«-Pensar que me reí cuando conocí la historia de ese economista excepcional que al ser nombrado presidente del Banco Central de Israel, tuvo que renunciar porque se descubrió que consultaba una vidente hasta cuatro veces al día…», contó el discípulo algo enigmático.

«-¿Y qué era lo que te hizo reír?», preguntó el Maestro.

«-La enorme contradicción. Un economista de prestigio mundial, presidente de la entidad monetaria de uno de los países más importantes del mundo, y resulta que aún en medio de tanta racionalidad y consistencia, recurría a una bruja. Un disparate!», sentenció el discípulo.

«-Así somos los seres humanos», dijo el Maestro con compasión. «-Somos seres contradictorios, lleno de virtudes y también de defectos. Convivimos con los sentimientos más nobles y los más oscuros. Y a veces, la distancia entre lo maravilloso y lo horrible puede ser un milímetro… Pero, ¿por qué pensaste en ese banquero israelí?»

«-Por que en circunstancias como la que estoy viviendo dan ganas de consultar a alguien que lea el futuro…», soltó el discípulo.

«-Por qué?, volvió a insistir el Maestro.

«-Estoy viviendo una situación de incertidumbre máxima que se resolverá en los próximos días, y la ansiedad es muy grande», se justificó el discípulo.

«-El proverbial anhelo humano de pretender conocer el futuro… ¿Y estás seguro de qué es lo mejor que te puede pasar?», disparó el Maestro, abriendo un plano distinto y profundo.

Después de reflexionar unos instantes, el discípulo ensayó una respuesta.

«-La verdad que a esta altura, no tengo ni idea de qué es lo mejor para mí. Toda una paradoja porque trabajé muchísimo en pos de un objetivo. Puse lo mejor de mí y no me guardé nada. Estoy en paz. Sin embargo, en la víspera de sucesos definitorios que pueden llevar mi vida por caminos muy distintos, percibo mi incapacidad de saber qué es lo que me puede hacer mejor…»

«-¿Por qué?, volvió el Maestro.

«-Este proceso sirvió para mostrarme que por más fuerte, formado y talentoso que uno pueda ser, no es más que un granito de arena en una playa inmensa. Son tantas y tan descontroladas las variables, que el aporte de uno para el curso de los acontecimientos resulta insignificante», filosofó el discípulo.

«-Pero eso no contesta el hecho de ignorar qué es lo mejor para vos… ¿Cómo puede ser que aquello por lo que trabajaste tanto, pueda no ser bueno?», preguntó el Maestro con una precisión quirúrgica.

«Es lo que te conté antes. El proceso que viví sirvió para mostrarme lo irrelevante que somos y por ende, percibir que aquello que creíamos bueno puede resultarnos muy dañino, y viceversa», contestó sin ser capaz de explicarse mejor.

«-Solo existen dos problemas en la vida; conseguir lo que uno quiere, y no conseguir lo que uno quiere», dijo el Maestro tendiéndole un puente.

«-Una vez el estratega político de un presidente de los Estados Unidos me enseñó algo increíble», contó el discípulo. «-Con honestidad brutal y sabiduría me dijo: «En una campaña electoral, lo más importante de todo, son las circunstancias. Después viene el candidato. Y por último, la estrategia. Y demás está decir que esto atenta contra mi propio negocio…»

«-Que hombre lúcido», sonrió el Maestro. «-Es una gran síntesis del poco peso relativo que tenemos los hombres en el curso de la vida. Lo que no entiendo bien es por qué no sabés que es lo que te hace bien o mal», insistió.

«-Sé lo que hice, y estoy en paz conmigo mismo. Pero el resultado me escapa totalmente. Si llega a ser distinto del que yo deseaba, siento que será la vida que me está cuidando. Me estará llevando por un camino distinto del que yo quería, pero aunque no alcance a comprender, confío que será para mi bien.»

