-Me quedé pensando en lo que hablamos el otro día de esas emociones y sentimientos que reprimimos porque no queremos mostrar a los demás. Áreas que no nos gustan de nosotros mismos y por ende rechazamos y negamos, -soltó el discípulo.

-¿Y qué encontraste?, preguntó el Maestro.

-Que mirando hacia atrás mi vida, si hay una emoción que he reprimido es el miedo.

-¿Y en qué situaciones solía manifestarse?

-En el deporte era horrible. Si bien el miedo al error siempre había estado muy presente en mi vida, en la medida que fui desarrollándome, creció a niveles gigantescos. Además del terror a equivocarme, apareció el pánico a las alturas.

-¿A qué te referís?

-Al miedo a caerse cuando estamos en un lugar muy encumbrado.

-¿Y qué fue lo que te pasó en aquellas cumbres?

-Como se suponía que no podía ser el campeón y tener miedo, reprimía todas esas emociones.

-¿Y de dónde salió ese supuesto tan disparatado?

El discípulo se sintió avergonzado por la pregunta del Maestro. A la distancia, era un supuesto disparatado. Pero en su momento, para él había sido una ley de hierro; no se podía ser campeón y tener miedo.

-No tomaba contacto con mis miedos; por un lado, porque suponía que los campeones no podían tener miedo. Por otro, porque asumirme miedoso amenazaba mi sueño de ser campeón mundial.

El Maestro lo miraba con ternura. Imaginaba todo aquél sufrimiento. -¿A qué le tenías miedo?

-A cometer un error. A perder. A no llegar a ser quien quería ser.

-Obviamente cometiste muchos errores, perdiste muchos partidos, y no pudiste ser quien soñabas, dijo el Maestro en forma lapidaria pero con un tono compasivo. -¿Cómo vivías aquellos tiempos en donde sentías todo eso y te mostrabas como un campeón magnánimo?

El discípulo seguía acusando el impacto de aquellas precisas preguntas.

-Para empezar, muy solo. Y en cierto sentido, me sentía un fraude, un impostor.

-¿Cuál era tu engaño?

-Proyectar una imagen de alguien seguro de sí mismo, sin miedos, un campeón infalible y que se convirtiera en una leyenda.

-En aquél contexto, calculo que perder te produciría una sensación de liberación.

-Totalmente…

-Es como ocurre con las enfermedades, que tornan sinceras a las personas. Nos recuerdan que somos seres de carne y hueso, imperfectos, lejos de los personajes que nuestro ego pretende mostrar. Nos liberan del peso de sostener el personaje. Cuando uno está enfermo, casi que está obligado a ser quien es.

El discípulo escuchaba con atención.

 -Por otra parte, descuento que el hecho de sostener al personaje audaz y valiente que querías mostrar, te produciría más temor e inestabilidad emocional. En el fondo, sabías que el miedo seguía estando allí, y encima percibirías el enorme contraste entre la imagen que pretendías proyectar, y quien eras vos de verdad…

-Tal cual. Toda una situación muy fea.

-Las áreas que rechazamos de nosotros mismos nos convierten en simuladores. Vivimos intentando convencernos de que somos esa persona que nosotros vemos. La que nos gustaría ser, pero que no somos.  Soy un convencido que de todos los engaños y mentiras que existen en la vida, la mayor de todas es la que cometemos contra nosotros mismos. Nos terminamos comprando el personaje que vendemos.

El discípulo escuchaba maravillado. -¿Y cómo salimos de semejante trampa?

-Ser sinceros con nosotros mismos es una de las tareas más difíciles que podemos emprender. Para poder hacerlo tenemos que dejar de lado anhelos, ilusiones, sueños, fantasías, delirios… Prejuicios, apegos, heridas emocionales que nos condicionaron toda la vida. No es fácil despojarse de todo eso. En algún sentido pareciera mejor seguir engañándonos que enfrentar semejantes dosis de verdad. Sin embargo, el precio de no hacerlo es muy alto.

-Dame algunas pistas porque estoy perdido.

-La autoobservación. Tenemos que aprender a mirarnos a nosotros mismos.

-¿Qué es lo que tendría que ver?

-Por ejemplo, si tenés reacciones exageradas. Las personas que reaccionan en forma desproporcionada, suelen tener importantes niveles de represión y autocontrol, que finalmente termina saliendo por donde puede. También puede ser algo que te atrae irresistiblemente. Cuando tenemos una pulsión fuerte, es probable que sea la respuesta a ciertas pasiones o intereses que están sometidos o contenidos.

-Me siento muy identificado con lo que estás contando…

-Otras fuentes de aprendizaje pueden ser nuestra sexualidad, o las relaciones de pareja o amistad, y los sueños.

-¿Qué nos puede enseñar nuestra sexualidad?

-Muchas cosas. Para empezar, es algo en lo que debiéramos ser auténticos, y sin embargo, demasiadas veces no lo somos. Aún ahí, tenemos miedo de mostrarnos tal cual somos. No queremos correr un riesgo, deseamos evitar un rechazo.

-¿Y eso está mal?

-Creo que lo que no es bueno es no ser auténtico. La sexualidad es el encuentro entre dos seres. Eso conlleva que ambos puedan mostrarse desnudos de cuerpo y sobre todo, de alma. Sin embargo, muchas personas, aún con años de pareja, no se animan a expresar lo que quieren. Y eso las deja en un lugar de soledad, acumulando represiones que nadie sabe cómo se resolverán.

-¿Me estás diciendo que tendríamos que cumplir todas nuestras fantasías sexuales?

-No sé si cumplirlas todas será posible. Pero de lo que estoy seguro es que si tenemos una buena pareja, debiéramos poder expresarlas en su gran mayoría. Sino lo podemos hacer, ahí hay algo que aprender. Algo importante de nosotros mismos. Ver por qué tenemos tanta necesidad de ser correctos. O tanta aversión a ser rechazados. Ser capaces de ver esa área que no le estamos dando lugar. Aún cuando pudiera ser oscura. Siempre es mucho mejor ponerle luz que dejarla sepultada.

El discípulo permanecía callado.

Otra pista interesante a seguir es si uno siente que debe ser bueno. Los seres humanos somos buenos por naturaleza, pero también tenemos nuestras áreas oscuras. Cuando nos pescamos tratando de actuar el personaje bueno, tenemos un problema.

-¿Cuál sería el problema?

-Que no es auténtico. Somos buenos; pero si necesitamos demostrarlo, es otra simulación más. Y ahí surgen varias preguntas: ¿Por qué estoy tratando de ser bueno? ¿Qué tengo que demostrar? ¿A quién tengo que rendirle examen? ¿Qué quiero obtener a cambio de ser bueno?

-Uff, qué difícil. La tarea que me espera es descomunal.

-Tranquilo. No se trata de obsesionarse con corregirse a uno mismo, porque eso siempre termina en desastre. Solo es cuestión de empezar a prestar atención, y en la medida que se van presentando ciertas circunstancias, tratar de ver nuestro interior con sinceridad. Dejar de alimentar el personaje, aunque sea por un rato. Dejar de mentirnos aunque sea por un rato. Eso es todo.

-¿Nada mas?, preguntó el discípulo con ironía.

-Nada mas.

Artículo de Juan Tonelli: Todos somos simuladores.

[poll id=»121″]