«-No me gusta el cariz que está tomando mi vida», disparó Hernán.

«-¿Por qué?», preguntó el Maestro con su habitual avidez por comprender.

«-Porque es una locura. Infinitas horas de trabajo, presiones, problemas, angustia permanente. Nunca hay algo de sosiego», amplió el discípulo.

«-¿Y esto no es lo que tantos años soñaste?, dijo el Maestro, confrontándolo consigo mismo.

Después de un prolongado silencio, Hernán dijo:

«-Antes, ahora no.»

«-Aunque cueste reconocerlo, creo que tu cambio fue hace muy poco. Pareciera que ocurrió cuando empezaste a experimentar la situación en su real dimensión, y no en la forma romántica e idealizada en que la veías antes», dijo el Maestro.

«-Puede ser. Antes me moría por ser el número uno. Ahora también me importa, pero como estoy más grande y puedo ver con más claridad los costos asociados, no sé si tengo ganas», dijo Hernán.

«¿Y cuáles son esos costos asociados?», insistió el Maestro con aires de ingenuidad.

«-No tener paz, nunca.»

«-Ese es un costo demasiado alto», soltó el Maestro con compasión. «-¿Y por qué pensás que llegaste hasta acá?»

«-Creo que por una mezcla de cosas. Anhelos y heridas condicionantes del pasado, inercia, curiosidad, vocación…», contestó Hernán con la mirada perdida.

«-Los dos últimos son muy importantes para la vida. Si estás acá por curiosidad y vocación, tendrás que reflexionar profundamente cómo seguir. Está claro que no podés vivir sin paz, pero no es menos cierto que negar la vocación de uno es algo sumamente frustrante y doloroso», dijo el Maestro.

«-Totalmente. Pero pareciera que en estos niveles de competencia, no es posible conocer la paz. Tengo un deja vu, porque ya viví algo similar cuando era un deportista profesional. Mi vocación por aquél deporte fue muriendo producto de las presiones, los contratos, las giras infinitas…», se quejó Hernán.

«-¿Sólo por eso?», volvió a clavar el cuchillo el Maestro.

Después de otro prolongado silencio, Hernán se sinceró.

«-No. También jugaron otros elementos como mi historia de vida y los fuertes condicionamientos familiares que tenía.»

«-¿Y el miedo?», preguntó el Maestro en voz baja.

«-Bueno, sí… Te referís a alguno en particular?», quiso saber el discípulo.

«-Creo que existían varios. Por un lado, tus enormes niveles de exigencia eran grandes generadores de miedo. Si uno tiene expectativas tan altas, es natural que la ansiedad y angustia sean igualmente grandes. Los chinos dicen que el que duerme en el piso no tiene miedo de caerse de la cama. Vos te pasaste toda tu vida tratando de estar bien arriba…», dijo el Maestro.

«-A su vez», prosiguió, «-nunca quisiste enfrentarte a tus padres. Desobedecerlos era una ruptura con un costo emocional que vos no estabas preparado para absorber. El tema es que cuando uno evade esa confrontación, tarde o temprano la vida te la vuelve a presentar. Y en la medida que uno no dé esa pelea -e independientemente del resultado-, uno siempre seguirá siendo alguien inmaduro.»

«-¿Por qué?, preguntó Hernán que si bien intuía el sentido de aquellas palabras, estaba algo confundido.

«-Porque el precio de negarse a uno mismo para satisfacer a otros es imposible de pagar. Es tanto el miedo que sentimos que nos convencemos que claudicar es lo mejor. Pero a la larga, es siempre lo peor. Nos deja en ese lugar infantil, de niños buscando la aprobación de los padres. Luego será de los jefes, de los maridos o esposas, y así nos pasamos la vida en una senda equivocada», dijo el Maestro algo lacónico.

«-¿Y cuál sería la senda correcta?», preguntó Hernán entre desafiante y vulnerable.

«-La tuya propia», dijo el Maestro con tres palabras que retumbaron como una bomba.

Hernán entró en un profundo silencio. Sabía perfectamente de qué le estaban hablando. Se había pasado la mitad de su vida transitando caminos que en su mayoría, habían sido designados por otros. No eran propios. Sin embargo, después de los cuarenta y al empezar a registrar la cuenta regresiva, todo había cambiado. Transitar caminos mandados por terceros tenía un costo emocional creciente que comenzaba a volverse intolerable. Y ahí estaba él, tratando de ajustar su dirección, en pos de su propia verdad interior.

