Aunque de chico había sido medio gordito, Diego era un tipo de peso normal. Pero su gusto por la buena comida, y su ansiedad -que lo llevaba a tragar sin masticar-,  le generaban un gran temor a convertirse en gordo.

Para él, la posibilidad de ser gordo era como la muerte en vida. Una vez había leído una investigación norteamericana en donde pacientes que se recuperaban de importantes sobrepesos, preferían enfermar de cáncer antes que volver a engordar. Diego comprendía plenamente a esos obesos recuperados. Aunque él nunca lo hubiera sido, tenía tanto rechazo a ser gordo, que sin lugar a dudas optaría por un cáncer en caso que tuviera que elegir entre esa enfermedad y la gordura.

¿Por qué tanto miedo y rechazo?  Tenía mucho que ver con la imagen que él quería dar; aunque también, con otros temas como estar sano y atlético. Pero el núcleo del asunto era cómo mostrarse ante los demás.

Con el correr del tiempo la preocupación fue creciendo. En la medida que pasaban los años y tenía más responsabilidades y compromisos, cada vez tenía menos espacios para hacer deporte. La situación fue agravándose hasta que en un momento sintió que si seguía así, a los 40 sería un obeso. Comía mal, rápido y mucho, y no hacía nada de ejercicio. Fue entonces cuando se decidió a empezar a correr para bajar de peso.

Consiguió un poco de orientación y un mes después ya estaba corriendo 40 km semanales. No sólo había bajado de peso, sino que sentía más libertad a la hora de comer. Ya no importaba tanto que tragara la comida, ni que ingiriera porquerías. Al día siguiente corría un poco más y listo.

Tres meses después, estaba corriendo un promedio de 56km semanales. Había perdido bastante peso, generado unas piernas fuertes, y se sentía libre para comer. Su miedo a convertirse en gordo había quedado atrás. Ahora corría. Y si bien a veces se sentía un poco duro y contracturado, o no tenía muchas ganas de salir a correr, el ejercicio era un precio barato que pagar comparado con la angustia de engordar. Aparte, estaba orgulloso de estar sano; su colesterol estaba mejor, dormía mejor, iba al baño mejor, y un montón de beneficios que diluían la verdadera razón por la cual corría compulsivamente: el miedo a la gordura.

El tiempo fue pasando y su sistema compensador de calorías, consolidándose. Poco importaba que a veces llegara muy cansado o muy tarde a su casa; había que salir a correr. Y si se excedía en alguna comida con amigos, corría 5km más. A veces, durante sus largas sesiones de entrenamiento, recordaba con nostalgia aquellas épocas en las que era un ser libre, que no estaba obligado a correr. Claro que sus mecanismos racionales enseguida le explicaban que cuando era libre, en realidad no lo era porque vivía aterrorizado de volverse gordo. Y así seguía.

Para sobreponerse a lo difícil que se le estaba tornando mantener sus rutinas de entrenamiento, su mente ideó un nuevo mecanismo de control para aferrarse al statu quo. La invención del subconsciente de Diego fue interesarse por las maratones. Ahora, el eje se había movido de lugar. Ya no era correr para estar flaco, comer tranquilo, y no tener miedo a ser gordo; ahora era entrenar. Se encontró con muchos grupos de ejecutivos y personas que en la mitad de sus vidas, descubrían su pasión por el entrenamiento. A veces se preguntaba si solo querrían asegurar la delgadez. De hecho, era probable que todos esos advenedizos atletas, también prefirieran padecer un cáncer antes que ser gordos.

«El problema de los problemas, es que cambian», decía el terapeuta Norberto Levy. Y eso fue lo que le pasó a Diego. Sostener la rutina de muchas horas semanales de entrenamiento se volvió un calvario. Definitivamente quería no ser gordo. Pero; ¿tan caro era el precio que debía pagar? ¿No había alguna alternativa más sensata? Muchos eran los días en que al llegar a su casa no tenía ningún interés ni fuerza para salir a correr sus 12 o 15 km. E igual salía.

Para peor, si bien se mantenía muy bien, se dio cuenta que con los años su metabolismo se volvía más lento, y por más que corriera mucho, si comía demás, igual iba engordando. Leyó un libro de nutrición de un especialista que había atendido al mítico corredor Carl Lewis. Si uno de los atletas más grandes de toda la historia, que había batido los records mundiales de los 100, 200 y 400 metros, tenías problemas para controlar su peso aún en actividad; ¿qué le quedaba a él? ¿Correr y ayunar? Una descarga de angustia le corrió por la espalda. Su miedo estaba incólume. Agazapado, y esperando el mejor momento para irrumpir y aniquilar su serenidad.

Mientras corría sus 90 minutos con llovizna y muy bajas temperaturas, se dio cuenta que la solución que había encontrado a su miedo a la gordura, hacía agua por todos lados. Por primera vez, fantaseó con una libertad verdadera: ser capaz de comer con moderación. Se dio cuenta que había cambiado la esclavitud del miedo a ser gordo por la esclavitud del ejercicio. La locura de su pasión por el entrenamiento no se sostenía más. Comprendió que las compensaciones nunca resultaban, y menos aún con los miedos. Había que atravesarlos.

En la mitad de su rutina diaria, Diego fue deteniéndose. Después de permanecer unos instantes inmóvil, empezó a caminar de regreso a su casa. Tendría por delante un largo camino. Pero eran los primeros pasos ciertos en dirección a la libertad.

Artículo de Juan Tonelli: El hombre que tenía miedo de ser gordo.