La vida, ese lavarropas que a veces  nos sacude sin piedad. Lo que había empezado como un flirteo inocente, se había transformado en un incendio atómico. Ema, que creía que tenía la vida tan organizada, tan estable, tan previsible. Una pareja muy consolidada con dos décadas de historia en común. Habían tenido un romance rutilante cuando él estaba casado, y en tres años aquél matrimonio se había derrumbado para dar lugar a esta nueva pareja.

Pese a que en ese entonces él tenía 47 y ella 28, Raymond y Ema habían armado una pareja muy buena. Él no quería tener más hijos. Ya se había casado, ya había tenido tres, una experiencia maravillosa pero también un ciclo cumplido. Ella, aún cuando le costaba resignar la idea del casamiento, había cedido porque el mero hecho de estar con su amor imposible era suficiente para no pedirle nada más a la vida. Sin embargo esas ideas siempre tenían fecha de vencimiento. Lo mismo ocurría con el tema de los hijos. Si bien ella lo aceptaba porque nunca había sido fanática de los chicos, en el fondo, la pregunta acerca de si estaría haciendo lo correcto, a veces le corroía el alma.

Después de vivir 10 años en Argentina, Raymond quiso volver a EEUU y ella se fue con él. Todo anduvo bien dado que la calidad de vida en el nuevo país era muy grande. Sin embargo, después de unos cuántos años en que todo parecía ir perfecto, algo de humo se empezó a filtrar por debajo de la puerta de la existencia.

Ema se dio cuenta que cuando dejaba el frío invierno americano y volvía unos meses al verano de su país, era inmensamente feliz. Raymond, prefería vivir en EEUU, y el hecho que Argentina fuera tan volátil y populista le venía perfecto para mostrarse absolutamente intransigente y no aceptar alternar seis meses en cada destino.

El último verano que Ema estuvo en Argentina, la montaña rusa existencial se había puesto en marcha. Veinte años sin grandes sobresaltos emocionales era mucho. La vida se había despertado y venía a desestructurar lo acomodado.

Poco antes que Raymond se volviera a su país, Ema tuvo un retraso en el que pensó que podía estar embarazada. Curiosamente, él, que ya tenía 65 años y hacía veinte que no querer más hijos, tomó la noticia con expectativa. ¿La vida lo sorprendería? Ella, en cambio, estaba un poco asustada. Ya tenía 45 años y venir a ser madre ahora, cuando nunca se lo había propuesto, la inquietaba. Adicionalmente, alguna razón que no llegaba a vislumbrar con nitidez, la angustiaba aún más.

El test de embarazo dio negativo, y las cosas volvieron a su lugar. Raymond regresó primero a EEUU como solía hacer, y ella se quedó dos semanas más. Cada día que pasaba, tomaba más conciencia de su enorme resistencia a dejar su país y regresar a EEUU. No era un problema con él, sino que extrañaba mucho su propia tierra, sus costumbres, sus afectos.

En esas cosas inexplicables de la vida, dos días antes de volverse, en una reunión de amigos conoció a un hombre. Una conversación muy interesante abrió paso a un nuevo encuentro el día previo del viaje.

Fueron doce horas de diálogo y si bien no pasó nada más, ya había pasado todo. La levadura había empezado a fermentar y el proceso estaba en marcha. Y era irreversible.

Ema viajó a EEUU en crisis. Se moría de ganas de tener un affaire con este señor. Sólo una aventurilla para oxigenarse, y luego la vida retomaría su cauce normal entre seguridades y comodidades.

Su relación con Raymond empezó a deteriorarse a la misma velocidad que su relación con Facundo crecía a través de mails y chats. Aquél pequeño secreto empezó a crecer y crecer. Lo que había parecido una pequeña fisura, se había convertido en una fractura en las placas tectónicas del piso. En pocos meses, a Raymond y Ema los separaba un abismo.

Ella se encontró con Facundo en París y las contradicciones se agigantaron. Por un lado, las ganas de vivir enamorada, en ese estado de felicidad y alucinación propia de la cocaína. A su vez, las ganas de sentirse viva, de dejar atrás todo lo acomodaticio, lo seguro, lo que había funcionado muy bien pero ya no funcionaba más.

Por otra parte, el miedo al dolor que eso generaría. La culpa de hacer sufrir a Raymond.

Escindida, Ema siguió su vida como pudo, hasta que no tuvo más alternativa que separarse y regresar a su país. Eso y armar una nueva pareja con Facundo, terminó siendo casi el mismo acto. Resultaba increíble que apenas seis meses antes ella hubiera estado a punto de tener un hijo con el hombre de toda su vida, y ahora, todo aquello pareciera de la era paleozoica.

Pasaron los meses y Ema comprendió que en primer lugar, lo que quería era vivir en su país. O a lo sumo, seis meses y seis meses. Pero definitivamente no quería vivir todo el año lejos de su tierra. Ahora Raymond, registraba algunas de sus intransigencias y ofrecía matrimonio y hasta considerar la posibilidad de un hijo. Parecía tarde, o sólo una intuición para competir con Facundo, quien pese a que tampoco tenía una situación sentimental muy clara, narcotizado por la oxitocina de todo ser enamorado, le había propuesto lo mismo a Ema. La confusión empezaba a crecer a la par de una involuntaria doble vida.

