-Te importa más tu personaje que vos mismo.

La aguda intervención del Maestro lo atravesó como una espada. El discípulo sabía que era cierto. Más aún: era de esas verdades que más allá de comprenderse, se sentían en el cuerpo.

-¿Y es tan grave?, -preguntó tratando de justificarse.

El Maestro sonrió. No deseaba caer en la trampa de decir una verdad tan intensa que no pudiera ser procesada, ni tampoco, diluir algo que a su entender era importante.

-No conozco a nadie que haya podido ser feliz alimentando y sosteniendo un personaje.

-¿Por qué?

El Maestro reflexionó unos minutos. Luego, con suma serenidad contestó:

-Porque al final, con el personaje uno queda en una soledad abrumadora.

Aquella palabra volvió a clavarse en el corazón del discípulo. Sabía muy bien de qué le estaban hablando. ¿Quién no había experimentado la profunda soledad al construir un personaje? ¿Saber que uno no era lo que los demás veían? Tal vez, se podía llegar a engañar a todo el mundo, pero nunca a uno mismo.

Ante el largo silencio del discípulo, el Maestro preguntó:

-¿Qué pensás?

-Que en el fondo, tengo mucho miedo.

-¿A qué?

-A soltar ese personaje que como vos bien decís, no me hace pleno, pero es el que conozco. Y ciertas alegrías me brinda. Como contrapartida, el otro camino es desconocido y no sé qué clase de felicidad me puede deparar.

El Maestro reflexionó sobre los límites de la razón. Los seres humanos podían pensar horas y años en un problema, entendiéndolo con claridad. Sin embargo, afrontarlo requería otro tipo de involucramiento. Era imprescindible que la emocionalidad estuviera comprometida ya que de lo contrario nada pasaba.

-¿Qué pensas que te pasaría si dejaras de alimentar ese personaje que con tanto afán construís y sostenés? –

-Sería como morirme, -contestó el discípulo hablando en serio. Un destierro. Un lugar en el que nadie te valora y en el que en el fondo, no existís. Eso mismo: dejar de existir.

Era claro que el discípulo seguiría existiendo; sin embargo, ¿cómo hacer para que ese conocimiento llegara a su corazón?

-La mayoría de los seres humanos cuando éramos niños no fuimos amados como necesitábamos. Para compensarlo, nos pasamos la vida buscando la forma de volvernos importantes. Lo paradójico es que aún logrando ser muy reconocidos, no nos sentimos plenos. Eso es otra cosa.

-Entiendo, y sé que es verdad. Pero no puedo. Así como puedo comprender que comer en exceso me hace mal y sin embargo lo hago con frecuencia. Por otra parte, tengo claro lo que perdería, pero sigo sin visualizar qué es lo que ganaría.

El Maestro se abstuvo de ofrecer más explicaciones. ¿De qué servirían? Percibía que el discípulo quería ser admirado. Impresionar a todo el mundo. Entrar a un restaurante y que se produjera un revuelo por su mera presencia. ¿Cómo transmitirle que eso era comida chatarra, o para ser más preciso, una droga? ¿Cómo inspirarlo a tener una buena vida, conectado y en paz consigo mismo y con los demás?

¿A qué alcohólico que estuviera desesperado por su vodka se le podía explicar lo bueno que era disfrutar una limonada con menta y jenjibre?

-¿Qué me aconsejarías?, -apuró el discípulo.

El Maestro percibió esa dualidad tan inherente al ser humano. Querer cambiar, no para dejar atrás lo que nos hacía mal, sino simplemente para evitar los síntomas que producían incomodidad. En ese contexto, había aprendido que su gran desafío era inspirar al cambio, sin que por ello las personas se volvieran violentas consigo mismas.

