-“Martincito quiere ser ingeniero”, fue el orgulloso comentario de la abuela Reneé a su amiga. Su nieto de 4 años, que escuchaba la conversación sin interrumpir la importantísima tarea que llevaba a cabo –jugar-, se preguntó que sería eso. Intuyó que tendría algo que ver con lo que le había comentado a su abuela.

Ella había desestimado la posibilidad de que él fuera arquitecto, porque le parecía una carrera muy livianita. Con sus condiciones, tenía que ser algo importante, como ingeniero. Martincito tampoco sabía de qué se trataría la arquitectura, y obviamente ni se animó a preguntar. No quiso exponerse a contrariar a su abuela.

Muchos años más tarde, Martín se salvó de estudiar ingeniería, carrera completamente ajena a su corazón. La arquitectura podría haber sido por su sensibilidad artística. Pero no tuvo mucha libertad para decidir; sólo le fue permitido elegir entre las principales y más comunes alternativas. Aquellas que garantizaban un futuro.

¿Garantizaban algo, o sólo daban una falsa sensación de seguridad a sus padres?

Preguntándose qué sería lo que habría motivado a que su abuela le pusiera la etiqueta de futuro ingeniero,  recordó la situación que  había inspirado aquella vocación. Al salir del jardín de infantes solía ver a una cuadrilla municipal descansando en el horario del almuerzo, mientras preparaban un asado en la calle. El aroma de aquella carne sobre la improvisada parrilla, lo embriagaba. Por otra parte, la fraternidad de aquellos simples operarios le transmitía paz y alegría. Podría ser porque estaban participando de un verdadero encuentro, aunque también le gustaba verlos pasarse los ladrillos de mano en mano, en otra muestra de cooperación y hermandad.

Martincito quería ser eso; un obrero. Compartir la tarea y encontrarse con sus pares en un almuerzo rico, empático y sanador. Fácil de transmitir a su abuela, aunque ¿cómo podría aceptarlo ella, que insistía con que el espumante que debía gustarle era el champagne y no la sidra, que era de gente ordinaria?

Si el estatus debía definir hasta los gustos, ¿qué margen había para ser uno mismo?

Por suerte, no le hizo caso a su abuela. Aunque como diría  Oscar Wilde, “tuvo una educación tan buena, que tardó años en superarla”.

Artículo de Juan Tonelli: Secretos inconfesables de un niño.

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