«-No puedo más», dijo Roberto, totalmente quebrado.

«-¿Por qué?», le preguntó su maestro.

«-Porque no aguanto más esta dualidad. Lo que empezó como una aventura amorosa devino en un infierno. Llevo dos años con una doble vida y no puedo más. Yo no nací para esto, habrá otras personas mas entrenadas para vivir disociadas. Durante todo este tiempo esperé que el romance se diluyera, se apagara. No solo no ocurrió, sino que se intensificó. Y como a mi esposa no le puedo decir ni una palabra, finalmente no hablamos de nada…», dijo Roberto al borde de las lágrimas.

«-¿Sino puedo hablar del tema más importante que me pasa; ¿de qué hablo? Guardé el secreto para protegerla, pero esto creció a proporciones insospechadas, y ya no puedo más.»

«-¿Y por qué no podés hablar con tu esposa?», inquirió el maestro como si hubiera hecho una pregunta más.

«-¿Cómo hago? Si le cuento, la destruyo. ¿Qué le digo? ¿Que hace dos años que estoy terriblemente enamorado de otra mujer, y que no se me pasa?», dijo Roberto con sarcasmo.

«-Pero tampoco podés cargar más con esto…», dijo el maestro dejando el tema flotando en el aire.

«-La verdad que no. No puedo más», suspiró Roberto.

«-Tenés que hablar con tu esposa», soltó el maestro, completamente consciente del peso de las palabras que acababa de decir.

Roberto lo miró entre fascinado y aterrorizado. Por un lado, si hablaba con su mujer se sacaría un enorme peso de encima. Por otro, sentía que hacerlo sería como matarla.

«-Tenés que hacerlo, por la simple razón que ya no podés más. Además, en este caso, el tiempo solo agrava las cosas», lo empujó el maestro.

Roberto empezaba a vislumbrar una enorme liberación. Imaginar ese escenario que para él no era posible, asomaba como una tierra prometida. No porque fuera a irse con su nuevo amor, sino porque era empezar a integrar su vida. Terminar con la escisión que lo hacía tan infeliz.

«-Pero a Magdalena la destruyo», dijo con la voz quebrada.

«-No sé», dijo el maestro muy seguro. «-Esta crisis se desencadena por tu enamoramiento, pero no llegan a este lugar tan extremo solo por tu responsabilidad», agregó.

Ante la mirada desconcertada de Roberto, continuó. «-Vos no pudiste hablar de lo que te pasaba, y ella tampoco. Los dos tuvieron tanto miedo, que no pudieron afrontar el tema. Ahora el problema es mucho más grande. ¿Vos creés que en estos dos años ella no tuvo indicios claros de lo mal que estaban? ¿Pensás que no percibió la imposibilidad de hablar con vos desde el corazón? ¿Y que no fue cómplice de eso? La responsabilidad primaria es tuya, pero la incapacidad de hablar es de los dos. Los problemas de pareja siempre son de a dos.»

«-Es que siento que decirle esto es devastarla», insistió Roberto.

«-¿Y creés que con la situación actual le estás haciendo bien? ¿Pensás que esto puede cambiar con el tiempo? A mí modo de ver, lo único que estarías haciendo es poner la enorme crisis que tienen sobre la mesa,» le contestó. «-Un gran avance.»

«-Es que el problema es mío; yo soy el que está enamorado de otra mujer», se autoincriminó Roberto.

«-Ese es un problema, pero no es el principal», dijo el maestro.

«-¿Y cuál es el principal?», preguntó Roberto.

«-Que no pueden hablar.»

Roberto se quedó pensando.

El maestro prosiguió: «-¿Creés que sos el primer individuo de la historia en enamorarse de otra persona estando casado? Este es un problema que en algún momento de la vida, le ocurre a todos los seres humanos. El tema es, en todo caso, cómo llega uno a ese enamoramiento, y cómo se maneja después. Si la crisis es tan profunda, podés estar seguro que es sólo un emergente de las dificultades entre ustedes…»

«-Pero ojo, que lo último que te diría es que te fueras con tu amante. Tenés altísimas chances de repetir el mismo modelo que te trajo hasta aquí. Al principio será todo lindo pero luego volverán a aparecer los mismos problemas que tenés ahora.»

Roberto estaba en silencio, preguntándose si aquello sería cierto. Contradecía su idea acerca de que el nuevo amor resolvía buena parte de los problemas que tenía con su esposa.

«-¿Y entonces?», preguntó algo confundido.

«-Hablá con tu esposa. Contale lo que te pasó y te pasa. Veamos cómo reacciona ella, y qué te ocurre a vos. El futuro es un misterio.»

