-Me enamoré de la mujer de mi hermano.

El Maestro se quedó en un profundo silencio. La situación no lo escandalizaba, pero la vida lo seguía sorprendiendo.

-¿Y ahora?, -quiso saber después de unos segundos que parecieron eternos.

-La verdad es que no sé qué hacer. Llevamos años enamorados y cada vez es peor.

-¿Cuántos años?

-Cinco.

-Es un tiempo…

-Y eso no es todo; tenemos una situación que es infinitamente más dramática. Ella se quedó embarazada y decidimos tenerlo.

El silencio invadía la habitación.

-¿Cuándo va a nacer?, preguntó el Maestro como si nada.

-Nació hace dos años.

El Maestro escuchaba sereno aquellas palabras que describían un infierno en la vida de aquella persona. Tal vez, como forma de modular su angustia y ansiedad, el joven siguió hablando, y en forma muy acelerada.

-Cuando nos dimos cuenta de que ella estaba embarazada, pensamos en abortar. Pero aunque hubiera simplificado enormemente nuestras vidas, decidimos tenerlo. La pobre criatura no tenía nada que ver.

-Imagino los días terribles que habrán vivido en esos tiempos, y a partir de entonces. El nacimiento de un hijo en ese contexto no solo parte la vida en un antes y un después, sino que en la medida que va pasando el tiempo, la ruptura y disociación de ustedes va creciendo a la par del niño, -dijo el Maestro.

-Eso es exactamente lo que siento. Nuestra hija es un testimonio vivo y creciente de algo que no sabemos cómo tapar, y nos parte la cabeza.

-¿Y por qué lo tapan?

-¿Me lo decís en serio? ¿Que querés; que le diga a mi hermano que me cojo a su esposa y que su hija menor no es su hija sino su sobrina, porque en realidad es hija mía?

El Maestro dejaba que el joven drenara su dolor.

-No resisto más, pero tampoco tengo salida. No puedo decirle a mi hermano porque las consecuencias serían tremendas…

-Y las consecuencias de seguir ocultando?

-Parece la opción menos mala.

-Van a vivir un infierno creciente, -espoleó el Maestro.

-Lo sabemos…

El Maestro reflexionaba en silencio. Con los años, había aprendido a ser un testigo de la vida. Y en especial de la suya propia. Sabía perfectamente que la mayoría de las circunstancias escapaban del control del hombre. Aún aquellas en que las personas se tornaban en involuntarios verdugos de los seres más amados. Quien no reconociera esto, no era honesto con su propia historia.

Pensó en cómo ayudar a aquél joven. Mantener el secreto era perpetuar e incrementar el infierno. ¿Cómo negar aquella relación prohibida, si sus consecuencias estaban a la vista y crecían día a día? ¿Cómo impedirle a esa niña, el derecho a saber quién era su verdadero padre? ¿Cómo vedarle a quien creía ser el padre, la verdad sobre su hija, su esposa y su hermano? Y a su vez; ¿cómo contarle a alguien semejante realidad?

-Parado frente al Rubicón, Julio Cesar sabía que si cruzaba aquél río sería considerado traidor a Roma, desencadenando la guerra civil, -ensayó el Maestro. También sabía, que una contienda así conllevaría enormes penurias. Pero evitarla, solo mantendría una falsa paz que conduciría al fin del imperio

El joven permanecía callado. Sabía el final de la historia y la mítica frase de Julio César «alea jacta est» (la suerte está echada), mientras lideraba a su legión a cruzar el Rubicón e iniciar la guerra y el proceso que salvaría a Roma de su propia destrucción. Finalmente dijo:

-Sé que tengo la suerte echada. El embarazo ya se produjo, y tenemos una hija de dos años que crece día a día. Solo que no puedo enfrentar la situación y decírselo a mi hermano.

El Maestro reflexionaba callado. Sentía una gran empatía con aquél joven. ¿Cómo no entenderlo si él mismo había sido incapaz de decir verdades mucho menos devastadoras? Aunque tal vez ahí estuviera la paradoja; en este caso, callar era tan destructivo como hablar.

-¿Pensás que la mentira cuida?

-En este caso, sí. Estamos protegiendo a mi hermano y a nuestra hija.

-¿De qué?

-De una verdad terrible.

-¿Y piensan que ellos no perciben? ¿Que la madre puede jugar tranquila con la niña como si nada pasara? ¿O piensan que porque tiene dos años no siente el estado en que se encuentra su mamá?

El joven escuchaba estoico todas aquellas palabras que ya sabía.

-Has sufrido mucho por esta situación, y en cierto sentido, es justo. La vida siempre nos pasa la factura de nuestros actos.

-¿Siempre?, -preguntó el joven como si quisiera escuchar que hay personas que no sufren las consecuencias de sus actos.

-Siempre, -fue la serena pero categórica respuesta del Maestro. Seguramente tendrás que seguir sufriendo hasta que estés preparado.

-¿Preparado para qué?

-Para recuperar tu libertad y paz interior. Uno puede estar libre y vivir angustiado y lleno de remordimientos y miedos; o estar preso y tranquilo. Vos estás purgando tu error. Pero debés saber que aún a pesar de él, tenés derecho a recuperar la paz y la libertad interior. Obviamente las consecuencias de aquél acto signarán tus años. Pero una cosa es hacerse cargo de ellas, y otra muy distinta es desperdiciar toda tu vida sosteniendo una mentira de semejante tamaño.

-No quiero vivir así ni desperdiciar toda mi vida. Pero no puedo dar este paso.

-Y sí, es bien difícil. Pero cuando te canses de sufrir estarás listo para dar el paso. Es la historia del hombre.

-¿Y sino puedo darlo nunca?

-Eso también es una posibilidad. Hay gente que prefiere morir antes que enfrentar una situación. Eligen no ver. Morirse en su juego antes que salirse de él. Optan por morir en el sistema de seguridades que armaron.

El joven estaba desolado. La mera eventualidad de que aquél escenario fuera posible le helaba la sangre.

El Maestro percibía aquello; ¿pero qué podía hacer? ¿Mentirle para tranquilizarlo, generándole una expectativa de algo que tal vez nunca fuera a ocurrir? Por más angustiante que fuera, sus años le habían enseñado que muchas cosas eran posible. Millones de personas vivían en la impotencia de enfrentar la realidad, resignándose a un infierno de dolor que por lo general era secreto.

-Uno no es esclavo de su historia. Podemos aprender a atravesarla. En este caso, no se trata de sacar los trapos sucios, sino de destrabar tu libertad. Buscar lo que te impide vivirla y enfrentarlo. Tus miserias te avergüenzan y hacen que te escondas y mientas. Pero el precio es altísimo. En cambio, poder registrar y aceptar tus pecados, errores y vulnerabilidades te permite ir desbloqueando lo que limita tu libertad, y crecer.

-Qué difícil…

-Y sí, hay momentos en que vivir es mucho más difícil que morir. Perder el rumbo nunca es el problema, porque siempre nos pasa o puede sucedernos. El tema es no tener la humildad -por orgullo o por miedo-, de buscarlo.

-Me siento como Julio César al borde del Rubicón. Solo que no puedo cruzarlo.

-La verdad es el puente que nos permite dejar atrás la obra de teatro que son nuestras vidas, para poder arribar a una existencia plena. Con problemas, como todas, pero vitales. La mayor parte de la gente no tiene vida sino telenovelas. Historias que cuenta, que inventa…personajes que construye. Ojalá puedas cruzar ese puente y empezar a tener una vida real.

Artículo de Juan Tonelli: No puedo enfrentar lo que tengo que enfrentar.

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