A las 2.45 de la mañana del 6 de Agosto de 1945, tres B-29 despegaron de Tinian, una remota isla del pacífico.  

El objetivo militar  se encontraba a seis horas de vuelo.

Se trataba de una entre tres ciudades posibles, todas con poblaciones cercanas a los 100.000 habitantes.

El objetivo militar dependería del clima: aquella ciudad que se encontrara sin nubosidad alguna, sería la elegida. El avión meteorológico se aproximó a la primera, y encontró condiciones óptimas.

A las 8.15 el avión Enola Gay dejó caer a Little Boy, la primer bomba atómica. Hiroshima fue incendiada y 120.000 personas murieron en el acto.

En las cavilaciones infinitas del eterno vuelo de regreso, el piloto Paul Tibbets tomó conciencia que si Hiroshima hubiera tenido nubes, la bomba no se habría lanzado. Para tirarla tendrían que haber volado hasta Kokura . Y si en ese objetivo militar también hubiera habido nubes, volar hasta Nagasaki.

Se preguntó cómo era posible que la existencia o no de nubes, determinara la vida o la muerte de 120.000 personas. Pensó en todas las parejas de enamorados, niños, ancianos, adultos preocupados y otros felices que habría en cada una de esas ciudades. Todos tendrían sus vidas, con sus sueños, sus frustraciones, sus anhelos. ¿Cómo era posible que las circunstanciales nubes determinaran dónde tirar la bomba, y por ende, quiénes vivirían y quiénes morirían? ¿Tan frágil y aleatoria era la existencia humana?

Artículo de Juan Tonelli: Disfruta hoy, es más tarde de lo que crees.