Aquella noche Roberto habló con su mujer. Luego de soltar la bomba atómica y que ambos pasaran por todo tipo de estadíos emocionales, cuando amanecía acordaron darse una oportunidad. Él se sentía otra persona, por no seguir viviendo en la mentira. Ella estaba en estado de shock, pero también había dejado de ser una autómata. Para sobrevivir al dolor, en los últimos años se había ido a vivir a un freezer. El rayo de aquella brutal conversación la había descongelado, dejándola en carne viva.

Roberto volvió a ver a su maestro. Le contó lo aliviado que estaba después de vivir tanto tiempo oprimido. Y que afortunadamente, luego de semejante descompresión, su mujer le había preguntado si estaba dispuesto a intentar recomponer, cosa que él había aceptado.

«-A mí me interesa que conversemos sobre el tema principal, que es tu dificultad para poder hablar, contar lo que te pasa», abrió el maestro.

Roberto no se esperaba ese planteo. Sin embargo, vinieron a su mente infinitas imágenes de su vida, en donde él no podía expresar lo que sentía.

«-¿Por qué pensás que no podés decir lo que te pasa?», preguntó el maestro.

Después de reflexionar, suspirando, Roberto le dijo: «-Creo que son varias razones. Aunque el común denominador es el miedo, identifico situaciones distintas…»

«-¿Por ejemplo?»

«-Si miro mi infancia, mi dificultad más grande de contar lo que me pasaba tuvo que ver con sostener el personaje que yo creía que mis padres valoraban. Como no quería llevarles problemas pensando que se decepcionarían, los ocasionales fallos, fracasos o dificultades que podía tener, los ocultaba. Solo quería ofrecerles buenas noticias. Y cuando en contadas ocasiones no podía obtener buenos resultados ni esconder problemas que me desbordaban, me quebraba en mil pedazos frente a ellos…», contó Roberto con suma ternura.

«-Como ahora…», lo estrelló el maestro contra su propia realidad.

Roberto quedó golpeado como si el campeón mundial de boxeo le hubiera conectado un puñetazo en la mandíbula. Cuando se recuperó del agudo comentario del viejo, trató de indagar otras situaciones en las que no había podido hablar.

«-Con las mujeres también tuve problemas para hablar», expresó Roberto, sintiendo que por su propia voluntad ingresaba en el patíbulo. La sonrisa del maestro le recordó que la actual y enorme crisis en que se encontraba también era con una mujer.

«-Pero no como esta vez», le aclaró al maestro. «-En general, mi problema fue mi enorme dificultad, diría imposibilidad, de tirarme a la pileta. Salvo con mi primer novia a los quince años, después siempre me terminaron encarando ellas. Aún cuando estaba claro que el interés y el deseo era recíproco, yo no me animaba a jugarme…»

«-¿Por qué?»

«-Tenía terror a ser rechazado», contestó Roberto.

«-Pero si decís que estaba claro que el interés y deseo era recíproco», desafió el maestro.

«-Sí, pero yo sentía mucho miedo. Entonces, no les daba un beso ni tomaba ningún riesgo, sino que seguía intimando e intimando hasta que finalmente eran ellas las que se me tiraban encima o tomaban el toro por las astas..», dijo Roberto entre risas.

«-¿Y por qué vos no podías dar ese paso?», quiso saber el maestro.

«-Sentía mucho miedo. Era como saltar al vacío. Entonces, me seguía acercando y acercando al precipicio, pero sin saltar. No le quitaba presión al objetivo -siempre tuve mucha fuerza-, pero tampoco corría el riesgo final», completó Roberto.

«-Pero en general, si uno no es un bruto, llega un punto en donde tiene en claro que el riesgo es mínimo. Si estuvimos atentos y fuimos percibiendo las señales de la otra persona, existe un momento en donde las chances de que te den un cachetazo por haberte desubicado, son mínimas. Se puede esperar un poco más si hace falta, pero llega una instancia en donde está claro que el tema está maduro», describió el maestro.

«-Totalmente. Solo que yo no podía dar ese paso», dijo Roberto con cierta vergüenza.

El maestro decidió moverse en otra dirección. «-¿Y en qué otras ocasiones sentís que tuviste grandes dificultades para hablar?»

«-En el trabajo», dijo Roberto sin dudar.

«-¿Qué pasaba?»

«-En algunos casos, cuando la asimetría de poder con mi jefe era muy grande, temía decir lo que pensaba. En el fondo, sentía que cualquier error podía costarme el empleo», amplió Roberto.

«¿Y entonces?»

«-Cada vez me guardaba más cosas que no me gustaban por lo que al final siempre llegaba al punto en el que no tenía más remedio que irme», completó Roberto.

