menor, y de ahí su apuro en terminarlo cuanto antes.

Al analizar su vida retrospectivamente aparecía mucha información interesante. Se había apresurado en terminar la carrera para después poder hacer lo que deseaba. Sin embargo, después de graduarse no había hecho lo que quería. ¿Qué se había interpuesto? El tren en el que se encontraba no le había permitido semejantes libertades. Una vez recibido debía cumplir con el protocolo tácito de vida, y buscar un buen trabajo en el que hacer una meteórica carrera. ¿Para ir a dónde? ¿Para ser quién?

Las respuestas no aparecían; solo algunas pistas difusas y lamentables como lograr ser admirado. ¿Qué lugar ocupaba buscar una actividad que le interesara?

Con tristeza asumió que lo que le interesaba en realidad estaba definido por su entorno. No era lo que le interesaba a él, sino más bien, lo que debía interesarle.

Así las cosas, había pasado su vida sacándose de encima el presente, para llegar al futuro que él quería. Pero a sus cuarenta años se había enterado que seguía corriendo, y que el futuro era solo un espejismo que al convertirse en presente perdía todo valor para ser sacrificado en pos de sus objetivos.

Toda una vida sacándose de encima el presente. Por primera vez en aquella tarde, pudo comprender su fatiga. Era un cansancio profundo, de alguien que pasó la vida exigido. No era un corrida de cien metros sino una ultra maratón que para peor, desplazaba su línea de llegada sucesivamente.

Tratando de profundizar en sus altos niveles de ansiedad, registró que la misma era directamente proporcional a las expectativas que él tenía de sí mismo. ¿Como no ser ansioso si debía convertirse en un ser impresionante? ¿Cómo poder descansar, aflojarse un rato, hacer una pausa, si siempre había una tarea monumental por delante?

Sentado en un banco de piedra de aquél cementerio, sintió compasión de sí mismo. Entendió porque la idea de morir le había traído entre tantos sentimientos, uno de paz. Su cansancio era enorme. Pero no era un cansancio de la vida, sino más bien de su estilo de vida. ¿Se podría vivir de otra manera? Seguramente, aunque Marco no sabía cómo hacerlo.

¿Habría algún presente valioso, o siempre estaría reducido a ser un insumo de un futuro que nunca llegaba?

Después de un largo rato en que estuvo en silencio, los pensamientos fueron reduciéndose hasta desaparecer. En aquél momento no había exigencias. Nada que lograr. Nada que sostener. Sintió paz.

Como en el cuento de las mil y una noches, registró que después de buscarlo en los confines de la tierra, el tesoro estaba enterrado en su propio jardín. La paz no era algo a lograr, sino su estado natural. Bastaba con dejar de perturbarla para que aflorara nuevamente. Percibir que era como un manantial interior, le dio esperanza.

Marco no tenía claro cómo seguir.  No quería seguir viviendo así.  Pero tampoco, incorporar más obligaciones a su larga lista de exigencias cotidianas. Lograr la paz no podía ser otro insumo para su infernal maquinaria de aceleramiento y ansiedad.

Sentado en aquél banco de piedra frente a lápidas y tumbas supo que el único posible sería aquél que fuera iluminado por la consciencia.

Artículo de Juan Tonelli: Sin paz.

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