El niño de ocho años murió en la ambulancia camino al hospital. Había perdido mucha sangre y cuando el servicio de emergencias llegó, ya estaba inconsciente. La policía tampoco tuvo oportunidad de obtener información alguna sobre el homicida.

Los devastados padres aceptaron donar sus órganos, por lo que pocas horas después de la tragedia, ocurría el milagro que la ciencia posibilitaba. Otro chico de su edad que estaba por morirse se salvaba gracias al trasplante cardíaco.

El proceso de rehabilitación del niño trasplantado fue largo y complejo. Durante el mismo, el menor sufría recurrentes pesadillas. Los padres estaban algo sorprendidos porque su hijo nunca había tenido problemas con sus sueños. Sin embargo, pensaban que el estrés traumático por un trasplante y la proximidad con la muerte, eran los causantes de un miedo extremo que se manifestaba también a través de los sueños.

Con el correr de las semanas quedó en evidencia que la pesadilla era siempre la misma. El niño soñaba que lo mataban. El departamento de psiquiatría que acompañaba al área de trasplantes no pudo ignorar la pregunta inevitable: ¿tendrían las pesadillas alguna conexión con el crimen del donante?

Esta pregunta encubría otra aún más inquietante o delirante; ¿existiría en el corazón del niño asesinado alguna información sobre el homicidio? El solo pensarlo, no solo helaba la sangre de los investigadores, sino que rozaba el ridículo.

En línea con esta hipótesis, había antecedentes de que el intestino poseía ciertas células capaces de percibir sentimientos, emociones y otros procesos inverosímiles para un órgano de esta naturaleza. De ahí que algunos lo denominaran el segundo cerebro, o que existiera la creencia que aludía a las tripas como vísceras capaces de sentir.

En relación al corazón había menos evidencia, aunque la ciencia iba encontrando hallazgos sorprendentes. Toda parecía indicar que el hecho que fuera el encargado de sentir afectos, emociones y sentimientos, no era una metáfora romántica sino una realidad.

El niño trasplantado continuaba con su pesadilla recurrente, la cual era cada vez más precisa. Cuando el menor la describió con suficiente grado de detalle para verificar que en la misma él era asesinado de la misma forma en que habían matado a su donante, los psicólogos se quedaron atónitos. ¿Era posible o se estaban volviendo locos? El dato más inquietante era que el menor no tenía ninguna información acerca de cómo había muerto el donante.

Presionados por una realidad que superaba cualquier ficción, el director médico decidió contactar a la policía. El crimen no había sido esclarecido porque la escasa sobrevida del niño no había permitido aportar información alguna. Y al no haber existido testigos, la investigación estaba parada.

El jefe del departamento de policía accedió a entrevistarse con los médicos y eventualmente con el niño, solo por solidaridad con los padres del menor difunto. Consideraba que era un absurdo imaginar alguna conexión por un músculo cardíaco.

Después de escuchar en profundidad a los terapeutas, el investigador quiso conocer al niño. Luego de un par de entrevistas en las que estableció alguna confianza con el menor, éste le contó su pesadilla. Asombrado por el grado de detalle de la descripción, el jefe de policía consideró oportuno convocar al ilustrador, para que realizara un identik del supuesto homicida. El dibujante escuchó el relato del niño e hizo el boceto, sin dejar de pensar que la situación era entre macabra y disparatada.

Los investigadores cruzaron el identik con la base de datos y encontraron un par de personas sospechosas con malos antecedentes. Luego de un mes de intenso trabajo, una de ellas terminó confesando que había sido el autor del crimen.

Guillermo cerró el diario. La historia que acababa de leer era demasiado fuerte para seguir leyendo. Que la ciencia continuara investigando las increíbles capacidades del corazón; él sentía urgencia por explorar otros interrogantes que brotaban desde lo más profundo de su ser.

Que el músculo cardíaco fuera capaz de sentir era un dato innovador solo para la ciencia, que siempre había sostenido que las emociones ocurrían en el cerebro. Sin embargo, a Guillermo le surgió una inquietud que iba mucho más allá del increíble descubrimiento científico,  y que lo dejó perturbado.

Si el corazón había sido capaz de guardar semejante información para luego manifestarla con tanta fuerza en otro cuerpo al que había sido trasplantado; ¿qué pasaba con todas las experiencias dolorosas que cualquier persona experimentaba a lo largo de su vida, las cuales solían ser minimizadas, tapadas, o negadas?

Era lógico asumir que un asesinato fuera una experiencia suficientemente traumática para que el corazón no estuviera dispuesto a metabolizarla. ¿Pero qué pasaría con sentimientos y emociones fuertes y dolorosas que no llegaran a semejante extremo?