«-Parecido a lo de ahora», dijo el maestro para provocar. Si bien era cierto que acá había habido un enamoramiento en el medio, su imposibilidad de hablar en diferentes contextos, quedaba confirmada. Y era natural que llegara a un punto en el cual no tuviera más alternativa que irse.

Roberto se quedó callado, registrando esta dificultad que lo había venido acompañando toda su vida sin que él estuviera muy enterado.

«-¿Alguna otra situación recurrente?», quiso saber el maestro.

«-Muchas, pero creo que no aportan nada nuevo», dijo Roberto algo resignado. «-En el fondo siempre se trata del miedo que sentía. A veces, para no exponerme a ser rechazado. Otros casos, para sostener un personaje. Pero también porque el miedo era muy intenso, como me pasaba con las chicas. O porque me quería ahorrar un problema», cerró algo desesperanzado por la diversidad de manifestaciones de su problema.

«-Me parece que el punto central es registrar que a lo largo de tu vida tuviste dificultades para hablar. Y que más allá de las causas y de las expresiones que esta conducta pudiera tener, el tema es lo mucho que te cuesta», esbozó el maestro.

«-Nunca pude resolverlo», agregó Roberto. «-Aún en casos de bajo riesgo como el de darle un beso a chicas que estaban esperando que se los diera, vivía ese pequeño paso como un abismo. Y en términos que no sean sentimentales, siempre sentí que plantear las cosas era una gran ruptura. Como si me fuera más fácil matar a alguien, que tener que darle un trompazo, o mejor aún, simplemente decirle que no.»

«-Es que es exactamente al revés», dijo el maestro.

Ante la ceja levantada de Roberto, decidió ampliar el concepto. «-Como no podés decirle al otro que no, ni tampoco sos capaz de pegarle un oportuno cachetazo, terminás acumulando hasta llegar a un punto en que no tenés más remedio que matarlo. Pero sería mucho más razonable recorrer el camino para no tener que asesinar al otro, o tener que irte, las dos opciones a las que arribás con frecuencia, y que en el fondo son la misma.»

Roberto estaba conmovido con aquellas palabras. No podía menos que sentirse muy identificado.

«-¿Cómo salgo de este lugar?», preguntó casi en tono de súplica.

«-Lo primero de todo, siempre, es ver el problema. Y de registrar una dificultad, a tomar conciencia de ella, puede haber un largo trecho. No se puede curar una enfermedad que no se conoce, pero tampoco una que se minimiza», sostuvo el maestro.

«-Después, creo que es importante afrontar los problemas cuando todavía no son tan grandes. Y si crecieron, buscar la forma de partirlos en piezas más pequeñas. Como si fuera una piedra enorme, que uno va reduciendo a pedazos más chicos, hasta encontrar los tamaños en que uno se siente capaz de manejar, de planteárselo al otro», amplió el maestro.

«-Pero esa táctica no me sirvió en el caso que te conté de mi imposibilidad de darle un beso a una chica. Reduje la piedra a granitos de arena, y sin embargo, a la hora de pasar a la acción me resultaba una roca más grande que el peñón de Gibraltar…», dijo Roberto algo desesperanzado.

«-Eso fue hace muchos años, hoy sos otro. Y cuando termines de atravesar esta enorme crisis en la que te encontrás, serás una persona transformada. Tené cuidado con tu certeza de que sos incapaz de evolucionar, porque es un gran obstáculo al crecimiento. Afortunadamente no es cierto, y la vida siempre nos hace madurar a través de experiencias dolorosas, como la que estás viviendo ahora.»

«-Está bien no forzar tu crecimiento, porque no se puede. Pero no es bueno creer que es imposible aprender. Y además no es verdad. Solo tenemos que entender que lleva tiempo. La vida siempre nos va poniendo las experiencias necesarias para que aprendamos. Vivir es en cierto sentido, como estar en una olla de agua hiriviendo la cual nos va cocinando, depurando nuestras impurezas», expresó el maestro.

«-¿Y no hay formas menos costosas de aprender?», dijo Roberto entre sonriente y frágil.

«-En mi experiencia no. La vida nos expone a las situaciones que necesitamos para crecer. Aunque es natural querer evitar el sufrimiento, no es posible. El dolor, las experiencias difíciles son inherentes a la existencia. No podemos protegernos de vivir sin pagar un costo altísimo. La vida no es sinónimo de sufrimiento, pero definitivamente no se puede vivir sin tener que atravesar experiencias muy dolorosas.»

«-¿Entonces me tengo que alegrar de todo el sufrimiento que estoy atravesando?», preguntó Roberto con sarcasmo.

«-Yo diría que tenés que alegrarte de la maravilla que es la vida, que incluye momentos de aprendizaje como este», remató el maestro.

Artículo de Juan Tonelli: No puedo hablar.

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