-¿Y cómo sos como amante?

La pregunta del Maestro la descolocó.

-Once puntos, -contestó orgullosa.

-Qué problema…

Ella quedó desconcertada.

-¿Por qué te considerás una amante excepcional?

Si bien con el Maestro no tenía secretos, entrar en detalles le daba algo de pudor. Así y todo trató de hacerse entender.

-A mis compañeros les doy todos los gustos. Me gusta volverlos locos de placer. Hacer todo lo que quieren, especialmente lo que ni se animan a pedirme. Esa telepatía -o audacia-, los mata.

El Maestro escuchaba sereno. -¿Sos de tener bastante iniciativa en la cama?, -preguntó.

-Total. Necesito llevar al otro al paraíso, y mantenerlo ahí lo más posible.

-¿Y no te cansa?

-¿Qué cosa?

-Estar empujando todo el tiempo.

El agudo comentario del Maestro la sacudió. -Ni en la cama podés aflojarte… es una buena síntesis de lo que es tu vida, -agregó.

Ella se sintió expuesta.

-¿Alguna vez te preguntaste qué pasaría si no tuvieras esa actitud?

-Seguramente no escucharía tan seguido que soy la mejor amante que tuvieron en sus vidas…

-¿Y es tan importante que te digan eso seguido?

-Bueno, digamos que hace sentir bien. ¿A quién no le gusta? Por otra parte, me encanta lo que hago. No es un sacrificio…

-Entiendo bien la situación. Pero; ¿cómo sería la vida si no estuvieras todo el tiempo esforzándote? O para ser más preciso, ¿cómo serían tus relaciones sexuales y tus vínculos más cercanos si no te esforzaras tanto, no estuvieras todo el tiempo exigida?

-Mis amantes seguramente me buscarían menos. Mis vínculos…no lo sé.

-¿Y es importante que tus amantes te busquen tanto?

-¿Vos sos hombre y necesitás que te explique?

-Sí, -contestó el Maestro con un tono amoroso.

Ante el silencio de ella, prosiguió: -Es como si vos creyeras que amanece producto de tu esfuerzo. Y la verdad es que la tierra no te necesita. El sol sale solo e independientemente tu empeño.

Ella permanecía callada.

-Darle los gustos a alguien en la cama y en la vida, es algo muy lindo. Ahora, si uno no puede parar de hacerlo por temor a decepcionarlo, o como una inversión en la que esperamos que el otro sea igual de generoso que nosotros, estamos frente a un problema grande.

-¿Cuál sería el problema?

-No poder elegir. Vivir con un pánico inconsciente a decepcionar y a ser decepcionado.

Aquellos comentarios estaban al límite de su tolerancia.

-¿Y qué me recomendarías?

-Como siempre, que empezaras por enterarte. Tomar conciencia que si no te esforzás, el mundo va a seguir girando igual. Tal vez tus amantes y tus vínculos sufran un poco en el corto plazo, pero sin lugar a dudas vos vas a ganar.

-¿Qué ganaría?

-Verdad. Libertad interior. Por ahí descubrís una sexualidad que sea técnicamente inferior, pero espiritualmente mucho mejor. Crecerías en niveles de encuentro con el otro. También, desarrollarías vínculos más sanos, en los que no tengas que estar dando todo el tiempo para evitar exponerte a la decepción de que la otra persona no te dé lo que esperabas.

Ella estaba en carne viva. Sabía muy bien de lo que le estaban hablando.

-Desde hace años sé que mi gran tema es la permanente búsqueda de reconocimiento.

-Ese no es un gran tema, -la cortó el Maestro.

-¿Cuál es entonces?, -preguntó ella desorientada.

-Lo que reprimís, negás y tenés totalmente sepultado e inconsciente, es tu deseo de ser amada.

Sintió como si le hubieran pegado un mazazo en la cabeza.

-Tu búsqueda de reconocimiento es algo que tenés consciente. Por otra parte, es solo el síntoma de un tema mucho más profundo que es tu deseo de ser amada. Pero de esto último, no tenés el menor registro. Está completamente oculto, a punto tal de que ni vos sabés que es tu problema.

-¿Y por qué pensas que lo oculto, si tendría ser algo que debiera buscar con total consciencia?

-Por miedo. Son experiencias de desamor que has vivido. Como aquél gato que se quemó la cola al sentarse en una estufa y entonces decidió nunca más volver a sentarse en ningún lado…

-Y después que registre y tenga conciencia del tema; ¿qué tendría que hacer?

-Vincularte con el otro desde un lugar más genuino y humano. Estar más abierta. De a poco, ir dejando atrás esos sustitutos falsos con los que reemplazás tu hambre real de amor.

-¿Cuáles son esos sustitutos?

-Los de todo ser humano: búsqueda de poder, dinero, reconocimiento, fama… Todo eso. Para el corazón es comida chatarra. Él sabe que nada de eso es verdadero alimento, sino más bien todo lo contrario. Nos hace cada vez más dependientes y más desnutridos. Como tantas personas que pese a ser obesas, tienen carencias nutricionales.

-¿Y por qué pensás que llegué a este lugar?

-No lo sé. Lo que tengo claro es tu soledad actual. Tus ganas de que te acompañen, y que esa compañía no sea porque le hacés el mejor sexo oral a tu compañero, ni porque sos la más generosa del mundo. Que haya espacio para el encuentro, que es algo siempre bilateral. Pero vas a tener que correr dos riesgos…

-¿Cuáles?, -preguntó ella al límite de su emocionalidad.

-A decepcionar al otro, porque dejarás de ser una geisha permanente. Y a que te decepcionen, porque también te vas a encontrar con otras personas que estarán dispuestas a darte mucho menos de lo que desearías. ¿Querés un té?

-Mejor un whisky. Doble por favor.

El Maestro sonrió. -Esto tampoco es una cuestión de voluntad. Se trata de ver. Uno no deja las adicciones por decreto. Nos liberamos de ellas cuando nos hemos quemado lo suficiente y anhelamos fervientemente nuestra libertad. Cuando deseamos otra manera de vivir.

-Yo no sé si deseo eso.

-Es lógico; todo tiene su tiempo bajo el sol, -reconoció el Maestro mientras se despedía.

Artículo de Juan Tonelli: Dime cómo haces el amor, y te diré quién eres.

[poll id=»125″]