El boletín de su hijo era realmente malo. Mas de la mitad de las materias estaban calificadas con un insuficiente. Simulando una tranquilidad que no tenía, el padre lo llamó para conversar del asunto. El chico se puso muy tenso, y no quiso hablar.

«- Gordito, no te estoy retando. Solo necesito entender que te está pasando», dijo el padre con una fingida prestancia.

«-Nada», fue la cortante respuesta de su hijo.

El papá se dio cuenta que estaba frente a un problema mas grande del que creía. Su hijo no solo tenía malas notas, sino que no quería expresar lo que le pasaba.

En una rápida asociación, la mente le trajo  un sinnúmero de situaciones de su infancia. Recordó especialmente cuando con apenas diez años de edad, jugaba a ser padre y a firmar sin inmutarse, un boletín lleno de aplazos que le traía su hijo imaginario.

Nunca había reflexionado en aquél juego, pero era evidente que refería a su propia historia de vida. Si bien cuando él era un niño, nadie le exigía formalmente que fuera un excelente alumno, la presión era grande. De ahí surgía la fantasía de poder firmar como padre, un montón de aplazos sin inmutarse. En el fondo, era lo que deseaba que le hubiera pasado.

De vuelta en el presente, se dio cuenta que ahora que tenía la oportunidad real de contener a su hijo, estaba bastante perturbado. ¿Qué lo ocasionaría?

Recordó a un ex ministro de educación, quien le había dicho que los problemas de los chicos de las clases medias y altas no pasaban por el nivel educativo de la escuela. A su entender, el tema era la neurosis, los miedos y las exigencias de los padres. Que en forma mas directa o más sutil, siempre hacían estragos.

Se preguntó cuáles serían esos miedos. Los primeros en aparecer tenían un alto componente egoísta. Como padre no quería tener problemas. Nada que le sumara un contratiempo adicional a su día a día, por más que supuestamente su hijo fuera lo más importante de la vida. El solo hecho de pensar en buscar otro colegio, y en tener que mandar a sus chicos a distintos establecimientos, lo fastidiaba.

Yendo al fondo de sus propios miedos, registró el temor a que su hijo no pudiera terminar la escuela, y que no tuviera un buen futuro laboral. Solo le faltó imaginar que lo tendría que mantener toda su vida, pero su consciente lo preservó un poco de aquella angustia que también existía.

Se asustó del solo imaginar en tener un hijo con un vida fallida. Como esas de tantas millones de personas que no pueden con la existencia y a las que hay que estar asistiéndolas permanentemente porque la realidad las pasa por arriba todo el tiempo.

De vuelta en el presente se preguntó si no tendría que hablar claro con su hijo. «-O estudiás y mejorás tus notas, o se acaban tus salidas con amigos y los juegos que tanto te gustan…»

¿Serviría para algo un régimen de sanciones? ¿O en el mejor de los casos, sería eficiente para aprobar las materias, sin abordar la causa mas profunda que estaría generando la baja performance? Las malas notas; ¿serían el resultado de la falta de estudio, o del más profundo desinterés por lo que le estaban enseñando? Se dio cuenta que una cosa era poner límites sanos, que protegen, y otra muy distinta era presionar. Aumentar la presión difícilmente pudiera generar algo virtuoso.

Intentó retomar el diálogo con su hijo, pero no pudo avanzar mucho. El niño respondía con monosílabos, queriendo terminar cuanto antes la frustrada conversación. Así las cosas, el padre decidió cambiar de estrategia. «-Como te ayudamos con mamá? ¿Querés que estudie con vos? O preferís que busquemos un profesor? ¿Como hacemos? Estamos de tu lado…» Aquellas palabras distendieron un poco la situación, aunque sin abrir un diálogo franco y sin temores, que resultaba poco menos que imposible.

Volvió a pensar en las sanciones. Implementar esa política llevaba implícito quitarle a su hijo cosas que le gustaban, reemplazándolas por asuntos que no le interesaban. ¿Podría surgir algo bueno de esa metodología?

Recordó a un destacado físico portugués quien sostenía que para ser un gran investigador había que estar dispuesto a hacer sacrificios. Pero irónicamente, aclaraba que no se trataba de privaciones ni esfuerzos, sino más bien, de no dejarse llevar por la corriente.  Según aquél genio, el error que cometían la mayoría de las personas que se dedicaban a la física, era anteponer su carrera a su curiosidad.

Entonces, en vez de ver a dónde los llevaba su curiosidad, se dedicaban a realizar documentos y publicaciones periódicas, dar conferencias, y un cúmulo de actividades estereotipadas y en el fondo, vacías.

Para este físico, la disciplina necesaria era tener el carácter y la determinación suficientes para no buscar seguridades, sino trabajar en aras de la curiosidad. Soportar la incertidumbre en pos seguir el instinto y las cosas que a uno lo entusiasmaban y le llamaban la atención.

Para dejar bien en claro su postura, sostenía que si no se estaba dispuesto a hacer eso, en vez de dedicarse a la física, había que irse a trabajar a algún puesto administrativo. A su entender, demasiados físicos estaban mas preocupados en los pasos de su propia carrera, que en tratar de hacer algo interesante. Seguían el cursum honorum, que habitualmente no conducía a ningún lado valioso. Solía ser únicamente forma vaciada de contenido. El solo pensar que como padre podía estar cercenando la curiosidad y áreas de interés de su hijo, lo angustió.

Si bien esa era la historia de casi todas la personas, él no quería repetirla con sus hijos. Aunque el pasado no se pudiera modificar, de alguna u otra forma, siempre podía repararse. Por otra parte, también era deseable no seguir acumulando errores.

Sensibilizado al máximo, se preguntó si además de tratar a sus hijos de esa forma, uno no debía tratarse a sí mismo de la misma manera. ¿Qué abordaje tendría mas posibilidades de generar una buena vida? ¿La exigencia, el rigor, las sanciones, el miedo, la falta de diálogo, las descalificaciones, o el apoyo incondicional, la paciencia, la contención, la complicidad, la determinación de buscar siempre nuevas soluciones para los inevitables problemas que se fueran presentando?

No hizo falta contestarse.

Esa noche, fue a la cama de su hijo, y sin decirle una palabra, lo abrazó fuerte un rato largo. La fuerza con la que su hijo lo apretó, fue la mejor respuesta a los interrogantes acerca de cuál era el camino que tenían que seguir.

Artículo de Juan Tonelli: Las condiciones del aprendizaje

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