«-Estabas presente pero solo para asuntos operativos; en términos emocionales no existías», disparó el Maestro.

«-¿A qué te referís?», pidió precisiones el discípulo.

«-Es que son dos asuntos bien distintos», continuó el Maestro. «-Una cosa es prepararle el desayuno y llevar a tu hijo al colegio, y otra cosa es hacerse cargo del estado emocional de otra persona. Poder mirarlo, ver que le pasa, percibirlo, contenerlo, acompañarlo, inspirarlo…»

Santiago, conmovido, se quedó en silencio. Imágenes variadas pasaban por su mente. Sus hijos, su ex esposa, sus subordinados. Muchas veces había sentido que distintas personas venían a buscarlo para ser contenidos, y él no se hacía cargo de ellos.

Rápidamente un pensamiento compasivo circuló por su mente. ¿Cómo podría hacerse cargo de los demás, si no era capaz de hacerse cargo de sí mismo?

«-¿En qué pensás?», quiso saber el Maestro.

«-En tantas cosas», fue la difusa respuesta de Santiago mirando al vacío. «-Mis hijos, mi ex mujer, gente que trabajó conmigo…»

«-¿Por qué te separaste?», preguntó el Maestro abriendo la caja de Pandora.

«-Porque me enamoré de otra persona», fue la tajante respuesta de Santiago.

«-Eso es una media verdad, y como tal, una mentira», dijo el Maestro con total tranquilidad.

«-Sí, ya escuché que la separación siempre es de a dos, y que si uno está bien con la otra persona, es inmune a cualquier enamoramiento. Sin embargo, no es mi experiencia. Siento que me cayó un rayó que partió mi vida en dos, y desde ese mismo momento en que quedó expuesto el posible romance con otra mujer, nunca nada volvió a ser igual», explicó Santiago.

«-Y eso es correcto», acompañó el Maestro. «-Pero no son cosas excluyentes. Un rayo no incendia un bosque húmedo. Necesita un terreno propicio. ¿O creés que un romance fulminante hoy te destruiría como lo hizo en aquél entonces?»

Santiago se quedó pensando. Aquél amor había sido tan incendiario que entre las varias enseñanzas que le había dejado, estaba la fragilidad e imprevisibilidad de la vida. Sin embargo, sentía que la maduración que le había producido aquella crisis le había dejado valiosos aprendizajes que lo habían transformado.

«-Contame como fue tu matrimonio», quiso saber el Maestro.

«-Era una mujer muy íntegra, inteligente y linda…»

El Maestro evitó la pregunta obvia acerca de por qué alguien se separaría de una persona perfecta. Prefirió moverse en una dirección más profunda: «-¿Y cómo era el vínculo entre ustedes?»

«-Muy bueno, no nos peleábamos nunca», contó Santiago.

«-Eso más que algo bueno, es un signo de inmadurez «, señaló el Maestro.

«-¿Por qué?», protestó el discípulo.

«-Dos personas adultas siempre son diferentes, por lo cual tener desencuentros en inevitable. No tener peleas o discusiones es una falsa armonía. Un enorme miedo de ambos a ser rechazados, y por ende, a exponerse mostrándose tal como son…», disparó el Maestro.

Santiago acusó el impacto. «-Bueno, ahora que lo decís, un poco de eso había», reconoció. «-Pero éramos una pareja muy respetuosa uno del otro.»

«-El respeto es algo básico en cualquier relación. El tema es que muchas veces, hasta que uno no madura con golpes, tiene tanto miedo de ser rechazado al mostrarse tal cual es, que opta por negarse a sí mismo antes de exponerse a desencantar al otro. Y eso siempre termina mal. Así y todo, es muy frecuente. Te sorprenderías al ver cuántas parejas con canas, años de matrimonio y varios hijos, son incapaces de mostrarse el uno al otro tal cual son», completó el Maestro. «-¿Y qué no te gustaba o te traía problemas con tu ex esposa?»

Después de reflexionar unos instantes, Santiago dijo: «-Ella era una mujer tan sobreexigida, que toda su energía estaba puesta en su trabajo.»

«¿Por qué?», preguntó el sabio.

«-En su infancia había pasado muchas privaciones económicas por un padre débil; además, su madre era una profesional que resignó todo en pos de sus hijos, viviéndolo con mucha frustración. Con ese cóctel, mi ex quedó programada para trabajar compulsivamente, escapando de la pobreza y la frustración que habían sido moneda corriente en su casa», contó Santiago con algo de tristeza.

