Tardíamente había descubierto el tenis. Aquél deporte practicado durante un año de su infancia, había sido descartado brutalmente cuando conoció otro juego que sería el gran amor de su vida. Sin embargo, como los años pasaron y su cuerpo no le permitía seguir practicándolo, tuvo que buscar otra opción.

Después de algún tiempo de deambular por varios, decidió probar con el tenis. Era un juego cuya dificultad se sumaba a la de Diego, quien creía que su excelencia en una actividad se replicaría automáticamente en cualquier otra. Obviamente la realidad era despiadada, y el nuevo juego lo frustraba y desalentaba al ignorar sus buenos antecedentes en otro deporte.

El golpe de revés, tan difícil y técnico, presentaba todo un desafío. Diego había tomado la decisión de no dejarse vencer por el miedo  y pegarlo con top spin, un efecto que permitía golpear fuerte a la pelota. Así y todo, el reto era grande y  muchos tiros terminaban demasiado afuera de los límites de la cancha.

Durante un viaje de trabajo por EEUU, Diego aprovechó un día libre para irse a uno de los centros de tenis más importantes del mundo y tomar clase con una estrella del entrenamiento. Después de verlo jugar un poco, el destacado entrenador le preguntó por qué no pegaba el revés con efecto slice. Era mucho más seguro y le permitiría no equivocarse tanto, metiendo muchos más tiros adentro de los límites de la cancha. -«Paga bien», aconsejó el maestro, resumiendo la conveniencia de hacerlo de esa forma.

Con la madurez propia de la mitad de la vida, Diego le respondió muy seguro de sí mismo que no quería que el miedo lo determinara. Él quería poder pegar el revés bien. El profesor lo miró con ternura y lo llevó a la sala de videos. Eligió uno de Steffi Graf, la mejor jugadora de toda la historia. Luego de mostrarle algunos minutos de su juego, le dijo: -«si ella que ganó todo, -incluyendo el Grand Slam y los Juegos Olímpicos- pega su revés siempre con slice; ¿por qué vos tendrías que pegar con top spin?»

El planteo del coach era impecable. La gran Steffi había aceptado sus límites, a pesar de los cuales pudo ganar todo. Por ende, ¿cuál sería la razón para que un modesto aprendiz aspirara a más que semejante leyenda?

Sin embargo la vida no necesariamente discurría por esas linealidades, ni mucho menos cabía en los limitados razonamientos de los hombres. Más allá de la impecable reflexión del gran entrenador, había una pregunta que calaba hondo en el corazón de Diego. ¿El pragmatismo era todo? ¿La eficacia era más importante que la libertad?  Este último interrogante le atravesó el alma.

Si ganar era lo más importante, había que hacerle caso al entrenador. Si en cambio, lo era crecer, aprender o desarrollarse, probablemente hubiera que desoírlo. Pequeño dilema.

Pensó en Steffi Graf. ¿Por qué ella no habría aprendido a pegar el revés con top spin, limitando su juego de esa forma? ¿Habría sido su precocidad y la enorme presión a la que fue sometida desde muy chica, lo que le impidió desarrollarse con otros grados de libertad? Así y todo, con semejantes antecedentes; ¿quién estaría en condiciones de juzgarla?

Diego sintió que si el resultado lo definía todo, no habría más margen que entregar la libertad en el altar del pragmatismo. Peor aún si lo que estuviera en juego fuera la identidad. En la mayoría de los casos, las personas que llegaban bien arriba temían perder ese lugar privilegiado, y el miedo signaba sus carreras y sus vidas. El objetivo principal dejaba de ser el juego y sólo importaba conservar la posición de liderazgo el mayor tiempo posible.

Como Diego no estaba en ese lugar, podía concederse otros privilegios. No tenía contratos con Nike ni con Wilson. No tenía que impresionar a nadie. Tampoco había ninguna legión de jugadores esforzándose para superarlo. Cuánto más fácil era ver -y vivir- todo desde el llano.

Se sintió feliz de poder golpear su revés con libertad. De poder aprender. De no tener la obligación ni la responsabilidad de ser eficaz. Lo había sido demasiado tiempo de su vida. Recordó cuando él era un deportista de primer nivel. Ahí no había lugar para estos gustos ni para ningún otro. Había que ganar. Todo lo demás era irrelevante.

Diego se preguntó qué lugar quedaba para el espíritu de uno, cuando lo único posible era ganar. Su historia de vida era la mejor respuesta: un camino permanentemente angustiado, solo interrumpido por el desahogo perecedero de las victorias, o la liberación también circunstancial de las derrotas. Aunque al perder hubiera algo más de paz. En el fondo, al erosionar la reputación, se reducía un poco la presión estructural.

Mientras le pagaba los honorarios y  le agradecía la clase, Diego le dijo al entrenador: «-Voy a seguir pegando el revés con top spin. Con lo que me costó ganarme algo de libertad, no la voy a entregar por la ilusión de algunos resultados».

Artículo de Juan Tonelli: ¿Cuánto estás dispuesto a pagar por un resultado?