Recordó a su primera novia, quien lo había abandonado sin mayores explicaciones. Estimaba que lo había dejado por temor a verse obligada a tener sexo. Más allá que él nunca la hubiera forzado a nada, lo que todavía le dolía era la impotencia de no haber podido hablar. Le habían dicho adiós sin mas,  y Guillermo había conocido por primera vez el dolor emocional. La imposibilidad de haberse expresado aún supuraba.

Evocó a una novia que fue la primera relación que duró años, la cual terminó abruptamente cuando Guillermo se enamoró de otra mujer. Como él tenía veintidós años y pensaba que enamorarse de otra persona era inmoral, la había dejado ocultando las verdaderas razones.

Inevitablemente, ella se había enterado de la verdad pocos meses después, desenmascarándolo con un doloroso llamado telefónico. ¿Por qué no le había dicho la verdad de entrada? Para no romperle el corazón, y porque tampoco quería asumirse a sí mismo como una mala persona. Dado que sus parámetros morales no permitían enamorarse de otra persona estando en pareja, la negación había tenido que funcionar a pleno.

El corazón siempre sabía la verdad y el suyo se había sentido aislado cuando el cerebro de Guillermo, había terminado atrapado por su propio esquema de valores. Hasta la Biblia sostenía que los preceptos estaban hechos para el hombre y no al revés. Las personas siempre eran más valiosas que cualquier patrón moral. Éstos estaban para cuidarlas, no para obturarlas.

Guillermo se preguntó si todo lo que guardaba el corazón serían asuntos afectivos. Visualizó cuando él había traicionado a un compañero de trabajo. ¿Por qué lo había hecho, sabiéndose alguien bueno? Por ambición. Afortunadamente, años después del incidente, había tenido la oportunidad de pedirle perdón al damnificado. La víctima, sin embargo, movida por la habitual dificultad humana de lidiar con el dolor, había minimizado el suceso e imposibilitado que Guillermo pudiera cerrar aquél capítulo en paz.

Recordó la situación opuesta, cuando un jefe le había incumplido un acuerdo, y Guillermo no se había animado a hablarlo por miedo a ser despedido. El camino elegido había resultado el peor y él no tendría más remedio que renunciar un año después, completamente envenenado por la injusticia.

Guillermo sentía al corazón como el conocedor de sus verdades más profundas. A su vez, como un compañero misericordioso e inseparable.

Las historias brotaban sin parar. Todas eran fuertes y afectivas, y no todas sentimentales. Había muchos desencuentros amorosos, pero también traiciones, miedos, angustias varias. Sentía más dolor en los casos en que había sido verdugo que en los que fue víctima. En estos últimos tenía más paz, salvo cuando había sido incapaz de expresar lo que sentía.

Tuvo ganas de abrazar a su corazón. Pedirle perdón por todo lo que lo había ignorado y despreciado. Comprendió que ese órgano, no solo había percibido las emociones y sentimientos de todas las experiencias, sino que había guardado un prudente silencio cuando Guillermo no había querido ver o escuchar cosas importantes.

Como si el corazón, además de ser el gran receptor, fuera testigo y compañero de vida. Acompañaba y sostenía a las personas pese a los reiterados maltratos a los que era sometido. Guillermo se preguntó si acaso el corazón sería un tirano al cual había que obedecerle ciegamente.

Pudo ver que su corazón muchas veces sentía cosas contradictorias que se prestaban a confusión. Pero también registró que el tiempo siempre aclaraba cuál era la verdad. Y que no era un dictador, sino más bien un canal, un manantial. Recibía, decodificaba, y sobretodo, producía valiosa información para poder transitar la vida de la mejor forma posible.

Ignorarlo era el precio más caro de todos, porque implicaba ignorarse a sí mismo, y en definitiva, destruirse.

Era comprensible que la mente muchas veces no quisiera escuchar lo que el corazón tenía para decir, porque podía ser muy doloroso, inconveniente, angustiante, o simplemente, no coincidir con los planes. Pero tarde o temprano habría que reorientar la dirección de la vida porque, ¿quién tenía alguna chance de ser feliz desoyendo a su corazón?

Por último, Guillermo registró que frente a lo irremediable, lo único que necesitaba su corazón era poder expresarse. El peor escenario era que lo obturaran, y que todas las emociones y sensaciones quedaran encerradas y apretujadas, sin salida. Al igual que el agua, los sentimientos que no fluían se terminaban pudriendo y contaminaban todo.

Guillermo sintió empatía con su corazón. Por primera vez en su vida, lo comprendió. No hizo falta decirle que de ahí en más pondría lo mejor de sí para que estuvieran en sintonía. Después de todo, la suerte de ambos se jugaba en forma conjunta.

Artículo de Juan Tonelli: Secretos del corazón.

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