«-El problema de Luis es que cree que la gente no coge. Y la gente coge.»

La aguda definición de Juan dejó a Fernando risueñamente sorprendido. No era poco que una persona criteriosa y seria definiera al presidente de la empresa de una manera tan precisa como descalificatoria.

Y era claro que no estaba refiriendo a coger como el mero acto sexual sino a un acuerdo básico entre dos personas que dejaban afuera a terceros. Las razones de ese entendimiento podían ser de lo más diversas, pero lo central era que siempre podía existir convergencia de intereses que desembocaran en un acuerdo. Y frente a eso, anteponer principios morales no sólo era infantil sino poco realista. La gente cogía.

En este caso concreto, Juan y Fernando hablaban de la ingenuidad del presidente, que se negaba a creer que la mayoría de las agencias de publicidad sobornaba a los ejecutivos de sus clientes para mantener negocios.

Luis, el presidente del diario que pensaba que la gente no cogía, estaba convencido que eso ocurría excepcionalmente. La realidad era diametralmente opuesta. El comercio y la corrupción se filtraban por todos lados, tan inherentes a la condición humana. Y era en ese sentido que la metáfora de Juan era maravillosa.

Negar que la gente tuviera relaciones sexuales -legítimas o ilegítimas- era poco realista e infantil. En la madurez, se suponía que las personas iban comprendiendo algo de cómo funcionaban las cosas en la vida.

Tampoco se trataba de hacer una apología de la corrupción sino más bien registrar su real dimensión. Como en cualquier orden, negar la realidad terminaba siendo muy negativo. Podía servir en el corto plazo para resistir situaciones difíciles, pero en el largo plazo la verdad siempre irrumpía con una fuerza proporcional a lo que hubiera sido tapada. Y finalmente, había que hacerse cargo de la realidad toda junta, lo cual era peor.

Fernando pensó en la gente que decía odiar la política. Por lo general eran personas que tenían dificultades para establecer vínculos de intimidad y confianza. O también excesivamente tímidas o temerosas. La definición de odio de la actividad política era una involuntaria expresión de sentirse excluidos, de estar afuera de un proceso que de haberlos incluido, nunca hubiera sido catalogado como desagradable. Al igual que el sexo, podía ser sucio e indebido, a excepto que uno mismo fuera el protagonista. En ese caso, la perspectiva cambiaba. Recordó el chiste que decía que la diferencia entre negocio y negociado era que negocio era el hacía uno. Los negociados, en cambio, eran siempre los que hacían los demás.

Juan, haciendo catarsis, continuó: “- creer que la gente no coge tiene fuertes implicancias. Y las dos más importantes que se me vienen a la mente son la dificultad para percibir lo que ocurre, y la negación de las pasiones y de las sombras, no sólo de los demás, sino y muy especialmente, las propias.”

Fernando escuchaba atento los pensamientos en voz alta que emanaban de su jefe. “-Si uno está convencido que la gente no coge, va a pasar por alto acuerdos, entendimientos y todo tipo de situaciones que ocurrirán igual pese a la negación de uno. En términos empresariales y competitivos, es una ventaja enorme que se le concede a los rivales.

¿Ojos que no ven corazón que no siente? Esa ideología hace sentido cuando uno no le da tanta relevancia a ciertos pecados o acciones, y prefiere mirar  para otro lado para evitarse un dolor que en el fondo, no es por un tema relevante. Pero si la idea es “ojos que no ven porque lo que está mal no existe” estamos en presencia de una actitud peligrosa. No es lo mismo aligerar un tema porque no tiene tanta importancia, que negarle toda entidad por la simple razón que no entra en nuestras ideas…”

Fernando estaba descubriendo una profundidad desconocida en su jefe. Siempre se había considerado afortunado de tenerlo porque era un tipo que sabía mucho del negocio. Pero hasta ahora desconocía esta faceta tan profunda.

Juan continuó con sus divagaciones: “- Por otra parte, pensar que la gente no coge es también negar las propias sombras, las propias pasiones, las propias miserias. Y ojo que no estoy hablando de exaltarlas ni promoverlas, pero sí registrarlas, entrar en contacto, dialogar con ellas.

Las personas que las niegan terminan siendo las peores. O viven detectando todo lo malo de los demás, que no es otra cosa que lo que ellos mismos reprimen. A lo largo de la historia, los hombres que trataron de convertir la tierra en un paraíso fueron los que la transformaron en un infierno. ¿O acaso Jesús no tuvo muchos más problemas  con aquellos que se consideraban buenos y justos, que con los que se asumían pecadores?”

Fernando, para descomprimir la implícita tensión existente, preguntó con ironía: “- Y qué hacemos jefe; buscamos otra empresa o tratamos de recuperar al presidente?”

“-Ninguna de las dos cosas, querido amigo. En otra empresa es probable que encontremos a otro Luis. Está lleno por todos lados. Pero intentar cambiarlo es una locura.

Si uno no puede cambiarse ni a sí mismo: ¿cómo va a aspirar a cambiar a los demás?”

El remate final no pudo estar más lleno de sabiduría: “- Uno sigue su camino. Ni se mortifica por cosas que le escapan, ni pretende cambiar  a los demás para hacerse más fácil o mejor la propia existencia.

Uno aporta lo que tiene y sólo la vida sabe si el otro lo tomará y si producirá algún fruto. Es del hombre sembrar, pero es siempre de Dios hacer crecer.”

Artículo de Juan Tonelli: La gente coge.

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