 «-¿Y por qué esa situación te afectaba tanto a vos», provocó el Maestro.

«-Mi esposa vivía para el trabajo. Yo sentía que si le pedía que me buscara una corbata en la tintorería le armaba tal despelote en su vida que prefería terminar haciéndolo yo. Pero ese nivel de presión aceptable para una coyuntura me resultó intolerable cuando comprendí que era su estilo de estilo de vida. Nunca podía pedir ni plantear nada porque ella siempre estaba sobrepasada. Así me dí cuenta lo solo que estaba…», contó Santiago con una mezcla de pena y enojo.

«-¿Y vos no podías ayudarla?», preguntó el Maestro metiendo el dedo en la llaga.

«-Es que la ayudé muchísimo. Con sus trabajos, con sus problemas… Hasta la anotaba en cursos de temas que le interesaban o presentándole a los más importantes filósofos y terapeutas. Me ocupaba de tareas que eran propias de una mujer como organizar nuestro casamiento, las reformas y decoración de distintos departamentos, o descomprimirla con los chicos», se quejó Santiago.

«-Todo bien operativo», dijo el Maestro consciente del peso de sus palabras.

El discípulo volvió a sentirse tocado. Con tibieza intentó una defensa: «-Vivía mirándola y buscando formas de ayudarla; en cambio ella era totalmente incapaz de registrarme, de pensar qué podía necesitar yo.»

«-¿Y te parece que ella necesitaba que le aligeraras un camino que era claramente equivocado, y que no la hacía feliz? ¿O hubiera sido mejor ayudarla a que se aflojara y se bajara de esa carrera loca?», preguntó el Maestro.

Santiago se sentía como un boxeador al que no paraban de pegarle puñetazos en la cara. Arrinconado por las preguntas, se sinceró: «-Es que yo no podía hacer más que lo que hice. También tenía mi propia historia de vida. Mi madre había descalificado mucho a todas las amas de casa. Para ella, las mujeres que no eran profesionales e independientes, no servían para nada. Con esa programación, podía ayudar a mi ex dentro de los márgenes que tenía. Pero me resultaba imposible no cumplir una de las leyes de hierro que sostenía que mi pareja debía ser una profesional exitosa e independiente…»

El Maestro estaba maravillado con la vida. «-Queda bastante claro que es incorrecto que pienses que vos pusiste mucho en ese matrimonio, y que ella en cambio no. Es cierto que pusiste mucho, pero no lo que había que poner. Y no es una crítica porque resulta obvio que no podías poner lo que vos mismo no tenías. Pero no deja de resultar irónico que es lo único que tu ex hubiera necesitado…»

«-Por otra parte», continuó, «-resulta evidente que esa mirada tan dura que tenés sobre la causa de tu separación, no se ajusta a la realidad. Tu enamoramiento fatal fue solo una circunstancia. Aún cuando haya sido poderoso y movilizador, lo cierto es que fue una chispa en un polvorín. Si hubiera sido en tierra firme, otra hubiera sido la historia.»

Era la primera vez que Santiago podía ver con tanta claridad aquél hecho tan doloroso y complejo.

El Maestro aprovechó la vulnerabilidad para terminar su lección. «-Creo que podés ver bien las diferencias entre comprometerse en términos operativos y emocionales. Y si bien hay mucha gente que ni siquiera se hace cargo de lo operativo, las personas necesitamos mucho más que eso. Pagar cuentas y resolver problemas está bien, pero lo más importante pasa por otro lado. Recibir al otro, escucharlo, verlo tal cual es, comprenderlo, sostenerlo, abrazarlo. Y para ser capaz de hacer eso con el otro, primero hay que poder hacerlo con uno mismo.»

Santiago estaba en profundo silencio.

«-Es que si uno no se puede encontrar con uno mismo es muy difícil que se encuentre con el otro», dijo el Maestro. «-Así se ven parejas horribles, en donde uno siempre pide y el otro siempre da. O en donde ninguno de los dos entrega nada. O peor aún, en donde todo es un intercambio y una negociación. En ese contexto, el amor es imposible. Pero eso lo dejamos para otro día. Hoy me quedo contento con que entiendas cuál fue la verdadera razón de tu separación y la importancia de poder encontrarse con uno mismo para poder encontrarse con los demás.»

El discípulo se puso de pie, sonrió con gratitud y se fue.

Artículo de Juan Tonelli: La inmadurez es la principal causa de separación.

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