«-A veces siento que la vida es como la punta de un iceberg. Lo que vemos es solo el diez por ciento de una realidad muchísimo más amplia que escapa a nuestra comprensión. Insistimos en estar felices o destruidos por esa punta que sobresale del agua, cuando en realidad, hay algo enorme que existe más allá de nuestra visión. Y que no lo veamos no significa que no exista. Simplemente no lo vemos», dijo el discípulo en un tono casi místico.

«-Qué interesante…», acompañó el Maestro. «-¿Como definirías mejor toda esa realidad invisible?»

«-La verdad es que no sé como ponerlo en palabras. Pero diría que nuestra realidad se compone de muchísimas variables y fuerzas que no están contenidas por lo que vemos. Así como en un partido de fútbol el resultado es una simplificación de lo ocurrido, en nuestra vida ocurre algo parecido. Podemos decir que ganamos o perdimos uno a cero, pero lo que pasó en los noventa minutos es muchísimo más que esos dos números que arbitrariamente parecen definir todo,» dijo el discípulo.

«-Cuando era joven, lo único que existía era el resultado. Ganaba y estaba todo bien, y perdía y estaba todo mal. Con los años fui registrando que la vida no funcionaba así, aunque en el fondo, seguía aferrado a ganar, como si fuera un niño con sus juguetes…», se sinceró el discípulo.

«-Es que eras un niño con sus juguetes, aunque tuvieras cuarenta años. Hay personas que andan así toda la vida. Dicen que la única diferencia entre los adultos y los niños es el precio de sus juguetes», dijo el Maestro con una sonrisa. «-Pero cuando uno crece y aprende a vivir, ya no se conforma con juguetes. Entiende que la felicidad no es un vínculo con objetos. Que no se trata de resultados, ni mucho menos, de relaciones de conveniencia. La felicidad se encuentra en la calidad del vínculo con uno mismo y con los demás.»

«-Totalmente», asintió el discípulo. «-Por eso para mí es muy importante seguir el camino que siento como verdadero, pero sin pretender aferrarme a ningún resultado. Eso se lo dejo a Dios, o a la vida. Yo hago mi trabajo y he aprendido a dejar que Él haga el suyo.»

«-Eso es muy liberador…», completó el Maestro. «-Había una santa que decía una frase genial: «lo que Dios quiera, cuando Dios quiera, como Dios quiera.»

«-Muy bueno, aunque pareciera que eso no nos deja espacio para nuestro esfuerzo», conjeturó el discípulo.

«-Creo que se trata de saber que tenemos que hacer nuestra parte, pero dejando a la vida o a Dios hacer la suya. Que por supuesto, es la parte determinante y mayoritaria», dijo el Maestro con un tono firme.

El silencio invadía la sala. A modo de conclusión, el Maestro dijo: «-Habla muy bien de tu crecimiento que pese al esfuerzo que has hecho, ni siquiera sepas cuál resultado es el mejor para vos. Aunque nuestra sociedad exitista no lo permita, es muy bueno que le des lugar a esa duda porque aunque la neguemos siempre existe. Nunca podremos anticipar qué es lo mejor para nuestra existencia. Solo es posible ir descubriendo cuál es el camino que debemos transitar. Pero nunca debemos exigirle a la vida que nos lleve a un lugar determinado. Simplemente tenemos que elegir nuestro sendero, descartar el que parece fácil pero que a cierta edad sabemos que no nos hará bien, y luego, confiar.»

«-¿Confiar en qué?», preguntó el discípulo algo confundido.

«-Confiar en la vida», contestó el Maestro en forma categórica. «-Nuestra acción decisiva es el ejercicio de nuestra libertad. Elegir lo verdadero, lo auténtico, lo propio, lo coherente con quien vamos descubriendo que somos. Y transitarlo. Ojo que es bien difícil porque esas decisiones necesariamente nos arrancarán de la tierra de las seguridades. Pero nos conducirán a un lugar mucho mejor, que es el de la paz interior.»

Al discípulo se le iluminó la cara.

«-Elegir lo verdadero, pagar los costos de esa decisión, y confiar en la vida», cerró el Maestro.

Artículo de Juan Tonelli: La punta del iceberg.

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