Gareth entró en el vestuario junto a sus compañeros, y se sentó en uno de los bancos alejado del resto del equipo .

A diferencia de los demás jugadores que estaban exultantes por haber empatado con los All Blacks, él se sentía destruído. Como capitán de la selección de Gales, había resistido los durísimos embates del equipo de rugby más poderoso del mundo. Pero esta vez no era el cuerpo el que le dolía, sino el alma, que hacía demasiado tiempo que tenía partida en dos.

Intuyendo que ocurría algo grave, el entrenador se acercó a preguntarle qué le pasaba. Entre sollozos, Gareth le contó que se había separado de su mujer. Sin embargo, ese no sería el problema de fondo.

Llorando, el capitán recordó los tres embarazos que había perdido su mujer. La ilusión y la desilusión. El miedo a no poder tener hijos. El miedo a tenerlos. La angustia de saber si podría ser un buen padre y sostener una familia.

Se preguntó para qué se había agarrado a trompadas tantas veces, en los partidos y en los pubs. ¿Para qué? ¿Por qué había enfrentado y golpeado con dureza a tantos hoombres? Esas peleas, que para sus amigos y el resto del equipo eran el sello de su carácter y fuego sagrado, Gareth las vivía como el símbolo máximo de la contradicción y aislamiento. Los demás podían no saber que él estaba sobreactuando dureza, testosterona, violencia. Pero él lo sabía. Y se sentía más solo aún.

Pensó en la cantidad de veces en que estuvo a punto de gritarlo al mundo, pero no se animó, convencido que sería el fin de su impresionante carrera en ese deporte que tanto amaba. ¿Sería posible que simplemente ser quien era, estuviera en total contradicción con hacer lo que tanto amaba?

Por otra parte, durante la mitad de su vida había tratado de negar lo que le pasaba. Muchísimas noches se había ido a dormir deseando despertarse sin este problema. Infinidad de veces le había pedido ayuda a Dios para que lo sacara de este lugar. Pero Dios no había hecho nada.

Había conseguido aislar el conflicto, y dejarlo encapsulado y herrumbado en una esquina de su cabeza. Pero la cápsula no desaparecía, y finalmente se hacía presente y omnipresente.

Recordó cuando en plena adolescencia, se le empezó a manifestar la situación. Su reacción natural fue pensar que eso simplemente no podía ser. Eran solo malos pensamientos, y con un poco de voluntad y disciplina serían dejados atrás. Dieciocho años después, no sólo no los había dejado atrás, sino que estaban más presentes que nunca.

Se dio cuenta que una cosa era conocer algo, y otra muy distinta, aceptarlo. Había pasado la mitad de su vida escindido, con ambas partes de su ser peleando a muerte por reducir a la otra. Analizando en profundidad, registró que en realidad su ser no estaba escindido. Estaba enfrentado con su deber ser, que era radicalmente antagónico.

Sintió que no podía más. Para bien o para mal, su ser se había impuesto. No había podido reducirlo, y sus enormes esfuerzos durante tanto tiempo habían sido en vano. La estrategia de intentar ser alguien distinto de lo que era había resultado un fracaso total. Era hora de integrar.

Le confesó a su entrenador que se había separado de su mujer porque era homosexual. Pese a estar conmovido, el entrenador mostró templanza y le dijo a Gareth que era un tema que no podía sobrellevar solo. Que necesitaba apoyo de sus compañeros.

El capitán sintió angustia por el hecho de que se enteraran, pero también alivio. No más mentiras que sostener. Basta de simular affaires con mujeres y de sobreactuadas peleas callejeras para ver quién era el más macho.

Mientras su entrenador seleccionaba a los compañeros adecuados para compartirles la situación, Gareth se fue al bar a esperar. Toda su vida pasaba en imágenes raudas. Se preguntó para qué había peleado tanto tiempo en contra de su ser. Cómo había podido creer que sería capaz de cambiarse a sí mismo y negar quien era.

Ante tanta liberación interior, le dieron ganas de aconsejar a otras personas acerca de la necesidad de aceptar quiénes eran, qué sentían, y de abandonar los esfuerzos por tratar de ser lo que no eran. Se preguntó cuántos matrimonios seguirían juntos simplemente por miedo o conveniencia. Cuántas personas harían un trabajo que no les gustaba por no hacerse cargo de su vocación. O tantas otras que seguirían adelante con relaciones, sociedades, vínculos o actividades que les hacían mucho mal. Las palabras miedo y conveniencia retumbaban en su alma.

Cuatro de sus compañeros entraron sonrientes al bar junto al entrenador. Gareth estaba paralizado. Su mejor amigo se acercó, le palmeó la espalda, y le dijo: «por qué tardaste tanto en contarnos»?

Gareth, liberado, sólo sonrió. Y en su interior, se hizo la misma pregunta.

Artículo de Juan Tonelli: Tratar de ser lo que uno no es, nunca resulta.