Era un joven estudiante de medicina próximo a graduarse. Después de muchas idas y vueltas había tomado la decisión de especializarse en cirugía. Esa era su vocación. Una especialidad para gente callada, solitaria, como él. Para personas tajantes, cortantes, determinadas, y sin ambigüedades. Capaces de mantenerse con pulso firme en circunstancias adversas. La especialización que le permitiría tener una sensación más cabal de que estaba curando gente.
Llegó el día en que habría de asistir por primera vez a una cirugía. Sería una operación de mediana complejidad, pero para empezar estaba bien. Se presentó media hora antes del horario convenido, un poco por ansiedad y otro poco para exorcizar cualquier imprevisto. En la antesala junto a los otros profesionales de la salud, optó por mantenerse callado. Observó como el cirujano conversaba tranquilo, aunque le pareció percibir alguna tensión en él. Después de todo, era natural, no?
Cuando todo estuvo listo, ingresaron al quirófano. El paciente los esperaba algo nervioso. El cirujano lo saludó con todo el afecto que puede mostrar esa raza de médicos. El anestesista, en cambio, fue más contenedor y habló con él un rato. Pocos minutos después el paciente ya estaba dormido, y cuando el campo quirúrgico estuvo preparado, el cirujano tomó el bisturí y realizó la primer incisión. La sangre empezó a brotar, y el estudiante pese a sentir un poco de impresión, no se inquietó. En la medida que el cirujano avanzaba, diferentes tejidos y órganos fueron haciéndose visibles. El aprendiz sintió un poco de mareo y flaqueza, pero no le dio mayor importancia. Ya pasaría. Después de todo, quería ser un gran cirujano, y no había lugar para esas debilidades.
Sin embargo, el malestar no cedía y pocos minutos después, la situación se tornaba inviable: apenas si podía sostenerse en pie. Hizo un esfuerzo más, y recién cuando estuvo a punto de desmayarse sobre el cuerpo del paciente, tomó conciencia que era mejor aceptar su debilidad y retirarse.
Luego de un lapso incierto, se encontró tomado del brazo por una instrumentadora, quien lo acompañó tierna pero firmemente a la salida. Del otro lado de la puerta, una enfermera tomaría la posta, y luego de acostarlo en una camilla, le acercó un café.
Mientras bebía la taza con un pulso aún tembloroso, pensó alternativas a su especialización ya que evidentemente la cirugía no era para él. Tal vez podría hacer dermatología, que era algo tranquilo y sin sobresaltos. O medicina laboral.
Estando sumido en sus cavilaciones, la enfermera le preguntó cómo se llamaba. -«René; René Favaloro», fue toda su tímida respuesta.
Basado en la historia real
Artículo de Juan Tonelli: No es para mí?
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Es muy humano pensar que no podemos ser médicos porque nos impresiona la sangre.
Pero no es cierto.
Tenemos que encontrar nuestra propia forma de avanzar.
Me hubiera pasado exactamente lo mismo…..
Esto me hizo llorar, de verdad , porque me vino a la cabeza el rostro afable del doctor favaloro y me dio una tristeza inmensa que su vida de enorme legado haya terminado asi por los delincuentes que pululan e infectan nuestra vida cotidiana y nuestra sociedad…ahora debe estar en el cielo de los justos, dando alguna enseñanza maravillosa…
me paso exactamente lo mismo que Gabriela…
Que triste por dios, cada vez que escucho el nombre de Rene me da una tristeza inmensa y bronca a la vez, porque lo han abandonado cuando el mas lo necesito, este gobierno y la gente de poder le dio la espalda cuando el sentia que ya no podia mas, no saben gente lo que el vivio, tengo gente que vivio de cerca a el y era un hombre increible, dio mas de lo que muchos merecian,, un homvre que es mejor que este en el paraiso que aqui, como digo siempre la gente contamina y nosotros no somas mas que unas piezas de ajedrez para el gobierno y los que mas tienen…. Favaloro mereces toda la paz del mundo.
Recuerdo tener 11 años y llegar al club para probarme en el equipo de natación. Me tiré, hice dos largos a la pileta de 25 metros, salí, tomé la toalla, y jadeante por la mezcla de cansancio y adrenalina dije mientras me iba del lugar: «esto no es para mí». A los días mi padre me convenció de tomar unas clases para pulir los estilos y al cabo de un mes, estaba siendo presentado por la profesora, al entrenador que me había visto salir decidido a no volver, pues decía que andaba muy bien en estilo espalda. Pude contar con la segunda mejor marca en 100 metros de la región y nadé por años compitiendo federado en estilo libre y espalda. No siempre las cosas son como uno cree que serán. Basta con darse una oportunidad. Ah, luego de unos años conocí a René Favaloro, nos encontramos en dos oportunidades y en una de ellas cruzamos un par de palabras; un ser muy cordial.