Sintió miedo de sí misma.

Lo que había comenzado como una ligera transgresión se estaba convirtiendo en un abismo. Alicia había ingresado a un sitio de citas para personas que, estando en pareja y cansadas de la rutina, deseaban tener una aventura.

Después de unos minutos de ir mirando perfiles de potenciales candidatos, se asombró de sí misma. En forma rápida y precisa analizaba quién valía la pena y quién no. Procesaba posibles amantes con la velocidad de una computadora. Miraba la altura, el peso, la condición atlética y en caso que pasara esos tres filtros, evaluaba el nivel de transgresión que transmitía. Por último, la calificación que le daban otras personas con las que se habría revolcado.

Sin tener mucha conciencia de la velocidad a la que se estaba transformando, después de una hora se sentía como una ludópata que no podía parar. No es que se los quisiera coger a todos porque había insípidos, gordos, ordinarios y debiluchos. Pero también existían decenas a los que deseaba con desesperación.

Al registrar el estado en el que se encontraba, se angustió. Sintió culpa por estar en un sitio de citas para aventuras extramatrimoniales. También experimentaba miedo, al sentir que estaba perdiendo el control de sí misma, sin saber a dónde terminaría.

¿Veinte años de un buen matrimonio con hijos, un lindo trabajo y una buena vida podían entrar en crisis por tan poco? Percibir que su fragilidad la estremeció.

Pensó en cerrar la página y exorcizar sus demonios. Pero decidió transitar el camino del medio. Ni hacer cualquier cosa, ni seguir reprimiendo. ¿Cuál sería su olla a presión? ¿Veinte años teniendo sexo con la misma persona? ¿Una vida buena y ordenada que seguiría transcurriendo igual hasta que ella fuera grande y por ende, incapaz de intentar cosas nuevas?

Miraba las fotos de los hombres que publicaban, o las descripciones de aquellos que mantenían un anonimato. Sentía oleadas de emociones primitivas que surgían de lo más profundo de su ser. Quería acostarse con dos a la vez, y poder probar a muchos de esos hombres que estaban ahí, ávidos de placer como ella. Oscilaba entre la calentura y la angustia de perder el control.

Sintiéndose como poseída por el demonio, extrajo su tarjeta de crédito y cargó sus datos en la página web, para poder utilizar herramientas exclusivas que eran pagas. Antes de apretar la tecla «Enter», cayó en la cuenta que su marido recibiría el extracto de los gastos en donde aparecería aquél sitio. Incapaz de frenar y determinada a seguir adelante de cualquier forma, sacó la tarjeta de su trabajo, en donde llegado el caso, sería más fácil explicar lo sucedido.

Tan pronto terminó de cargar los datos con la tarjeta corporativa, un rapto de conciencia la detuvo. En otro impulso cerró la página sintiendo todo tipo de emociones contradictorias. Por un lado, experimentaba una enorme frustración al no poder acostarse con algún hombre esa misma noche. Por el otro, la tranquilizaba saber que su familia y su vida tal como eran, estaba a salvo.

Intentando despejarse abrió su casilla de correos electrónicos. Encontrar dos emails de la empresa de citas le heló la sangre. Aunque no hubiera cargado los datos de su tarjeta de crédito para acceder a herramientas premium, había tenido que registrarse. Borró aquellos dos correos rápidamente, y los marcó como spam para que no volvieran a aparecer en su bandeja de entrada.

Se asombró de sí misma al ver como pasaba de un extremo al otro con tanta rapidez. En ese momento se sentía como si quisiera erradicar todo vestigio de lo que había sucedido. Irónicamente, su sexualidad seguía en llamas.

Se acostó al lado de su marido que, ajeno a todo aquél submundo, roncaba. La mente de Alicia seguía girando a doscientos kilómetros por hora. Imparable, empezó a tocarse con desesperación, hasta que en silencio, acabó dos veces.

Instantes después de su último orgasmo su mente ya había encontrado un nuevo equilibrio. Todo el episodio había quedado atrás. Si en aquél momento hubiera ingresado en aquella página web, habría tenido otra distancia con todo. Ningún hombre la habría desestabilizado. ¿Qué era ella? ¿Una hembra en celo, que tan pronto acababa recuperaba una racionalidad que instantes antes era totalmente inexistente?

Intentó tener una mirada compasiva sobre sí misma. Comprendió que si bien no era una hembra en celo, era una mujer como cualquiera que por más que presumiera de ser racional, cargaba con impulsos cuasi animales. Tan poderosos e incontrolables que eran los responsables de que en pleno siglo XXI la población siguiera creciendo. Si el sexo no distorsionara el cerebro, haría buen rato que la especie humana se habría extinguido.

Reflexionó sobre el miedo a sí misma. ¿Estaba bien? Se dio cuenta que tener miedo no estaba ni bien ni mal; simplemente ocurría. Percibir todas las pulsiones que salían de su interior era algo positivo. Claramente, seguirían existiendo aunque ella las negara.

En el pasado habían sido obturadas porque considerarlas impropias para una mujer decente como ella. Pero esta noche se había enterado que todas esas emociones e impulsos se encontraban ahí, apretujados e intactos, peleando por salir.

Se preguntó si sentir todo eso la convertía en una puta. O si era solo un ser humano, al que los dictados de la cultura le amputaban una parte de sí. Pudo percibir la gran inestabilidad que producían todas esas emociones y sentimientos bloqueados. Comprendió que era mucho más sano abrazarlos que reprimirlos.

¿Cómo seguir? No encontró respuesta a esa pregunta. Tuvo la convicción de que debía recibirse a sí misma. Después de todo, ya estaba grande para seguir tratándose con tanto rigor. Optó por abrazar a su ser, recibirlo, y darle total libertad de expresión.

Mucho más tranquila, volvió a tocarse, tuvo un tercer orgasmo y se durmió.

Artículo de Juan Tonelli: Miedo de mi mismo

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