Erik se había enamorado perdidamente de Claudia Schiffer. La consideraba una diosa a la que había que venerar. Soñaba su vida al lado de ella. La imaginaba compartiéndolo todo: trabajo, casa, proyectos, viajes, hijos. Era su amor.

Claro que el sueño era rápidamente destrozado por la cruel realidad: Claudia era la modelo mas importante del mundo y su belleza, fama y riqueza hacían imposible que se pudiera fijar en él.

Erik pasó largo tiempo intentando buscar la estrategia para aproximarse a Claudia; estaba convencido de que si lograba conversar con ella 5 minutos, podría desplegar toda su capacidad de seducción y ella terminaría enamorándose de él.

Pero por mas que le buscaba la vuelta, no se la encontraba. Un día, resignado frente a la realidad implacable, se le ocurrió una alternativa: invitar a salir a la hermana menor de Claudia, Ann Caroline. No era lo mismo pero era divina.

Así pudo seguir adelante, superar sus inhibiciones y luego de rastrearla un tiempo, localizarla. Estudió todos los movimientos de ella hasta que un día la esperó en un café y cuando Ann Caroline apareció, a Erik le bastaron escasos minutos para convencerla de que saliera a cenar con él aquella noche.

La cena estuvo muy buena aunque Erik no pudo evitar sentir melancolía. La idea de salir con la hermana -en vez de seguir su deseo-, era una especie de premio consuelo, y ponía brutalmente en evidencia su falta de coraje.

Después de cenar la llevó de regreso a su casa, ignorando que Claudia también vivía en el mismo edificio, unos cuantos pisos más arriba. Mucho menos podría imaginarse que en el mismo momento en que se despedía de Ann Caroline, Claudia estaría ingresando al edificio, sola.

-De donde venís?, preguntó Ann Caroline.

Mientras observaba al apuesto acompañante de su hermana con sumo interés, Claudia contestó: -«volviendo de cenar afuera, porque como estaba sola y aburrida en casa, decidí salir un rato».

Artículo de Juan Tonelli: Los premios consuelo no consuelan.