-Hay una historia genial de Buda. Había un joven que soñaba con ser su discípulo. Lo fue a ver y le rogó que lo aceptara. Buda le preguntó: «-¿Robaste alguna vez?». El joven, orgulloso de sí mismo, le respondió que no. Buda le dijo: «-Entonces andá a robar, y cuando hayas aprendido, volvé.»

-¿Qué te provoca esta historia?, preguntó el Maestro al discípulo.

-En cierto sentido, alivio.

-¿Qué carga te aligera?

-En términos generales, la necesidad de ser perfecto…

-¿Y en términos menos abstractos?

-Bueno, en cierto sentido me redime, porque yo le he robado dinero a mis padres muchos años…

-¿Ahora también?, -preguntó el Maestro.

-No! Ahora soy un hombre serio, -respondió el discípulo con cierta indignación.

-Eso no garantiza nada. Está lleno de personas serias que roban a sus padres, a las empresas en las que trabajan, al Estado, a sus parejas…

El discípulo acusó el impacto. Mientras reflexionaba, ensayó una respuesta.

-De chico le robaba dinero a mis padres porque quería comprarme un chocolate, un sandwich o algo, y ellos casi nunca me lo daban. Por otra parte, al ir a una escuela aristocrática, era la única forma que tenía para reducir el contraste con el nivel de consumo que tenían muchos de mis compañeros de clase…

-¿Y hasta cuándo seguiste con ese hábito?

El discípulo se sonrojó, algo avergonzado. -Me costó mucho dejarlo atrás. Aún terminada la adolescencia y cuando empecé a trabajar, optaba por ahorrar todos mis ingresos y tratar de vivir con lo que me daban o les sustraía a mis padres…

-¿Sustraía?, -preguntó el Maestro con picardía.

-¿Me querés hacer sentir culpable?, -se defendió el discípulo.

-Para nada. ¿Qué pensas de la historia de Buda?

-No sé… Que cometer errores o hacer el mal es parte de la vida.

El Maestro asintió. -La idea de erradicar el mal de nuestras vidas a través de nuestra buena conducta solo conduce al fracaso. Y a la falta de sinceridad….

-¿Falta de sinceridad?

-Sí claro. La perfección es un estándar que nunca vamos a alcanzar por lo cual, en vez de asumirnos imperfectos, mentimos. Una lástima porque eso además nos aísla y nos dificulta el crecimiento.

-¿Por qué no nos deja crecer?

-Porque el error y el mal siempre están presentes en nuestra vida. Todo el tiempo. Si no hay lugar para ellos, terminamos desarrollando un doble estándar, una doble contabilidad. Una formal, en la que nos mostramos como queremos que nos vean, o como sentimos que nos exigen. Y otra cuenta, secreta, en la que podemos descargar todas nuestras áreas que no tienen lugar en la vida oficial.

-¿La doble vida es inevitable?

-No diría eso. Solo que el bien y el mal son aspectos complementarios e interdependientes. No se puede eliminar uno. Todo intento de desterrar el mal no funciona. El pecado no es evitable porque está en nuestra naturaleza.

-¿Esto es una clase de religión?, -provocó el discípulo con cierto sarcasmo.

-Varias veces me has contado algunos de los negocios que hacías. Al comienzo te daban culpa, te generaban ruido. Después, te fuiste acostumbrando y hoy, a la luz de la gran cantidad de dinero que te dejan todos los meses, ya no están bajo cuestionamiento, -dijo el Maestro. -¿Nunca más volviste a pensar en abandonar esos negocios en los que le sustraías dinero a la empresa en la que trabajas?

El discípulo se quedó callado. Sabía de qué le hablaban.

-A veces pienso que me gustaría hacerlo. Siempre me digo que dejaré de hacerlo cuando alcance cierta cantidad de dinero.

-¿Vos decís?

-¿Y también pensás que algún día vas a dejar de acostarte con cuanta mujer podés?

-La verdad que me gustaría que ese día llegue alguna vez…

-¿En serio te gustaría?

El silencio invadía la sala. El discípulo sentía que cada respuesta suya lo dejaba más expuesto. Cuanto más hablaba, más mentía, por lo cual optó por no contestar.

-¿Y por qué comés tanto, si hasta tu médico te implora que adelgaces?

-Como por una mezcla de razones. Por lo general, siento una voracidad en la que solo comiendo mucho encuentro algo de gusto. Si como poco, pasa totalmente desapercibido. Necesito mucho para disfrutar algo.

-Pero te hace mal…

-Es que no puedo parar.