Al principio, ella consideró que su ciclo con Raymond estaba agotado. Sin embargo, la sabiduría e inteligencia de él para entender que ella estaba teniendo un affaire, la descolocaba. Si él se hubiera puesto celoso o enojado, la ruptura hubiera sido más fácil. Pero con 67 años, le decía: «vos tenés que vivir lo que tengas que vivir, que te canten, que te escriban poemas, pero después, vas a estar conmigo…»

Solo faltaba que la habilitara formalmente a coger con otra persona para que ella se sintiera totalmente contrariada.

E impresionada por su sabiduría y liderazgo. Entretanto, Facundo, que le aportaba toda la ternura y calidez de la que Raymond carecía, también tenía sus problemas. Ninguna seguridad económica, y algunos vínculos familiares bastante patológicos Sin proponérselo, Ema fue desarrollando una suerte de bigamia, amparada en que ambos amores vivían en países distintos. ¿Cómo era posible?

¿Podía alguien estar enamorado de dos personas? El primer reflejo era un rotundo no. La moral cristiana, la cultura, y la historia le decían que eso no era posible. El pequeño inconveniente era que todo eso chocaba con la realidad. Y la primer conclusión era bastante clara; si el camino no coincidía con el mapa… había que tirar el mapa a la mierda.

Raymond tácitamente, y Facundo con paciencia zen, acompañaban y aceptaban los tiempos de Ema. Ella sentía que ambos tenían una calificación de nueve puntos cada uno, es decir que eran casi perfectos. A Raymond le faltaba ser un poco más tierno y cálido, pero le sobraban sabiduría y seguridad económica. Facundo en cambio, no tenía ninguna seguridad económica, pero le sobraban ternura, calidez, y sabiduría. ¿Y entonces? ¿Qué hacer? ¿Acaso las parejasdebían tener una calificación, o ser unas muletas para cubrir carencias personales? Ema se sintió un poco mal, registrando que en cierto sentido también estaba siendo utilitaria. Sin por ello dejar de reconocer que el que estuviera libre de pecado pudiera arrojar la primera piedra. ¿Acaso todo el mundo no tenía sus propios intereses, sus carencias con las que debían transitar la vida? ¿No estaba bien buscar cómo suplirlas, complementarlas?

Raymond decidió venir a visitarla a Buenos Aires y parar en la casa de ella, que hasta hacía poco tiempo era la de ambos. Ema no pudo o no quiso decirle que no. Facundo, frente a tanto disparate, decidió abrirse. ¿Podría sostenerlo? Lo intentaría. ¿Para qué se habría terminado de separar de su ex mujer, y después de un año le había presentado su novia a sus hijos? ¿Qué les diría ahora, que su novia era bígama? Qué despelote.

Ema se dio cuenta que más allá de lo que hacía sufrir, sobre todo a Facundo que como todo amante veía la película completa, no tenía problemas con que esta situación se prolongara. Comprendía que esta crisis se había estado incubando durante muchos años y que no se resolvería en un semestre. Que tenía que ver con sus ganas de vivir en su país, y su carencia de tener alguien más tierno y amoroso al lado. Pero también registraba brutalmente que la vida nunca era redonda.

Se preguntó de dónde habría salido la idea de fidelidad. Pensó en toda la hipocresía imperante en la sociedad occidental, que sostenía fervientemente que las parejas debían ser monógamas. Eso no tenían ningún asidero en la biología. En el caso de los hombres era aún más evidente. Sin embargo, los seres humanos, hombres y mujeres, parecían todos hacerse los distraídos con el tema. Y era ese mismo convencionalismo sociocultural lo que generaba enormes dolores, frustraciones, desencantos. Como la vara estaba puesta tan alta, la mayoría de las personas tenía que sufrir mucho antes de reconsiderar el tema desde otra perspectiva. Algunos necesitaban divorciarse una, dos o hasta tres veces. Otros, nunca más podían volver a armar una pareja, dedicando su vida a odiar a quien los hubiera decepcionado. Otros, miraban para otro lado, sufriendo en silencio.

¿No sería mejor mirar el problema a los ojos y poder hablarlo? ¿O habría temas que no resistían ser conversados?¿Qué es lo que había pasado con la sociedad que el tema era tan tabú? ¿De dónde había salido la idea que uno debía desear a una sola persona, y encima, toda la vida?

Ema sabía que su situación no era sustentable y ni siquiera deseaba que lo fuera. No quería tener dos amores. Pero tampoco quería meter su vida dentro de ciertos parámetros culturales que, evidentemente, habían desbordado. La vida nunca entraba en una caja.

Se dio cuenta que le llevaría tiempo salir de semejante embrollo. Que tal vez, lo mejor que podía hacer en ese momento era tratar de estar sola el mayor tiempo posible.

No pretendía resolver su dilema en forma mental o abstracta, ya que las cosas no funcionaban así. Los problemas nunca se resolvían de otra forma que no fuera viviendo. Se corregían en el juego, durante el partido, en forma dinámica. Nunca había chances de parar el mundo, bajarse, arreglarse y volverse a subir. Había que auto repararse en el medio del combate.

También registró que cuanto menos necesitara de los demás, mejores encuentros tendría. En la medida que sus parejas fueran útiles para suplir carencias, la relación siempre estaría sometida a ciertas manipulaciones propias de cualquier dependencia. Entonces, lo mejor sería tratar de ser lo más libre posible para poder encontrarse en libertad, en salud espiritual, y aunque sonara grasa, en amor.

Artículo de Juan Tonelli: Una vez más, tomó conciencia de lo compleja pero maravillosa que era la vida.

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