El funcionario del ministerio de desarrollo social no pudo convencer a la vangabunda de ir con él a uno de los hospedajes públicos.
Pese a sus enormes esfuerzos, y a que era una fría y lluviosa noche de invierno, todo fue en vano.
Mientras pensaba en alguna nueva estrategia de persuasión, y la señora seguía acomodando sus modestas pertenencias en el alero del comercio en el que se protegía de la absoluta intemperie, irrumpió un señor muy distinguido. Sólo su cuello clerical delataba su condición de sacerdote. Delicadamente se acercó al asistente social y le solicitó que lo acompañara. Cuando se alejaron lo suficiente de la vagabunda, el sacerdote dijo: -«Esta señora hace mucho tiempo que vive en la calle; desde el día en que su único hijo murió ahogado al quedarse encerrado en un placard. Si bien nunca se pudieron esclarecer las condiciones de la muerte de ese niño de 2 años, lo cierto es que desde entonces ella nunca más quiso volver a vivir entre paredes. Y pese a los innumerables esfuerzos que hemos hecho desde la parroquia, no hubo caso». Dicho lo cual, el sacerdote se despidió en forma cálida y siguió su camino.
El asistente social, impresionado por la historia, volvió a mirar a la señora. La observó tranquila, ordenando sus cosas, como si vivir en la calle fuera lo más normal del mundo.
Pensó en los traumas humanos, esas cicatrices del alma que aunque corten la hemorragia del dolor, no sirven para restablecer el normal funcionamiento del ser. Se preguntó si al vivir a la intemperie y lejos de los peligrosos placares, la vagabunda estaría más segura.
Más tarde y mientras regresaba al ministerio, se dio cuenta que todos los seres humanos tienen sus placares acechantes, y que aunque los hombres insistan en exhorcizarlos alejándose de ellos todo lo posible, los esfuerzos son tan caricaturescos y estériles como los de aquella pobre mujer. Se preguntó cuáles serían sus propios placares, y en cómo hacer para aprender a convivir con ellos.
Artículo de Juan Tonelli: Placares asesinos.
Cada uno hace lo que puede para convivir con los placares internos, pero no todo está perdido!.. hace poco descubrí que uno puede ir sanándose, alimentando su existencia de acciones y conductas que la nutren, y no que la debilitan, algo tan sencillo y simple como eso.
«La intemperie es más segura que el entorno cerrado de un placard».
La muerte incierta se pareció a la oscuridad oculta de un sitio de guardado.
Mi historia es opuesta. Perdí a mi madre en el asfalto de una esquina. Hace muchos años, cuando era adolescente. Aún hoy, cuando cruzo la calle de ese lugar, a la vuelta de casa – ya señalizado por los semáforos del aprendizaje-, no puedo dejar de recordar el instante que cambió mi vida para siempre.
«El hombre del asfalto» es un cuento que se representó en TV cuando era chica y recuerdo que me impactó su mensaje. Muchos tiempo después escribí «La mujer del asfalto»…. Como un reflejo personal de esa realidad. En esta historia, Juan, veo un espejo de los movimientos del alma. Para sobrellevar un gran dolor, seguimos caminos insospechados. Tanto, que fue el párroco quien debió advertir al asistente social, lo que estaba pasando…
Gracias por compartir tu historia, Mariel… Qué difícil. Un beso
Gracias a vos por este espacio, Juan. Me sorprende haberlo expresado tan espontáneamente. Tal vez porque me siento cómoda escribiendo entre amigos. Un beso.
Cunado tenía 20 años perdí a mi padre, que calló de un micro a la bereda y se partió la cabeza, fué tan grande mi dolor que en díaz días perdi 10 ks.. Cada ves que paso por ese lugar me produce tristeza. ya que mi padre era todo para mí.
mg
Mariel y Mercedes: Que traumáticos momentos deben haber pasado. Yo tambien perdi a mi padre de otra manera (una enfermedad terminal) y el dolor no se puede explicar con palabras. Solo Dios me sostuvo como seguramente lo hizo con ustedes. Gracias por compartir sus historias.
Liliana yo tengo a mi mama con una enfermedad terminal y a papa biplejico, yo sufro de ataques de panico y soy mama, mi intemperie es mi casa pero debo «entrar a mi placard» dia a dia porque tengo un hijo, la vida es dura, la fe ayuda e historias como las que lei hoy ayudan mucho.
Muchas gracias por tu comentario, Verónica.En realidad, historias como la tuya son las que lo ayudan a uno. A entender o recordarnos que la vida es muy dura, y que hay que aprender a vivirla tal como es. Un beso!
que buenos comentarios creo que todos sufrimos de la perdida de un ser querido que nos toco hasta lo profundo de nuestro ser y es dificil expresarlo con palabras. Yo perdi a mi hermano el año pasado, y aun no encuentro palabras para expresar lo que senti y lo que siento, solo puedo decir que cuando mi hermano se acercaba se me iluminaba la vida y ya esa luz ya no la tengo.