-¿De qué otra forma definirías ese «no puedo parar»?

-Como una fuerza interior que me arrastra en una dirección que no es la que yo quiero…

-¿No es la que vos querés, o no es la que vos deberías?

-Según mi médico, no es la que debería.

-¿Y según vos?

-Porque no puedo, -se quebró el discípulo con algo de pudor.

-¿Ni aún pesando ciento diez kilos, y sabiendo que eso te puede llevar a una muerte prematura?

-No.

-De esto se trata la vida.

-¿De qué? ¿De vivir atrapado en una telaraña de la que no podemos salir, y que nos va enredando cada vez más?

-Diría que más bien lo opuesto…

-No entiendo

-La vida es el camino del desengaño. El tiempo va destruyendo nuestras ilusiones y apegos. Con eso, empezamos a ser capaces de ir enfrentando la verdad.

-Así dicho, lo siento como una resignación, algo negativo que a su vez, no puede ser evitado.

-Conocer nuestra verdad es lo mejor que nos puede pasar. Claro que el proceso suele ser doloroso.

-Por como lo decís, parece algo en lo que yo no tengo nada que ver. Simplemente sucede.

-En cierto sentido sí, porque nosotros no queremos soltar nuestros apegos, nuestras seguridades. Tampoco queremos resignar nuestras fantasías e ilusiones. Sin embargo, a la vida no le importan estas consideraciones y arrasa con todo.

-¿Y entonces?

-Entonces, por primera vez, devastados por la realidad, estamos dispuestos a elegir lo bueno. A soltar las cosas que nos hacen mal, para optar por lo que nos hacen bien. Siendo conscientes que aún entonces el mal seguirá siempre ahí, a nuestro lado. De esto es lo que hablaba Buda…

-¿De qué?

-Que es muy difícil ayudar a alguien que no bajó a sus propias oscuridades. Es difícil que un abstemio pueda comprender a un alcohólico. Por eso el slogan de Alcohólicos Anónimos es «ya hemos estado allí». Los que asisten a los alcohólicos, son alcohólicos en recuperación. Y esa definición, a mi criterio es una genialidad. No hablan de «recuperados», sino «en recuperación», porque en el fondo de su ser, saben que no hay certezas, y que siempre es posible volver a caer. Y no dentro de cinco años; dentro de dos horas.

-Entonces estoy bien encaminado; me gustan las mujeres, la corrupción, comer, beber…

-¿Cómo me llamás vos a mí?

-Maestro…

-¿Por qué?

-Porque pienso que tenés una gran sabiduría. Siempre aportás luz en mi vida.

-Lo único que hago es compartirte algunas cosas que aprendí. Sufrí muchísimo. Y no pensarás que las cosas que la vida me enseñó las aprendí en un convento…

-¿Ah, no?, dijo el discípulo con sorna.

-La vida me tironeó de un lado al otro. Me desgarró una y mil veces. Y casi siempre, fue por mi terquedad, por mi negativa a soltar, mi determinación de que las cosas fueran como debían ser.

-¿Y cómo saliste de ese pantano?

-Decir que salí por mis propias fuerzas o capacidades sería pretencioso. Y faltaría a la verdad. La vida me arrastró a playas mejores, pese a que yo no quería.

-¿Por qué no querías?

-Como todos los hombres, quería llegar al destino que yo había definido.

-Y no llegaste…

-A veces sí, otras veces no. Pero en ambos casos, fue frustrante.

-¿Por qué?

-Porque aún alcanzando ciertos objetivos que me había propuesto, no me dieron la felicidad que esperaba.

-¿Y entonces? Estoy más perdido que nunca… Me decís que si hago lo que quiero, me va a ir mal. Pero a su vez, pareciera que es inevitable.

-Por eso…

-¿Por eso qué, desgraciado?

-Viví. Hacé todo lo que tengas que hacer. Ya la vida a sus tiempos y a sus formas, te irá enseñando.

-Pero veo que algunos aprendizajes son muy costosos…

-¿Preferirías no aprenderlos?

-No; querría encontrar la forma de que fueran más baratos.

-Andá a robar, y cuando hayas aprendido, volvé.

-Ya lo estoy haciendo y veo que no aprendo.

-Por eso, seguí sustrayendo. Ya será tu tiempo. Cuando puedas dejar de rechazar tus pecados, vas a estar mejor. Y cuando puedas amarlos, probablemente se diluyan.

-Ojalá que ocurra pronto.

-Ojalá que ocurra.

Artículo de Juan Tonelli: ¿Robar es bueno?

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