«-Siento que esto que hago me gusta, pero la alta competencia es un infierno. Y no quiero vivir así», volvió sobre su eje inicial.

«-¿Y cómo querrías vivir?», preguntó el Maestro inocentemente.

«-Recuperando las riendas de mi vida», dijo Hernán.

«-¿Y por qué tenés tanta ansiedad?, preguntó el Maestro moviéndose en otra dirección.

«-Por lo mismo que dijiste al principio. Hay tanto en juego, que es inevitable no querer poner todo de uno, y al mismo tiempo, no sentir miedo a perder», sintetizó Hernán.

El maestro se rió. «-La capacidad de competir no tiene límites, como bien lo muestran los divorcios conflictivos o las guerras. Todos quieren ganar, nadie quiere ceder un milímetro, y la vida se pasa mientras los seres humanos escalan el conflicto en forma infinita y estéril…»

«-¿Y entonces?», preguntó el discípulo con un importante grado de confusión.

«-Tenemos que aprender a tomarnos la vida en forma menos en seria. La mitad del planeta tierra tiene problemas reales. Hambre, pobreza extrema, guerras, masacres. La otra mitad, vive como una tragedia algo que en el fondo, es solo una comedia. ¿Ganar? ¿Perder? No es tan importante. Ni siquiera es muy decisivo nuestro aporte a la victoria o el fracaso…», se despachó el Maestro.

«-Es que si uno piensa así, se vuelve indolente», protestó Hernán.

«-Por supuesto; hay que esforzarse. No soy de los que cree en que la vida solo exista el destino. Pero menos aún, creo que todo sea meritocracia. Nuestra existencia es un misterio que entrelaza ambas cosas. El esfuerzo y las circunstancias. Nadie sabe en qué proporción ni mucho menos en qué tiempos», dijo el Maestro.

«-Totalmente, pero ¿acaso no debiéramos poner todo de nosotros mismos como si Dios o el destino no existieran, sabiendo que existen y son más determinantes que nuestro esfuerzo?», preguntó Hernán abonando las palabras del Maestro.

«-Por supuesto. Lo que ocurre es que frecuentemente decimos eso, pero en el fondo de nuestro corazón estamos convencidos que nuestro esfuerzo es lo decisivo, lo único. Y la realidad nos corrige con un ímpetu proporcional a nuestra arrogancia. Por otra parte, estar persuadidos que nuestro rol y determinación son tan importantes, es una fuente infinita de ansiedad», continuó el Maestro.

«-¿Por qué?, preguntó Hernán algo atiborrado de verdades.

«-Un destacado filósofo suizo cuenta que por ejemplo, en Alemania Oriental la vida era muy relajada hasta que cayó el Muro de Berlín. Por supuesto que había preocupaciones graves, pero en cierto sentido vivían tranquilos. De repente el muro cayó, el sistema económico se abrió y a cualquier persona le podía «ir bien» y convertirse en millonaria. Entonces, familiares y vecinos que vivían al lado suyo, pasaban a sentirse desgraciados inmediatamente», contó el Maestro ante la sonrisa de Hernán quien reconocía la humanidad y verdad de aquél ejemplo.

«-Buscá tu verdad y seguila, Hernán», dijo el Maestro. «-Sin miedo. El costo de desconocerla es imposible de pagar. No sostengas lo que no es tuyo, solo para alimentar mandatos del pasado. Tampoco caigas en la fantasía de creer que podés recorrer tu camino, sea el que sea, sin costos. Siempre hay costos, y cuanto uno más quiere recorrer, más termina pagando. Es como un impuesto al vivir. Por último, tené siempre presente que por lo general y más allá que los seres humanos vivan la vida como una tragedia, suele ser una comedia…»

«-¿Y para qué me serviría darme cuenta que la vida es una comedia?», preguntó Hernán casi insolentemente.

«-Para poder ver todo en perspectiva. Relativizar. Darse cuenta que la mayoría de esos temas que tanto nos afligen, nos resultarán una completa estupidez dentro de veinte años. Si hoy pudieras volver atrás dos décadas; ¿cómo creés que manejarías los problemas que en aquél entonces te desvelaban?», preguntó el Maestro.

«-La verdad es que los llevaría muy fácilmente», dijo Hernán sin dudar.

«-Bueno, tratá de vivir tus problemas de hoy con la perspectiva que tendrás dentro de veinte años», propuso el Maestro mientras daba por finalizado el encuentro.

Artículo de Juan Tonelli: El camino correcto.

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