-En primer lugar, darse cuenta. Sos alguien maduro, que se ha graduado, casado, tenido hijos, divorciado. Conocido la victoria y la derrota; el amor y el desengaño; que ha sido víctima y victimario. Y sin embargo, secretamente en el fondo de tu corazón seguís buscando el reconocimiento como si nada te hubiera pasado. Si vas hasta el final de muchas de las motivaciones que te impulsan, vas a poder ver esto. Registrarlo es siempre el primer paso. Indagar y conocer los barrotes de la prisión en la que estamos encerrados.

El discípulo escuchaba atento.

-Ese es tu engaño. Es un resabio infantil de buscar ser amado y considerado. Te importa más tu personaje que vos mismo. En algún lugar, querés seguir recibiendo esa felicitación. Entonces, el primer punto es enterarnos.

-¿Y después que me entere, cómo sigo?

-Más despacio, amigo. Enterarse es bien difícil. No es fácil asumir que somos alcohólicos, anoréxicos, infieles o corruptos. Los mecanismos de negación se desarrollan a la par de nuestras sombras.

El discípulo sonrió.

-Luego viene una tarea tal vez más difícil, que es aceptar esa situación.

-¿Y cómo vamos a cambiar si la aceptamos?

-¿Y qué te lleva a creer que por rechazarte a vos mismo vas a cambiar?

El discípulo acusó el golpe. Así y todo, insistió.

-No sé; creo que es más fácil trabajar sobre algo que no aceptamos que ocuparnos de algo que está bien.

-Nunca dije que estuviera bien… Solo que el primer punto es reconocer que tenemos ese problema. La diferencia reside en donde nos paramos. Podemos volvernos violentos con nosotros mismos forzándonos a cambiar esa área que no nos gusta o nos hace mal. O podemos tratarnos con dulzura e indulgencia.

-¿Pero cómo voy a cambiar si me trato con indulgencia?

-¿Y que te hace pensar que te vas a cambiar por la fuerza?

El discípulo era consciente de que estaba perdiendo por goleada. Sin embargo, le llamaba la atención que la cultura general sostuviera lo contrario. Que uno era el responsable del cambio. Que debía liderarlo, conducirlo y lograrlo. Sin embargo, todos esos verbos parecían más propios de un libro de autoayuda que de la experiencia real de cualquier persona. Por lo general, los cambios importantes no se lograban; sucedían. Cuanto menos esfuerzos hacían las personas, mejor. Tal vez las dietas fueran uno de los mejores ejemplos contemporáneos.

-Se necesita valor para poder ver todo lo que hay en nosotros y aceptarlo. Por lo general, no lo toleramos. Lo justificamos, relativizamos, o directamente negamos. Y en el fondo, solo conoceremos la paz si somos capaces de aceptar y dialogar con todas las necesidades y pasiones de nuestra alma. Solo cuando les reconozcamos su existencia y trabemos con ellas una relación sincera, empezaremos a transitar un camino de plenitud.

El discípulo estaba conmovido. El Maestro tenía la virtud de inspirarlo hacia algo mejor, sin por ello ser crítico de sus áreas oscuras. ¿Sería que su capacidad residía en tratar sus miserias con delicadeza y misericordia ?

-Es increíble lo que despertás en mí al recibirme con todas mis sombras, tal cual soy.

-¿Qué es lo que sentís?

-Para empezar, una paz profunda. Mi conflicto interior por ser como soy, o por estar obligado a cambiar se diluye y desaparece. En ese sentido, aparece un sentimiento de integración. Ya no estoy dividido en dos áreas que están en conflicto permanente. Soy una unidad, una sola pieza. Por último, y tal vez lo más importante, sentir que alguien no me juzga sino que me trata con amor, despierta el amor que hay en mí, inspirándome a darlo a los demás.

Un silencio profundo se apoderó de ambos.

-Si tantas cosas buenas te ocurren porque alguien te trata bien, imaginate lo que sería tu vida si vos te trataras así, – fueron las palabras finales del Maestro.

Artículo de Juan Tonelli: ¿Se puede cambiar por la fuerza?

[poll id=»138″]